38. Plantando la semilla

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Hoy no tengo gran cosa que contar jajajaja Sigo trabajando en lo de los aspectos de los personajes, aunque aún no me decido bien

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Hoy no tengo gran cosa que contar jajajaja Sigo trabajando en lo de los aspectos de los personajes, aunque aún no me decido bien. Quizá suba un capítulo aparte con los que se me van ocurriendo...

Sophie ya estaba logrando memorizar algunos de los recorridos básicos del castillo: el camino hacia la entrada, hacia el salón y hacia las cocinas, donde sorprendentemente encontró a muchas mujeres dispuestas a ayudarla. Parecía que no todos allí eran como Donald Graham (quien todavía no le había dirigido la palabra) o sus doncellas personales, quienes no se esforzaban en ser amables. El duque era una mezcla curiosa entre ambas partes.

Gracias a las cocineras, ella podía disponer de agua caliente para sus baños, y de vez en cuando asaltar la despensa si se quedaba con hambre. Por desgracia, siempre estaban demasiado ocupadas como para poder acompañarla en sus paseos y hacer el resto de su día más ameno. Así que, como hacía en su casa, empezó a tratarlas familiarmente y a prestarles su ayuda.

–¡De ninguna manera, milady! Si su excelencia supiera que está aquí, nos echaría a patadas a las dos.–dijo la rolliza y autoritaria jefa de las cocineras.

–Señora McDowell, vengo de una familia con poco servicio, estoy acostumbrada a ayudar, sobre todo cuando se trata de pasteles.–dijo sonriendo inocentemente.

–Está bien, pequeño demonio.–concedió la mujer de ceño fruncido y manos en la cintura–. Te entretendrás decorando las tartas, nada más. Ni se te ocurra distraer a mis muchachas.

–No lo haré, siempre que me pague bien.–y entonces, cogió una de las magdalenas recién hechas ante la mirada desaprobatoria y maternal de la mujer.

También se entretenía con las niñas de las mujeres que trabajaban en las cocinas cuando su labor había acabado. Ellas la trataban con inocencia, sin distinguir títulos o procedencia.

–Y ahora atas este tallo aquí, y todas igual, y ya tienes tu corona.–les decía, enseñándoles cómo hacer con flores una corona para el pelo.

–¡Qué bonita Sophie! ¿Nos harás una a cada una?

–¡Podrías hacer muchas de estas para tu boda!

–¡Niñas, os he dicho que la llaméis lady Sophie!–regañó la señora McDowell, apareciendo como siempre de la nada. Las niñas y la joven se rieron, y entonces las pequeñas salieron corriendo para que Sophie recibiese la regañina.

–Sí que tengo que pensar en cómo serán los arreglos florales...

–Muchacha, tú enseña a esas niñas y ya verás como tendrás cientos para ese día. No te tienes que preocupar por eso, nosotras nos encargaremos.

Sophie se perdió la última parte de la conversación, pues había visto por el ventanuco la figura inhiesta del duque, parado en el jardín trasero.

Un engaño para el amorDonde viven las historias. Descúbrelo ahora