capitulo 24 -Ausencias

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                             * * *
Como mirarte, si la vida me enseñó que vas primero, no me importa la distancia yo te quiero, al final sé que a mi lado vas a estar.
Voy a esperarte, cuando se ama de verdad no existe el tiempo, y te juro que no es el final del cuento, al final sé que a mi lado estarás.

Sebastián Yatra — Como mirarte


                             * * *
¿Extrañarla?
Extrañar era una palabra muy corta para la falta que me hacia esa mujer. Al despertar al dormir, al comer, al llegar a casa, todo se escuchaba tan silencioso, tan solo... por Giss. Si así decidí llamarla Gissel...
Venus Gissel De Corvis Moon.
Gissel Venus Corvis Moon.
Si, los nombres no eran lo mío, pero tenía que darle un nombre. Y ese sería su nombre, además a mí me gustaba. Eso bastaba.
Giss lloraba con intensidad y muy seguido, al principio decían que era normal en los bebés, luego descubrimos que la pequeña sufría de fuertes cólicos provocados por la leche de fórmula que tomaba, y sin poder hacer nada pues no recibía el pecho de absolutamente nadie, ya lo habíamos intentado todo. En fin, los primeros tres meses con Giss fueron de tortura china, pero los más hermosos y satisfactorios de mi jodida vida.
— ¿Es en serio? — Pregunté mirándola, ella solo me hacía pucheros y caras. En cambio yo la miraba con cara de pocos amigos. — Esa minifaldita no me convence.
— ¡Déjala! — Gritó Ly desde el armario. — No es una minifaldita es un tutu y le queda magnifico.
— ¿Crees que sacaré a la calle a mi hija con un "tutu"? — Le pregunté a Ly, que venía con un listillo de flores rojas y blancas. Ella asintió varias veces. — pásenme la escopeta. — Grité y Ly carcajeo alto.
— No hagas dramas. Además... se lindo con ella. Hoy le ponen las vacunas. — dijo colocándole aquel listón y no podía verse aún más cuchi. Imposible. La cargué en mis brazos y tomé la pañalera rosa de unicornio colocándomela en el hombro.
— Quítate tea Ly, que nos vamos. — le dramaticé y Ly solo se acercó a besarla.
— Dios te bendiga bolita. — gritó cuando nos íbamos. Al bajar Cley me esperaba muy campante y cómodo. Este al igual que todos le sonreían y hacían carita a la pequeña Giss que reía de absolutamente cualquier cosa.
Aquella miniatura de criatura tenia absolutamente a todos en la casa embobados y muy en el fondo debía admitirlo... a mí.
Y aunque no hacía nada más que comer, dormir, llorar, sus necesidades, comer, dormir, dormir y dormir... tenía algo en ella enternecedor.
Una vez ya en camino, el teléfono empezó a sonar, rodé los ojos varias veces teniendo ya dormida a Giss en brazos.
— ¿Qué? — gruñí contra el teléfono. Ya sabía quién era, Dios mío cólmame de paciencia.
— ¿Cómo vas? — me preguntó Ly rápidamente.
— Sentado.
— ¡Muy gracioso!, hablo de la bebé.
- Ly, acabo de dejarte hace 3 minutos y ya me llamas, eres insoportable. — admití
— te fuiste hace diez minutos y quiero saber de Giss. Además no me digas nada que cuando yo la tengo, me llamas cada dos segundos. ¡Eres peor!
— Tu salud mental me hace dudar, cuando tienes a Giss.
— ¿What? — dijo infartada. — Lo mismo le haces a tu mamá, a Gael, a Cley, a las nanas.
— Es que ninguno tiene una salud mental bastante cuerda, para yo confiar cuando están con mi hija. — le dije tentando al diablo. No podía evitar la sonrisa al imaginarme a una Ly, enfurecida por mis palabras.
— eso o que tú eres un papá posesivo, sobreprotector y...
— Y muy, muy celoso. —  Admití y la imaginé sonreír ante eso y luego enfurecer más.
— coño no me hagas reír cuando estoy molesta. — Gruñó. ¡Lo sabía!
— Giss está dormida, ya voy en camino. Adiós.
— pero… — antes que pudiera seguir oyéndola, le colgué en seguida.
Ella enloquecía a cualquiera. El trayecto no duró mucho, inclusive cuando llegué ya me esperaban. Me encanta la eficacia. Dos de mis asistentes ya me esperaban junto a un par de chicas vestidas de enfermeras.
— Pase adelante. — No dudó en acercarse, con algo de nervios una de las enfermeras. Joven, novata y hermosa. Una rubia seguro muy estudiosa. Asentí con Giss en brazos.
Estas me llevaron a un pasillo hasta una habitación, donde recién sonaba el llanto de un bebe y los nervios me llegaron al estómago. Ya estaba acostumbrado a lidiar con Giss llorando, pero no llorar por dolor, por golpe, o inyección y estaba solo.
Y así... yo Zahir Corvis un multimillonario, forrado de dinero, poderoso, temido, arrogante, fuerte, peligroso, impulsivo. Estaba hecho una gelatina viendo como inyectaban aterradas de miedo las chicas a mi hija, porque sabían que si le hacían algo las iba a picar a ambas. Giss apenas dio un medio quejido, para empezar a llorar en seguida ya la tenía entre los brazos, buscando ese calor que conseguía conmigo con rapidez, porque no echó la llorona que imaginé.
