40. Reencuentro a la francesa

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Tengo que actualizar hoy en lugar de mañana, porque este fin de semana estaré ocupada :)

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Tengo que actualizar hoy en lugar de mañana, porque este fin de semana estaré ocupada :)

Por cierto, siento si me olvido de responder a vuestros comentarios; a veces se me cuelan entre todas las notificaciones y no me doy cuenta. Además, se me da fatal contestar porque soy un poco tímida y me da vergüenza porque siento que no sé qué decir jajajajaja Gracias por aguantar pacientemente :)

Regresan indirectamente el resto de personajes en este capítulo...

Un sol radiante e inesperado por aquellas latitudes despertó a Sophie Collingwood de buena mañana, anunciando el comienzo del gran día que daba inicio a las fiestas en honor al duque de Montrose. La muchacha se desperezó en su sencilla cama y observó somnolienta los escasos muebles de la habitación. En el fondo, había empezado a querer ese cuartucho pequeño y mal ventilado que constituía su refugio de paz, lejos del resto del bullicio del castillo y, sobre todo, lejos de la presencia del duque.

En todos los poros de la piel sufría las consecuencias por su casto beso de la noche pasada. No podía negar que se había quedado con las ganas de "algo más", algo que demostraba que el duque había conseguido capturar su atención embrujándola de algún modo. No era algo que surgió la noche pasada, evidentemente: todo llevaba gestándose un tiempo bastante largo.

Lady Sophie reconocía que había que ser una mujer muy fuerte para no reparar en el magnetismo que desprendía el hombre. No era una belleza tan llamativa y serena como la de Alexander Cassidy, que enseguida entraba por los ojos, sino que poseía unos rasgos que atrapaban, que gustaban sin saber por qué, una vez te detenías a analizarlos. En su caso, fue inmediato cuando lo vio por primera vez cambiado, aunque su personalidad lo estropeó en el segundo encuentro.

Bajó a desayunar a las cocinas, pues no había nadie despierto tan temprano debido a la resaca. Tomó un racimo de uvas, un trozo de pan y queso, y se dedicó a comer en silencio, subida a una de las encimeras. Pocas doncellas había a esa hora rondando por allí, y las que pasaron comentando el trabajo para ese día, no se percataron de que ella estaba allí. Precisamente eran las dos que peor le caían, las que supuestamente debería tener a su servicio, pero que no se sintió con el derecho ni autoridad de reclamarlas:

–Hoy toca aguantar de nuevo a todos los borrachos...¡me he pasado más de dos horas tratando de quitar las manchas de vino del mantel!

–Eso no es lo peor, querida. Hoy llegan las mujeres, y sé que más de una nos pedirá perfumes y que le arreglemos el peinado. ¡Como si no tuviera yo suficientes cosas que hacer!

–Bueno, de ser así, no me importaría hacerle el favor a lady Sutherland...–el apellido captó totalmente la atención de lady Collingwood, que se pegó más a la columna. Por fin sabría algo de la misteriosa familia que tanto preocupaba a los Graham–. Tiene un pelo tan hermoso y largo, que seguro que es suave como la seda.

Un engaño para el amorDonde viven las historias. Descúbrelo ahora