Capitulo 20 - Ovejas y lobos

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                          * * *

Miedo... el miedo se va en el momento que se pierde la vida y llegó un punto que fue así.

En algún punto debíamos caer muy bajo, para saber qué tan fuertes podíamos ser. Jamás pensé tener tanta fuerza moral, porque alguien más en mi caso se hubiera suicidado. Es increíble como el dolor nos hace aprender y nos vuelve fuertes.
— Hablas cada vez menos... — me anunció la anciana llamada Stefians, con tono de pesar. Aquella mujer, más que lastima que pensé que era al principio, me demostró que me quería, quizás le recordaba a alguien y se había encariñado conmigo. Solo pude encogerme de hombros. — Ni siquiera conmigo. — Concluyó llevándose un pedazo de pan a la boca.
— Me duele la mandíbula. — susurré bajo, apenas podía masticar. Desde la mejilla izquierda, rodeando la mitad del rostro lo tenía moreteado ya no inflamado. Había cesado la hinchazón pero no los moratones, verdes, azules y negros. Sangre aglomerada en algunos lugares. Tenía los labios partidos y cuarteados, tenía en ambos ojos unos cuantos vasitos rotos y aunque no estaban hinchados estaban rojos, llenos de sangre. Tenía el cuello una larga marca gruesa roja y morada, las manos de Virgil marcadas allí. Tenía las costillas vueltas leñas que apenas podía dar varios pasos. Y por cuestión de la vida, el único lugar al que Virgil jamás pudo golpear pues siempre ponía las manos o alguna posición que me ayudara, fue el estómago y vientre. Eran las únicas partes de mi cuerpo donde no habían hematomas.
Cojeaba de un solo pie un mes antes, Virgil me había destrozado la pierna derecha, la rodilla la tenía vuelta nada.
Las manos me temblaban, él se había encargado de destrozarme ciertos tendones que me hacían sostener ciertas cosas con las manos.
¿Dolor?, ya nadie podía venirme hablar del dolor porque yo si sabía lo que era... al extremo.
La puerta de aquel apartamento se abrió y me traquee el cuello girándolo de un lado a otro. Entró uno de los escoltas y vi a Virgil entrar vestido de traje. Giró el rostro a verme detalladamente, como siempre y negó con la cabeza. Bajé la cabeza, mientras este se acercaba solté un sonoro suspiro. Virgil dejo aun lado de mi silla una bolsa negra de una marca gringa de ropa. Miré la bolsa y este me levantó el rostro con un dedo. Hice una mueca.
— vístete y pase lo que pase. Has lo que te digo o... cuando estemos solo voy a sacarte más sangre como nunca te la he sacado. — abrí los ojos de par en par y asentí varias veces aterrorizada. Haría lo que él, pidiera. — ¿Si?
— Si. — Dije apenas ronca.
— estas más ronca. — Musitó chasqueando la boca y me estremecí.
Maldito... me tienes el cuello destrozado. Es lógico que este así.
Resulta que lo que había en la bolsa, era una licra negra, un suéter negro, manga larga, cuello de tortura. Una gorra ancha negra, unas enormes gafas negras y una bufanda gris ancha de seda. Sabía lo que Virgil quería, iba a sacarme a la calle. Quería que me cubriera absolutamente todo, ¡Hijo de puta!
Virgil obligó a Stefians a que fuera con nosotros. De por si tenía terror hasta del sol, de alguna manera la presencia de esa mujer me apaciguaba y Virgil lo sabía.
Dos horas después, estábamos en una casa llena de gente gozando riendo, mujeres en vestidos hermosos, otras más playeras y otras en unos diminutos traje de baños y yo aquí cubierta completamente. Estaba sentada aun lado de Virgil, que hablaba con par de hombres que se les iban la mirada a mí, creo que más por curiosidad que otra cosa. Solo podía ver el suelo y estar muy pegada de Stefians.
Trago por aquí, trago por allá. Virgil no paraba y yo solo quería huir de allí, escuchar tanta música, y ver tanta gente me tenía los nervios de punta. Estaba distraída hasta que lo vi, su mirada grisácea hermosa estaba fija en mí, surcó el salón caminando de un lado a otro, tenía un traje gris metalizado, y como siempre iba acompañado de una docena de escoltas. A su lado iba Cley.
Sus ojos grises estaban fijos en mí, mismos ojos que me habían mirado en otras ocasiones me miraban llenos de ira, tristeza, lagrimas, deseo, veneración y amor. Todos los recuerdos llegaron a mi cabeza, cuando me besaba cuando me abrazaba al dormir, cuando me decía que me amaba. Un nudo en el estómago se hizo notable. De la misma manera llegaron los recuerdos a mí... aun más cuando vi al ruso rubio.
Cley. Así se llama el asesino de tu padre.
Me tensé de pies a cabeza y Virgil se giró brusco, al ver mi actitud en seguida supo que pasaba. Acerco su boca a mi oído.
— Sácame de aquí. — susurré bajo.
