Capítulo 19: Murmuros

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Calandria pasó varios días hasta llegar a Tiama. Tuvo que pasar por las peligrosas islas Rakj, navegar en contra de los fuertes vientos del Norte y soportar las violentas olas que arrastraban su barca por doquier. Tras tolerar los fenómenos que se le presentaban en su rumbo, la muchacha logró llegar a destino. 

Como era de esperarse, la joven guerrera sintió un terrible frío penetrando en sus huesos, pero gracias a unos abrigos cálidos del sastre de la ciudad, Ildred, Calandria pudo explorar el pueblo tiamano sin tiritar. Conoció a algunos habitantes, sus costumbres y sobre su llegada al continente de Annkör como simples humanos que huían de sus tierras hasta la reciente aparición de los dioses tiamanos Jörthul, Zemut y Yhûzar.

A la muchacha le llamó la atención la pureza de estas tierras gélidas. Luego de conocer la ciudad, partió a las afueras del mismo para visitar al místico Bosque Helado y las famosas Minas Kirle. Tuvo alguna que otra cruza con lobos invernales y huargos de la nieve, pero no fueron problema alguno para ella y su corcel Brigos. "Es interesante remarcar que esta región del mundo es el único que posee nieve y hielos. Aunque, es raro a la vez que pocos se hayan atrevido a intervenir en su historia y su magia" pensó la joven guerrera. 

Asombrada por tanta belleza congelada, la muchacha regresó a Tiama para pasar la noche allí. Era muy tarde para zarpar en su barca. El sacerdote de la ciudad le ofreció comida y techo en el monasterio tiamano como invitada de honor. Para los pueblerinos de la ciudad fría, recibir a un elfo era maravilloso ya que admiraban de manera formidable su sabiduría. 

Cuando la joven guerrera estaba a punto de sumirse en sueños, oyó a algunos monjes murmurar afuera de su habitación. No solo por esto Calandria no pudo dormir, sino también porque sobre lo que hablaban le generaba intriga.

—Le hemos dicho miles de veces que no debía jugar con sombras de otros mundos. Ahora deberá enfrentar las consecuencias ese viejo enano.- dijo un monje.

—No creo que sea buena idea dejar a nuestro líder a la deriva, ¡Sakara y sus tropas lo hallarán y lo harán trizas!- respondió otro.

—Pues, si ese viejo tonto no hubiera hablado sobre nuestra secta y nuestros dioses quizá no estaría prófugo, ¡ni siquiera hubieran aparecido aquí en la Tierra nuestras deidades!

—Puede ser... ojalá Garveloth no desee sacar a la luz sus poderes con el arma secreta que yace en el corazón de nuestro continente para derrotar a su antiguo aprendiz y sus servidores. Todo sería destrucción y muerte por doquier si eso llegase a suceder. 

—Lo único que resta es esperar, hermano. Uzlak debe ser encontrado antes de que aquel vil monstruo desate una catástrofe en el Plano Real.- el monje suspiró y continuó hablando: -Si nuestro líder hubiera pactado prudentemente la protección de Annkör con el ser más poderoso del Inframundo, nada de esto hubiera pasado.

Siendo estas las últimas palabras que Calandria oyó, se decidió por irse a dormir. Anotó lo oído en su diario de viajes, por si las moscas. Sabía que algo grande y peligroso estaría por ocurrir pero, desde el desconocimiento que la muchacha poseía sobre lo que hablaban los monjes, no podía predecir qué podría aguardar en el futuro para el continente de Annkör.

Al día siguiente, por prevención, la muchacha partió rápidamente de las tierras heladas. No deseaba presenciar las catástrofes que los monjes decían que le deparaban al gélido continente. Es por eso que tomó su brújula y la calibró para ir hacia el Este, hacia la polémica ciudad de Arghâl.

El origen de una guerreraDonde viven las historias. Descúbrelo ahora