Capítulo 3: La imprevista espera

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Una vez terminada la pesadilla, Calandria suspiró aliviada al ver que todo seguía normal. El mismo bosque, el mismo mundo. No había sido alterado ningún factor que la rodeaba en su día a día. Los campesinos observaban a la joven guerrera, intrigados y preocupados, pues estuvo varios minutos desmayada. Sin embargo, no la transportaron al sacerdote o al clérigo más cercano, ya que las miradas que clavaban en la muchacha irradiaban la misma duda: ¿quién era esta joven y con qué propósito ha venido a Suramei?

Calandria continuó talando árboles como si nada hubiera pasado. El sol estaba saliendo por el horizonte cuando comenzó a cortar árboles. Tronco tras tronco, rama por rama, la muchacha trabajó arduamente hasta que las primeras estrellas poblaron nuevamente el firmamento. Para esta altura del día ya había conseguido la cantidad necesaria para fabricar una barca.

Trasladó como pudo la leña al taller de aquel carpintero que prometió darle una mano para construir la barcaza. Al llegar, supo que era tarde por la posición en que se encontraba la luna, vestida de marfil. De todos modos, la joven guerrera tocó la puerta del taller lo suficientemente fuerte para que el viejo, quizá dormido, la oyera. Esperó varios minutos y volvió a tocar, ya que no obtuvo ninguna respuesta. Sucedió lo mismo y tocó varias veces, pero nada pasó.

—Si este anciano no piensa salir, me quedaré aquí esperando hasta que ponga un pie fuera de su taller. No conoce el tamaño de mi perseverancia.

Así fue como la muchacha se sentó delante de la puerta y no se movió durante largas horas. Finalmente, el cansancio la tomó del todo y cayó rendida al piso del sueño.

Al amanecer, un campesino despertó a Calandria al ver que dormía en un lugar poco usual. Luego de despertarla, le preguntó:

—¿Qué haces aquí en la puerta del hogar del viejo Eranthir?

—Me prometió que si talaba cierta cantidad de leños, me haría la mejor barca que haya construido. La necesito para un propósito personal.

—Pero Eranthir salió de su casa hace días y no ha vuelto. Se rumorea que un grupo de bandidos lo secuestró cerca de la salida de la ciudad.

—¡¿Qué demonios has dicho?!

—Es lo que has oído, muchacha. Lo negativo de este suceso es que el único carpintero por estas tierras era él.

—¡Habérmelo dicho antes! Mi espera fue totalmente en vano entonces. ¿Alguien se ha dignado en rescatarlo?

—No, pero sé que unos vecinos fueron a pedir ayuda a nuestros líderes pero se refugiaron en la excusa de que tienen muchos otros problemas más relevantes para preocuparse de esto.

—Entonces, si nadie toma acción, yo misma iré a salvar al anciano. Necesito su ayuda para marcharme de aquí.

Calandria se levantó y le encargó a este campesino que cuidara su leña por cierta cantidad de monedas. Luego de esto, la joven guerrera, guiada por sus desarrollados sentidos del olfato y de la vista, comenzó a rastrear las pistas que podrían llevar al carpintero. Pasó horas y horas buscando rastros de Eranthir y los bandidos, pero poco fue lo que halló. En la tarde, la muchacha se encontraba en las cercanías de las Costas de Rhagnark. Se sentó debajo de un viejo roble para analizar la situación en la que se hallaba.

“¿Por qué querrían unos bandidos a un carpintero de avanzada edad? ¡Al menos hubieran esperado a que construyera mi barca! Parece que algo se interpone en mis objetivos. En fin, será mejor que siga buscando…”

El origen de una guerreraDonde viven las historias. Descúbrelo ahora