Capítulo 20: El Imperio

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Habiendo navegado por el peligroso acceso al Fuerte Caótico y las islas perdidas, Calandria a los pocos días de estar en alta mar divisó tierra. Según el mapa del Trotamundos y su brújula, indicaban que la ciudad de Arghâl se encontraba no muy lejos de su ubicación. 

Minutos más tarde, la joven guerrera ya se encontraba en el puerto charlando con algunos aventureros y exploradores para informarse sobre la situación de la ciudad. Al parecer, se mantenía neutral pero nadie sabía qué iba a pasar: si el Imperio desearía retomar Arghâl o si Mhorkvel desde lo más profundo planea un ataque para recuperarla antes.

Partió con su caballo Brigos para recorrer la ciudad y hablar con su gente. Hace poco la ciudad había sido reconstruida nuevamente, pero no había bando que ocupe la ciudad, por lo tanto el pueblo arghâliano se mantenía libre hasta quién sabe cuándo. 

—Esta ciudad fue tantas veces construida y destruida que ya estamos acostumbrados a vivir bajo fuego.- dijo una campesina que hablaba con ella.

La muchacha observó atentamente a los habitantes de Arghâl. Los veía trabajar y caminar decididos, con la frente en alto sin importar la raza o la profesión. “Este es el tipo de pueblo que se necesita en el Plano Real, un pueblo que, sin importar las consecuencias de los que manejan el mundo, sepa caerse y levantarse solo” pensó Calandria.

Admirada por las actitudes y la hospitalidad de los ciudadanos, la joven guerrera no tuvo nada más que explorar ya que Arghâl no era tan grande debido a las guerras que normalmente sucedían allí. Es por eso que solo le tomó dos días conocer el pueblo y luego partir hacia su último destino. Ya habían pasado 8 meses desde que la muchacha había tomado su barca, su corcel y partido a navegar por el mundo. Definitivamente, ella había crecido mucho no solo como elfa y bardo, sino también como persona. 

“Si todo marcha bien, Banderbill es la última ciudad que me toca visitar” supuso la joven guerrera. Tomó el mapa, encaminó a Brigos hacia el Oeste y salió hacia los suburbios de Arghâl, una zona bastante peligrosa para quien pasase por allí inocentemente. Sin embargo, la muchacha se lanzó igual a cabalgar sin temor alguno.

En su camino a la capital imperial, un grupo de tres maliciosos renegados la interceptó, desafiándola a una batalla. Luchó con todas su fuerzas, pero no bastó para terminar siquiera con alguno de los tres. De repente, una figura resplandeciente apareció detrás de estos renegados, atacándolos con su espada y recitando conjuros que le parecían muy familiares a Calandria: eran hechizos élficos de clérigo. 
Este extraño clérigo logró acabar con la vida de aquellos tres maleantes en un segundo y, luego de envainar su espada, este le tendió su mano para levantarla del suelo, ya que Brigos se atemorizó y la hizo caer. 

—¿Está bien, muchacha? Permitame ayudarle.

Luego de levantarse con ayuda del elfo, Calandria lo miró extasiada, como si al ver en los ojos del clérigo algo hubiera cambiado en su interior, como si una chispa hubiera alumbrado su alma y encendido el vigoroso fuego del amor.

—Gracias por salvarme.- dijo la joven guerrera, algo ruborizada. –¿Quién eres tú?

—Soy Rosbeirul Inastir, Senescal de la gloriosa Legión de la Luz. ¿Y cuál es tu nombre?

Aún más ruborizada por la sonrisa encantadora del elfo, la muchacha respondió casi balbuceando:

—Calandria… mi nombre es Calandria…

Una vez montada en su caballo, la joven guerrera no pudo evitar sentir amor por Rosbeirul. Este acto heroico definitivamente cautivó su corazón. “Nunca jamás me he sentido así, ni nunca nadie ha hecho algo tan bello como salvar mi vida” pensó Calandria. 