Eso fue un alivio. Una vez terminada aquella tortura china para mí, había que continuar el día.
— Sultán. — escuché aquella voz que me hizo erizar la piel de impotencia e ira. Me giré con Giss en brazo, para ver casi en la salida del lugar a Helena y su hijo Ángel.
En seguida el recuerdo de ese día, de Venus... me golpeó la mente y nuevamente sentía un vacío y una tristeza que se atoraba en mi garganta. Ella se acercó y sé que lo hacía para ver a la niña, en seguida me erguí evitándola y lo percibió porque se quedó estática allí.
— ¡Amigo! — Gritó Ángel acercándose a mí, alegre, animado. Yo le sonreí, siempre había pensado que no tenía la culpa de todo lo que sucedía a su alrededor. Fue, es y será la victima de Helena y Virgil, cosa que cargara toda su vida. Le tendí la mano y este la chocó. — ¿Es tu bebe? — me preguntó con curiosidad y asentí con la cabeza varias veces. — ¿Y cómo se llama? — En seguida aquel niño tenía a su madre empujándolo hacia ella. Llamándolo intrépido.
— Gissel. — le dije y el a pesar de tener a su mamá regañándolo, me sonrió. — Amigo...  —este asintió varias veces, mientras Helena lo empujaba hacia dentro del lugar. Ella empezaba a evitarme y tratarme como debía... con miedo. Como debió ser siempre, con respeto.
Me dirigí directo a la oficina.
Mi oficina que era lo más elegante y seria, terminó llena de biberones, juguetes, iluminación y una cuna al lado del escritorio. Era muy cierto que había contratado nanas, pero estas se quedaban con Giss cuando debía viajar, pero el resto del tiempo la niña no estaba lejos de mí y eso conllevó acondicionar mi lugar de trabajo, para poder traerla conmigo siempre.
Y así fue... no faltaba quien dejará regalos a la pequeña niña con mis recepcionistas que todos los días estaban llenas de lazos y regalos, era de alguna manera magnifico ver que tanta gente le interesaba la niña más allá del hecho de ser mi hija, todo consecuencia de que una de las recepcionista se la llevó un dia, pues estaba interrumpiéndome en medio de una conferencia con unos asiáticos y la paseó por toda la empresa. Así que la castaña de Giss con sus enormes ojazos grises tan idéntica a mí y el rostro tan hermoso como el de su madre, había ganado el corazón de más de una y uno por ahí que no desaprovechaban cuando podía acercársele o regalarle cosas.
Entonces lo comprendí...
Comprendí cual era el miedo irracional e insano que en ocasiones tenía Michael con Venus. Era hermoso ver que mucha gente quería a tu hija, pero también aterrador que tanto ojos y tantas manos intentaran acercarse a ella y observarlos, verla idolatrados cuando era una niña indefensa. Ya había vivido demasiadas cosas con Venus y tan siquiera pensar que podía sucederme con Giss me atemorizaba.
Venus... tan siquiera pensar en ella, sentía el nudo en la garganta y esas ganas de llorar amenazantes me atacaban. Pensar en ella era hermoso pero tan doloroso y difícil. La única razón por la que seguía en pie era Giss, si no, no estuviera en pie, sino perdido entre algunas piernas, licor y drogas intentando olvidar lo que no se podía olvidar.... Venus.
Iba todos los días un rato en las noches, cuando todos dormian y Giss estaba profunda dormida. Tomaba mi auto y me iba, Me sentaba frente a ella y allí duraba horas mirándola. Tocándole las manos, ella no empeoraba pero tampoco mejoraba, seguía en el limbo y yo sin poder hacer nada.
Y lloraba... lloraba sobre ella por horas, a solas, en silencio. Solo ella y yo.
Una vez en la oficina, ya Giss estaba acurrucada en su cuna dormida, cuando un golpeteo me llamó la atención. Era extraño que las recepcionistas no anunciaran la llegada de nadie y supe quién era.
Ella abrió la puerta con suma suavidad, no pude evitarlo, la observé de arriba abajo, venia metida en unos altos tacones rojos como ella sabía que me encantaban y un vestido suelto negro, tenía un moño alto puesto y un collar de perlas a juego con sus zarcillos. Se veía muy elegante, formal, imponente cosa que ella sabía que me mataba. Algo que no obtenía con mi esposa pero ella sabía dármelo. Y yo, odiaba eso...
— Sultán. — Entró mirando el suelo hasta que su mirada se encontró con la mía y la vi estremecerse, aun provocaba cosas en ella y seria así siempre. Me lo había ganado a pulso.
— Keila... — musité con voz baja. — ¿A que debo tu grata visita? — Dije con total sarcasmo y sé que lo notaria.
— Antes te gustaba que viniera. — Dijo ella con el ego herido y solo hasta ese entonces se percató de la cuna y del cambio brusco de la oficina, miró todo anonadada y en seguida sus ojos se posaron en la cuna. Se me erizaron los vellos de los brazos en signo de alerta. La vi dar un paso hacia la cuna y no pude evitarlo.
— Quieta ahí... — le gruñí y la vi detenerse tensándose.