— Hasta que por fin te has dado cuenta de su presencia. — me anunció y giré a verlo, sin quitarme las gafas de sol negras. Así que Zahir llevaba rato aquí y no me había percatado. — Solo quería que te viera y sufriera al verme conmigo. Tú vas a decirle tal cual lo que te diga sino... — este metió la mano debajo de la mesa y me apretó la pierna lastimada. Apretujé la mano en puño sobre la mesa, para aguantar y no gritar. Subí la bufanda. — le dirás que quieres estar conmigo. Que eres mía. Que ese hijo que llevas en tu vientre. — Me giré con fuerza encarándolo. — Es mío...
Él siempre supo del bebe.
Y aun así....
Él...
Recordé las palizas, las golpizas, los insultos... no le importó. Tomé aire, llenándome los pulmones. Ira... en mi nació de nuevo ese sentimiento.
— Maldito hijo de... — susurré y este me miró absorto. Apretó aún más la mano.
— O haces lo que te digo o te saco ese bastardo aquí mismo de un solo golpe. — Me amenazó y sentí las lágrimas inundarme sobre las gafas, lágrimas de desespero y miedo. Me tenía donde quería.
— Venus... — aquella voz tan varonil me hizo tensarme. Y Virgil se alejó de mí enderezándome. — Virgil. — dijo este en tono serio y yo solo miraba la mesa, no alzaba mi rostro. No podía. Vi a Virgil levantarse y en seguida lo hicimos nosotras. — Veo que estás pasando una velada maravillosa. — Dijo con sumo sarcasmo. Lo conocía demasiado. Sentía que esto iba a terminar de destrozarme.
— Si y si nos permite mi sultán. — Dijo este tomándome descuidada la mano, bajé la mirada al suelo. — Mi mujer y yo...
— ¡Ella no es tu mujer! —. Gruñó bajo Zahir y yo no podía ni verle la cara. Virgil me apretó la mano carraspee aclarando mi voz.
— Soy suya. — Dije sin más y un silencio se hizo presente. Este apretó aún más la mano y me tensé. No sé, si él pudo notarlo pero Stefians sí. Porque en seguida la tenía a mi lado. — Quiero estar con él... entiéndelo. — susurré muy bajo.
— Venus... — mencionó de aquella manera tan peculiar, mi nombre. — ¿Estas embarazada? —ante la pregunta me mordí el labio rompiéndolo en seguida, me cubrí con la bufanda.
— Si. Tendremos un bebe. — le respondió de una, Virgil.
— ¿Tendremos?, ¿piensas apoderarte de mi hijo? —. Preguntó con voz pesada Zahir y verlo tan calmado me preocupaba. Usualmente él era explosivo.
— tu mataste al mío... ojo por ojo, diente por diente. — Le soltó este sonriente. Apretó aún más mi mano. Y me cubrí aún más el rostro.
— Ni te imaginas.... Virgil.
— Tengo tu talón de Aquiles Zahir. — Soltó este con agresividad y comenzó a caminar llevándome con él.
— Venus... — me llamó por última vez Zahir. — ¿ya no sientes nada por mí? —. Preguntó y Virgil apretó mi mano y no pude contestar. Virgil cerró la mano en puño y a mí ya se me escurrían las lágrimas teniendo a Zahir de espaldas mías preguntando eso.
— No. Matates a mi padre, lo que sentía por ti esta... muerto. — aproveché para desahogarme. — Confié en ti... ya no siento nada. — me giré y por primera vez en mucho tiempo alcé el rostro, mirándolo fijo aunque él no pudiera verme entre tanto lente, bufanda y gorra. Si hay algo que me dolió más que los puños de Virgil, fue el rostro de descomposición de Zahir ante mis palabras y hasta ahora lo sabía. Su rostro era de decepción, de dolor. Él me había creído y yo quería morirme.
Virgil siguió su camino llevándome lejos con él. Una vez en la camioneta, aquella anciana me sobó la mano que Virgil recién había soltado, luego de apretar con suma fuerza. Virgil estaba callado y eso... eso era peor.
Una vez me bajé del auto me quede fría en la puerta del edificio, viendo la calle.
— Venus... — me susurró aquella anciana. — camina nena. — musitó amable y la seguí, entrando al lobby del hotel.
Virgil se me acercó en el camino.
— ¿Cuándo pensabas decirme lo del bebe? —. Me preguntó con agresividad y yo no imaginaba donde podía a verse enterado. Hasta que la voltee a ver a Stefians que bajó el rostro. Ella le había dicho. — no la veas, mírame a mí. — gruñó una vez nos subimos al ascensor.
— igual vas a matarme... no veo que cambie eso. — dije apenas y Virgil apretó los puños, cerré los ojos. Las puertas del ascensor se abrieron en un segundo piso y me quede estática cuando vi a uno de los conocidos escoltas de Zahir subirse al ascensor. Me conocía mejor que nadie todas sus caras prácticamente viví con ellos. Este se giró dándome la espalda.
— Alguien va a tener que correr hoy. — soltó Virgil y olvidé completamente al escolta ante aquel mordaz comentario. Usualmente cuando decía esto... él muy desgraciado me hacia correr por todo el maldito apartamento, mientras me perseguía con una correa de cuero grueso de esas que marcaban y sacaban hasta sangre.
— Señor Virgil, me permite ir un momento al lobby he olvidado algo. — Le anunció Stefians a este y él solo se encogió de brazos estaba demasiado concentrado en lo que me haría seguramente. Esta se bajó en el piso diez para devolverse. Ya en el piso 18 nos quedamos solos. En seguida Virgil me tomó por el cuello he hizo algo que jamás había hecho....