Camino a Banderbill, el clérigo le habló a la muchacha sobre esta Legión de la cual era Senescal. “Somos un grupo de soldados imperiales y miembros de la Sagrada Orden destinados a mantener unido y en paz al Imperio sin importar las razas que lo conformen, ser leales a las virtudes de la justicia y la paz, y por sobre todas las cosas, ser fiel a la Emperatriz Cliara Lakhar, al Imperio mismo y a sus ciudadanos.” decía Rosbeirul. Luego de oír toda la explicación que el elfo le había dado sobre la Legión de la Luz, la joven guerrera quedó bastante satisfecha y sintió simpatía por todos los objetivos e ideales que esta Legión tenía. Ella siempre buscaba lo mismo: paz y justicia ante todo.

Pasaron varios minutos hasta que los dos elfos arribaron a los barrios bajos de la capital imperial. Al ver la humildad que había entre los campesinos allí y el respeto que se tenían, Calandria decidió que quizá allí residiría algunos días hasta decidir qué rumbo tomaría su vida ahora que conoció el mundo.

Antes de despedirse, la muchacha y Rosbeirul se dijeron algunas palabras más:

—Veo que eres bardo y que, aunque hayas estado acorralada por aquellos asquerosos renegados, luchas bien. ¿Te interesaría formar parte de las filas de la Sagrada Orden? Quizá hasta puedas entrar a la Legión de la Luz, si quieres.

La joven guerrera se sintió asombrada ante la pregunta del clérigo, y también eufórica porque sabría que esta no sería la última vez que pasarían tiempo juntos. No obstante, le pidió al elfo que le diera tres días para responder su invitación: si bien su corazón ardía de pasión por Rosbeirul, necesitaba primero elegir un camino que seguiría toda su vida.

Cuando Calandria le respondió esto, el Senescal sonrió y dijo que respetaba su decisión. “Ojalá acepte, deseo fervientemente conocer a esta hermosa dama. Sé que no solo debe ser buena luchadora sino también excelente mujer” pensó Rosbeirul.

La muchacha pasó tres días en la casa de unos campesinos en la que generosamente la invitaron a hospedarse. Tuvo tiempo de coser sus ropas desgastadas por el tiempo de estar en alta mar, de limpiarse y de dar de comer y beber a Brigos. En las noches escribía en su diario lo que había sucedido en los últimos días, sobre Arghâl, sobre la lucha en los suburbios del mismo, sobre barrios bajos y sobre Rosbeirul. Cada vez que la joven guerrera pensaba en él, su corazón ardía de pasión. Definitivamente, Calandria estaba enamorada.

Finalmente, en un frío amanecer, la muchacha partió con sus mejores vestiduras y con Brigos hasta el Distrito Real. En su mente, la decisión estaba hecha. “Este es el momento. Seré lo que mi padre no pudo ser. Aunque él lejos esté de la razón, yo haré que su sueño se haga realidad. Seré soldado de las tropas imperiales.” pensó.

Llegó a las puertas del Palacio de Banderbill, los guardias la miraron detenidamente por un momento y luego la dejaron pasar. Bajó de su corcel y abrió las puertas del Palacio sorpresivamente, haciendo que todos los que estaban presentes allí, incluyendo a la mismísima Emperatriz Cliara Lakhar, se dieran vuelta.

Con voz enérgica, la joven guerrera entró con paso firme, se detuvo en medio del majestuoso salón y habló en dirección a la Emperatriz, quien todavía la miraba asombrada:

—Cliara Lakhar, yo, Calandria, la joven guerrera, me presento ante ti como una humilde barda que desea honrosamente formar parte de las filas de la Sagrada Orden. Y si es necesario, pasaré cualquier prueba que desafíen mi valentía y lealtad hacia el Imperio.

El origen de una guerreraDonde viven las historias. Descúbrelo ahora