— Solo quiero conocerla. — insistió y negué sonriendo, para sacar mi pistola y colocarla sobre la mesa.
— Creo que no oíste lo que te dije. ¿Te lo repito? — pregunté, ella me miró y luego a la pistola sobre el escritorio.
— ¿Crees que le harina algo a tu bebe? — Preguntó alterada. — ¿Me estas tomando por…?
— No te quiero cerca de mi hija. Es todo. — anuncié en voz alta. — ¿A qué has venido? — pregunté de nuevo. — estoy demasiado ocupado.
— Pensé que querías compañía. — me musitó con tono cariñoso. Si hubiera sido en otra época ya la hubiera tenido contra el escritorio desnuda. Pero vaya sorpresa, las emociones y sentimientos pueden más que la misma excitación. Solté una risa.
— Entonces ¿Creíste que como Venus está en coma, y estoy solo voy a caer? — pregunté divertido y la vi enrojecer de ira. — No necesito compañía. No estoy necesitado de sexo. Porque lamentablemente es solo lo que puedo obtener de ti... sexo.
— Sexo que ya no te puede dar tu casi muerta esposa. — Soltó con odio y veneno. Sonreí asintiendo.
— Y aun así, ella sigue siendo más importante para mí que tú. — le corté sin más. La vi tragar saliva. — Una vez me preguntaste, ¿Por qué la preferí a ella?, te lo voy a responder: Me dio una hija, me demostró que era una mujer firme, fuerte, decidida, una excelente amante, una genial compañera y la única que pudo llenar el vacío que nadie llenó. La única mujer que tuvo el coraje de pararse al frente y decirme las cosas sin importarle quien era. La única mujer que más que quitarme la ropa, pudo desnudarme el alma. Por esa y muchas más razones fue que la elegí, fue de la que me enamoré, y aun si muera en cualquier momento. Sera mi esposa y la madre de mi hija y ni un par de hermosas piernas como las tuyas me harán cambiar de opinión. — Me crucé de brazos. — Con esto quiero decirte que quiero que te mantengas alejada de mi hija, de mi casa y de mí.
— Yo te amo. — Me anunció con lágrimas en los ojos. — ¿Es que no puedes verlo?
— Si. Gran parte de culpa fue mía. — debía admitir. — Y no me gusta verte llorar. — En realidad no me gusta ver a ninguna mujer llorar.
— ¿Cómo quieres que esté? — me gritó llorando y me levanté, la vi dudar, la vi quedarse estática. Asustada.
— Keila, entiende esto. Eres una mujer hermosa, eres inteligente, imponente, sensual, elegante y tienes un gran futuro por delante. — Tomé aire. — Cualquier mujer desearía ser tú y cualquier hombre desearía estar contigo. No te enfrasques en mí.
— ¡Yo te quiero a ti!  — Me dijo con terquedad. Negué con la cabeza.
— Keila. Es hora de que entiendas. Yo estoy casado, yo tengo una hija, yo tengo una espo....
— ¡Una muerta! — me gritó y yo apreté los puños, intentando mantener la paciencia.
— Entonces tu... solo obtendrás los desperdicios que dejará Venus. — sonó una voz imponente en aquel lugar. Una voz femenina, mi vista cayó sobre aquella mujer vestida extremadamente elegante, de blanco con un enorme sombrero italiano. Keila la miró confundida. Ella ni tenía la mínima idea de quien era. — Estas comportándote como una vil rata, esperando que alguien más tire la comida para rasgar los desperdicios en la basura. — le dijo en tono neutro. — Y eso dice mucho de ti como mujer.
— ¿Quién es usted?
— Una mujer tan elegante y preparada como tú. Que te dará un buen consejo. Ese hombre… —dijo señalándome con sus guantes blancos. — es de los hombres que cuando se enamora es para siempre, eso conlleva a que si te quedas con él, todas las noches te hará el amor,  que pensará en otra, que añorará a otra y que todas las noches llorará por otra... y no te lo digo porque soy su madre y lo conozco. — ante aquello los ojos de Keila se abrieron grandemente. — te lo digo porque he escuchado cosas de ti, y por lo que me dice Zahir eres una mujer magnifica pero no la que él quiere. Contra eso no puedes hacer nada querida. — dijo aquella anciana y le dejó la puerta del despacho abierta, haciéndole un gesto para que se fuera.
Por esa puerta salió una Keila destrozada en lágrimas y muy en el fondo a mi también me había dolido, quizás porque no podía dejar de saber que parte de todo esto fue culpa mía, no podía olvidar que esa mujer fue la primera en hacer que le diera flores, que planeara citas y no dejaba de ser hermoso. Ella era la adecuada pero no la que amaba y ante eso no podía hacer nada. Ella merecía a alguien que pudiera entregarle lo que ella necesitaba y claramente no era yo.
— ¿Qué haces aquí? — Pregunté con tono serio y ella bajó el rostro. Eso solo significa algo y ese algo era... algún problema. — ¿Mamá?
— Ay Zahir, estoy tan asustada que hagas alguna locura. Necesito que me prometas que tomaras todo con cabeza fría.
— ¿Por qué debería mantenerme calmado?
— ¡Ay dios!, ¿Cómo te lo digo? Pasó que...
                                                       

                                 * * *
Dos horas más tarde.
— ¡¿Cómo cojones quieres que me calme?! — le grité al doctor directo a la cara, mientras lo sostenía por el cuello, Cley y otros tres guardaespaldas más intentaban apartarme de él.
— Sultán, ¡Suéltalo! — me gritaba Ly, intentando apartarme también de él.
— Hijo por amor a cristo. Cálmate.
— ¿Calmarme? — les grité a todos. — Están locos.
— ¡Suéltalo! — me gritó mi madre ya desesperada. Y le di un empujón al doctor.
— No sabemos que pasó. La seguridad jamás fue interrumpida. — se explicó.
— Stefians está muerta. — Le gritó Ly, llorando en un ataque de nervios. — ¿Cómo puedes decirnos eso?

Caminaba de un lado a otro, inquieto sentía la vena del cuello a punto de estallarme de lo acelerado que estaba. ¡Esto no podía pasarme!, ¿Quien habría sido el cojonero esta vez?, ¡Dios mío!, no tenía ni la menor idea de cómo hacer esta vez. No podía volverme loco., antes no me importaba irme a matar con quien sea, pero esta vez me lo pensaba hasta dos veces y la razón era obvia... Giss.

— ¡¿Cómo demonios se pudieron llevar a Venus de aquí?! La desconectaron, aun cuando ella no podía respirar por si sola. ¡Explíquenme!


Y nuevamente el rey demonio, había perdido su tesoro más preciado. Su adorada Venus. Dispuesto, a cruzar el mismísimo purgatorio por ella y arrastrarla a su infierno con él.

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Venus (COMPLETA)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora