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Esto de estar aguantado las jetas de mis tíos mientras miran el partido de fútbol y los comentarios hipócritas de mis tías hacia mi mamá está de hueva.

Mi papá intentó hacer una fiesta de bienvenida a Valentina pero todos andan en su mundo, excepto las viejas, esas siempre andan en el chisme.

Como nuestro patio está horrible y huele feo por las gracias de Slinky, Julián le pidió de favor a Anthony sí podían hacer la pachanga en su casa, él aceptó y todo, el problema es que está de viaje con una tal Florencia, yo moría por verlo. Entonces como no tengo nada que me retenga a seguir soportando los gritos y risas de los demás decido irme con el pretexto de que me duele horrible la boca gracias a los brackets que me pusieron ayer, la verdad me duele muchísimo. Al principio estaba entusiasmada porque me los pondrían; sin embargo, ahora tengo un dolor horrible y siento como si me hubieran puesto un chicle estirado a lo largo de los dientes que están haciendo presión continuamente.

De repente todo el kindergarten sale al jardín pero antes el pequeño Dylan se pega en la esquina de la mesa. Se pone a llorar. Después él muy listo me señala como si yo hubiera corrido hacia él y lo hubiese empujado contra la mesa, lo peor es que Lucas le cree.

—¿Ves lo que ocasionas? —Gruñe Lucas y deja su celular a un lado.

—Yo no lo empuje, idiota.

—Bájale a tu neurosis, puberta.

Ya mejor no contesto. Porque la neta si estoy de malas. Valentina está plática y plática con las tías hipócritas mientras yo estoy aquí, apartada, en la esquina, sin hacer nada más que mirar como platican esas brujas sobre cuando les toca ir a hacer Pilates. En fin, no entiendo porque le hacen tanto a la emoción, es sólo una niña de catorce años que vivirá con nosotros y ya, punto, nada más.

—¿Qué te pasho, mi bebéshito? Ya, ya mi vishita linda —le dice Lucas a Dylan, con voz de tonto. Me harta que no le pueda hablar con voz normal a su primo. ¿Por qué todos le tienen que hablar a los bebés de esa manera?

Al final, Dylan regresa conmigo y me abraza, luego me quiere quitar las pulseras de mi muñeca.

Nadie en este mundo se atrevería a quitármelasmás que él. La última vez que lo intentaron me puse como una bestia.

—¡Mío!

—No, Dylan, estas pulseras son mías.

—¡Mamaaaá! ¡Lucaaas!

—Toma, toma llorón —y deshago el nudo de la que menos me gusta y que casi no cubre nada de mis cortadas.

—Vas a ver con mi mamá.

—Correle, pero mañana no me estés pidiendo que te compre un dulce afuera de la escuela.

—No oigo, no oigo, soy de palo, tengo orejas de pescado.

A veces me gustaría creer que de verdad existe dios nada más para saber que voy a tener una especie de recompensa por aguantar esto.

Aburrida y sin saber que hacer, me di cuenta que alguien estaba cruzando la puerta. David y su mamá. Doy un brinco de la mesa y voy corriendo hacia él.

—¡David! — Y me cuelgo de su cuello. Con esa camisa blanca junto su corbata hace que me sienta mucho más atraída a él. No sé —. ¡Si llegaste!

Moví la cabeza para admirar su rostro, aquel lunar próximo a su boca, aquellos labios voluminosos y equilibrados bajo su nariz que subía hasta las cejas semi-pobladas y sus ojos color añil que me dejaban pasmada cada vez que se clavaban en los míos.

La teoría de MarionDonde viven las historias. Descúbrelo ahora