El temor constante es que suceda algo que acabe con la continua felicidad del último tiempo.
Los nervios desean abandonar mi cuerpo, sé perfectamente que no es para pedirle la entrada a mi padre pero igual me encuentro en un estado de nerviosismo al imaginar en mi mente que los dos hombres que más me han importado en la vida, entablen una conversación aparte de los temas médicos.
-Tranquila perra que no le van a pedir la mano a tu padre -comenta Baricevik mirándome de reojo mientras termina de acomodar la ropa en su mochila, luego de esto cierra el zipper.
-Lo sé, estúpida pero temo que mi padre esté sospechando -Ladeo mi boca alzando la mirada de mis sandalias.
-No lo creo -dice pensativa-. Lo más que puede creer es que son muy amigos. No te preocupes, aún no se dará cuenta de tus zorradas -Me guiña el ojo y un segundo después, el timbre suena.
El corazón dificulta los latidos por dos razones obvias. Mi mejor amiga sin pensarlo, me lleva a rastras hacia aquella sala, mi papá abre el portón, se dan un apretón de manos, entran ambos por la puerta principal mi papá después de él al haber cerrado el portón, y nuestros ojos se conectan sin evitarlo.
-Hola Natza -me saluda él con su típica sonrisa: hermosa.
-Hola Allan -Le devuelvo el gesto.
Cuando retiro mi mirada de él, la poso en mi padre el cual nos está mirando con entretenimiento y minuciosamente.
-Siéntese, doctor -Señala el sofá con su mano-. Está en su casa.
-Gracias, Don Geovanni.
Mi padre se sienta al frente mientras nosotras nos quedamos de pie bajo las escaleras esperando que todo suceda, bueno, el pedirle permiso para salir.
-¿Cómo se encuentra, Don Geovanni? -Allan decide romper los diez segundos de silencio.
-Bien gracias a Dios y ¿usted doctor? ¿O ya lo debo llamar Allan? -pregunta mi padre serio con los ojos entrecerrados y los brazos cruzados.
Pero ¿qué demonios te sucede papá?
-Siempre me ha podido llamar Allan, Don Geovanni -Sonríe cortes.
-Está bien Allan -Descruza los brazos y cambia el semblante-. A lo que vinimos. ¿Cuál es el plan?
-Iremos a Puerto Viejo, saldremos de ahí a las seis de la tarde para que Natza no se serene mucho.
-¿La playa no le hace malo? -consulta papá.
Allan niega con la cabeza.
-Bañarse en el mar y con una herida reciente y profunda sí no puede, pero estar allí no le afecta.
-Muy bien, Allan. Mi hija queda en tus manos -Lo mira directamente a los ojos durante algunos segundos, luego se dan un apretón de manos y posa su mirada en mí-. ¿Llevas abrigo para más tarde?
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Cerca del cielo. ©️ #GA2018
Romansa¿Qué pasaría si un día estuvieras dándote un baño y sientes una masa circular y de un tamaño no adecuado en alguno de tus pechos? Miedo. Miedo es lo que sintió Natzareth aquella tarde en que abrió paso a dos caminos. Dos caminos que la pueden hacer...