Acercó su boca, robándome un intenso beso. Atrapando mis labios contra los suyos y mordiendo de los mismos en un estado de excitación y sé que todo esto era causado por nuestro encuentro con Zahir. Jamás me había hecho nada a nivel sexual y con esto supe que vendría lo peor. Cuando despegó sus labios de los míos, lo vi apretar el ascensor deteniéndolo, yo abrí la boca ante aquello, me arrinconó contra una de las paredes y metió una de sus manos debajo de mi camisa llegando hasta mi seno, tocándolo. El cual se prensó en seguida ante el contacto.  Restregó sus caderas con las mías haciéndome sentir su bulto en mi vientre y parte del estómago. Con la otra mano me tomó el cuello y así me tenía inmovilizada. Se alejó y en seguida me bajó de golpe el pantalón, incluso la panty, sin antesala rasguñándome los muslos y yo estaba tan impactada y tan ida en mis pensamientos que no entendía que estaba sucediendo y menos con tanta rapidez.
Hasta que Virgil me hizo abrir las piernas y enterró su rostro en mi vagina, lamiéndola con un desespero notable, las manos le temblaban y yo ni muerta le decía que parara, aun ante el asco que sentía al principio. Si le decía algo la golpiza seria tremenda. Simplemente bajé mi cabeza viéndolo tan perdido en el deseo que tenía, tomé aire, llevé las manos a su cabello enterrándolas en él y empujándolo aún mas contra mi sexo.
En ese momento lo comprendí, había algo que podía usar para controlar a la fiera que quisiera, siempre lo tuve y jamás lo supe... el sexo, el deseo, la excitación. Siempre pude haberlo aplicado y jamás lo hice. Pero si con sexo iba a evitar golpiza....
Un jadeo se me escapó ante tan intensas lamidas y el hombre debajo de mí, vibro llenó de placer. Chupaba  mi clítoris y acariciaba mis labios vaginales con la lengua, los jadeos no paraban de salir, de inundar aquel lugar. Este se levantó y me puso de espaldas a él con el pecho contra el ascensor. Y no entendí porque en ese segundo, aquello era tan malditamente excitante, si hablábamos de un hombre que vivía  golpeando. Oí como se bajaba el cierre del pantalón y la intensidad y el calor en mis piernas creció y no podía entender como podía sentir placer, deseo y excitación por alguien que no fuera mi esposo.
Pero comprendí que el sexo simplemente seria sexo, placentero, lujurioso, tentativo. Me paré en puntillas cuando Virgil colocó su miembro en mi entrada y comenzó a empujar hasta dentro de mí... una y otra vez, entraba y salía, me sostuvo ambas manos colocándomelas en la espalda inmovilizándome y empezó a penetrarme de una forma arrítmica, deliciosa y placentera. Mis gemidos empezaron a ser altos junto a los de Virgil. Él no hablaba, yo no hablaba no hay manera de hacerlo. Queríamos saciarnos, buscar un estado de satisfacción que no teníamos.  Empecé a mover las caderas inquietas contra él, buscando mi propio placer e ignorando el de él, este me soltó una mano y la lleve en seguida a mi clítoris —cosa que él se dio cuenta—, tocándomelo mientras este me penetraba una y otra vez. En un momento dado no aguanté mas y me tensé de pies a cabeza ante el orgasmo arrasante que me hizo dar gritos de placer y detenerme, para más atrás escuchar y sentir a Virgil llenándome de algo caliente por dentro y fue ahí...
Fue ahí, cuando supe que había perdido toda esencia de mí.
Supe que ya yo no era yo.
Que era una sencilla marioneta de Virgil y que yo misma me daba asco y odio...
Fue allí cuando perdí todo rastro de amor propio y me tomé ira a mí misma.
Una vez que este se arregló, me subió el pantalón. Toco el ascensor y este siguió subiendo con ambos solos, Virgil no se aguantó. Ni aun así, me soltó tres puños en seguida y me arrancó la gorra tomándome el cabello con las manos, cuando abrieron las puertas en la suite, este me sacó arrastrándome por toda la sala y me dejó arrodillada en medio de esta. Escuchamos sonar el intercomunicador pero Virgil no prestó atención. Allí arrodillada vi a Virgil sacar aquella correa tan malditamente dolorosa y mostrármela como si aquello fuera un juego.
Virgil no era un maltratador de mujeres, él era un psicópata asesino torturador.
— Quítate la camisa Venus y los lentes. — Me demandó y en seguida estaba desnuda de las caderas hacia arriba. Solo me cubría un sostén los senos. Apretaba la mandíbula porque se lo que vendría. Antes de que empezara su ritual vi que el ascensor iba subiendo. Stefians venia...
Dios que llegara rápido, así él se detendría aunque sea por un rato.
Solté un grito ante el primer correazo con la evilla directo a la espalda. Y las lágrimas salieron sin antesala, ya acostumbradas. Uno, dos, tres, apreté las manos en puños cuando estaba casi en cuatro, aguantándome las ganas de pararme porque sé que me iría peor.
Quince esta vez fueron quince correazos, este la tiró aun lado de mí y vi aquella correa llena de sangre y ese líquido correrme la espalda. Algo en mí en ese momento explotó.

Aun la recuerdo. Solo tenía 6 años cuando sucedió.

¿Quién dice que los niños en ocasiones no tienen consciencia?
Recuerdo que ese dia estaba en la dirección, sentada al lado del niño que media hora antes me había levantado la falda. Él tenía un trapo blanco que estaba manchado de rojo, por la sangre que le salía de la nariz consecuencia del puñetazo que le había dado por abusador. Las manos me temblaban sin más, cuando vi a la mamá de aquel niño entrar y yo estar sola. Temblé, temblé como nunca. Hasta que llegó mamá.
— Esto no puede quedar así. — Decía la mamá de Cesar y yo solo pensaba que mamá me iba a castigar. No más cuentos, no más tv, no más helados. ¡Ay chuchito! — es una animal. — Miré a la señora y mi mamá solo la escuchaba asintiendo con la cabeza y ante el hecho de que me dijo "animal" y mama no había hecho nada, me daba más razones de saber que estaba mal. No debí pegarle. Pero ¿Por qué me levanta la falda siempre? Aigh lo odio. Hace que se me vean los shores.
— Venus. — vi a mamá pararse frente a mí y su ceño fruncido se volvió una sonrisa, su mano acarició mi cabello. La miré extrañada.
— Mami yo... — dije empezando a llorar.
— Venus. — Me dijo con seriedad y la miré fijo. — ¿Por qué le pegaste?
— él me levantó la falda.
— Venus... a la próxima le partes no solo la nariz, sino la boca y las piernas. — Dijo con severidad, la miré con la boca abierta. — si un hombre no te respeta no lo respetes. En ocasiones las ovejas deben volverse lobos. — Mamá en seguida se volteó y sentó a la mamá de Cesar de una cachetada, que sorprendió a todos. — Animal es tu hijo que si no le enseñas a respetar a las niñas terminara siendo un golpeador o en su defecto violador. La educación empieza en la casa. La carencia de valores en un hogar es la razón de delincuentes y no es culpa de él, porque es un niño es culpa de lo que ve en su casa. De ti...
Mamá me tendió la mano y recuerdo, fue hermoso y a la vez nostálgico.

Miré sobre la mesa uno de los floreros de vidrio. Se lo que seguiría, gatee hasta este y me detuvo Virgil tomándome por un pie. Me aferré de aquella mesa de adorno, cuando este me jaloneo, esta se volteó y se oyeron varios frascos romperse al caer de la misma. Vi los números del ascensor encenderse y Virgil igual. Alguien venia subiendo seguramente Stefians.

— En ocasiones Venus. Uno debe ser el héroe de su propia historia.
— ¿Por qué dices eso mami?
— Porque no siempre habrá alguien para defenderte. Tu misma deberás pelear tus guerras.

Negué varias veces con la cabeza y cuando Virgil me hizo girar, tomé parte del florero que estaba roto y al darme la vuelta le solté una patada directo al pecho con fuerza, con la pierna mala que me traqueó como si algo se fracturara, pero quizás la adrenalina me hizo olvidar el dolor. Este cayó de culo y tomé impulso para tirarme sobre él, él no lo vio venir, yo no sabía que aún conservaba tanta fuerza. Intentó detenerme pero mi mano derecha fue más rápido y aquel filo de vidrio roto paró en su pecho, en la misma zona donde estaba, su corazón. Sentí la camisa rasgarse, la presión que tuve que hacer para que entrara el filo en su piel.
En un parpadear de segundo... había apuñaleado a Virgil.
.
— Parad... — escuchaba sus gritos mezclados con los míos. — No. ¡No!
La ira me cegaba, recordé los golpes, las palabras, lo que me hizo decirle a Zahir, lo de mi bebe. Los gritos comenzaron a escapárseme sobre él llena de ira. Una, dos, tres veces subí y bajé el puñal. En realidad no recuerdo cuantas veces hice la misma acción pero cuando sonó el ascensor al abrirse yo estaba llorando sobre Virgil llena de sangre por todos lados y desconcertada. En segundos... había matado a Virgil. Un grito súper alto sonó a mis espaldas y sé que era Stefians. Solo podía llorar en un ataque de nervios.
— Yo... — tartamudee partida en lágrimas sobre el pecho de Virgil, que ya ni respiraba, ni abría los ojos, tenía los brazos tumbados. — Yo tenía que hacerlo. — Sentí las manos temblorosas de Stefians que me quitaba el puñal, que también me había abierto una herida honda en la mano. — Virgil. — Lo llamé en sollozos pero sé que no me respondería. Jamás lo haría. — Maldita sea... —susurré demasiado alterada.
— Hija...
— Él... él.... — tomé aire, temblaba de pies a cabeza. — Él me tocó... — dije sin más y sé que ella sabía que me refería a nivel sexual. Porque ya estaba molida a golpes. Cuando giré el rostro para encararla.
Stefians no había subido sola.
Me quedé en shock y abrí los ojos como platos.
Habían cinco hombres en esa habitación, que venían acompañando a... Zahir.

Y así el rey demonio salió de las comodidades de su infierno a buscar a su mujer, pero ni se imaginaba con lo que se encontraría.

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Venus (COMPLETA)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora