Capítulo 24: El entrenamiento

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Luego de la ceremonia de investidura, Calandria se dirigió afuera del Palacio a buscar a Gwendelym. La pequeña estaba esperando sentada contra una de las paredes del edificio. 

- ¿Cómo estás, Gwem? -preguntó la joven guerrera. 

-Nunca me llames así. No tienes la confianza suficiente para ponerme apodos, ni mucho menos decirme Gwem. -dijo recelosa la niña. -Vine a buscarte porque quiero que me entrenes, nada más ni nada menos.

-Ah, entonces te decidiste y quieres que sea tu tutora finalmente... -contestó Calandria de manera burlona.

-¡Sí, pero nada más! Como te he dicho antes, yo me las puedo arreglar muy bien sola. Solo quiero mejorar mis tácticas de combate. -respondió irritada Gwemdelyn.

-Bien, si deseas que te enseñe todo lo que sé, primero deberás cambiar tus modos, porque así de arrogante y soberbia no conseguirás nada. -afirmó la joven guerrera.

Todavía con algo de desconfianza, la chicuela asintió. Calandria le dijo que empezaría su entrenamiento al día siguiente en los bosques de las afueras de Banderbill, justo cuando comenzara a amanecer. Le pidió que trajera su equipo de combate usual: su arco, sus flechas y su daga.

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El primer día de entrenamiento estaría enfocado en conocer las habilidades naturales de Gwendelym. "Necesito saber con qué conocimientos y talentos viene esta niña, de manera tal de aprovechar los que son buenos y trabajar los que sean malos o insuficientes", pensó la joven guerrera.

Es por esa razón que, apenas se presentó Gwemdelyn a entrenar, Calandria decidió esconderse para que no la viera. La muchacha se ocultó detrás de unos arbustos, y tenía en su mano unos dardos. El primer desafío sería probar la observación de Gwem ante la adversidad.

"¿Dónde está esa barda? ¿Estará llegando tarde? Menuda tutora me ha asignado el Trotamundos...", pensó la pequeña. Al verla tan distraída, la joven guerrera le lanzó un dardo desde su arbusto. 

-¡Ouch, eso dolió! -gritó Gwemdelyn. -¡Quién quiera que seas, sal de ahí y ven a darme pelea!

Calandria rió por lo bajo y continuó oculta en el arbusto. Esta vez, se escabulló y se movió de lugar, ahora estaba detrás de un árbol. Su aprendiz seguía sin encontrarla. La joven guerrera le volvió a lanzar un dardo para ver si reaccionaba. 

-¡Ya basta! ¡Te arrancaré la cabeza con mis propias manos, quienquiera que seas! -dijo Gwem enojada.

Sin poder aguantar más la risa, Calandria soltó una pequeña carcajada y continuó lanzándole dardos a la pequeña. Se movía de arbusto en arbusto, de árbol en árbol, y la jovenzuela todavía no conseguía descubrir quién estaba atacándola desde las sombras. Sin embargo, cuando Calandria pisó sin querer una ramita queriéndose esconder en otro lado, Gwemdelyn giró automáticamente su cabeza y tomó su arco y sus flechas. No tardó ni un segundo en apuntar y tirar contra la pierna de la joven guerrera. Al recibir el flechazo, la joven guerrera aulló de dolor y cayó al suelo.

-¡Demonios que tienes puntería, niña! ¡Pero no tienes nada de observación! Si en vez de dardos te hubiera atacado con dagas o flechas, ya estarías muerta. -gritó Calandria.

Al ver tirada en el suelo a su tutora, Gwem se apresuró a socorrerla. 

-Y si tu no hubieras jugado a las escondidas, quizás no te hubiera herido. ¡Mira, no llevas ni un día como soldada de la Sagrada Orden y ya te han lastimado! -bromeó la pequeña.

-Con que eres graciosa, ¿eh? -dijo la joven guerrera. Instantáneamente, Calandria sacó sus nudillos de plata e intentó atacar a Gwem. Ésta respondió bien al ataque y se defendió. 

-No bajes la guardia nunca, chiquilla. Incluso estando malheridos, los enemigos pueden infligirte daño. Ahora, ven y sácame esta flecha. -le pidió la joven guerrera a su aprendiz. 

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Pasaron varios meses, y Gwemdelyn se volvía cada vez más hábil en combate. Calandria había utilizado algunas estrategias que su propio maestro le había enseñado: la asignación de misiones, la lucha con varias criaturas feroces, e incluso viajes de reconocimiento por todo el continente de Oderon. 

En el medio, la joven guerrera ya había comenzado sus tareas como soldada de la Sagrada Orden. La emperatriz la envió a patrullar las calles de Banderbill y de los Barrios Bajos, algo bastante básico y normal para un integrante de rango bajo en el ejército imperial. También realizó algunas encomiendas, llevando mensajes especiales a los gobernadores de los distintos pueblos imperiales. 

Sin embargo, Calandria había podido luchar por primera vez como soldada del Imperio cuando salvó a una campesina que estaba siendo atacada por unos bandidos en las afueras de Ullathorpe. Desde ese entonces, los superiores de la joven guerrera empezaron a tenerla en cuenta para misiones más importantes, dado que la habilidad de Calandria en el combate era singular. Quien sabía del talento de la muchacha mejor que nadie era Rosbeirul.

En una oportunidad en la que cenaron juntos, el comandante le preguntó a Calandria:

-Querida, tienes que participar más en la vida del Imperio e involucrarte en nuestras batallas. Es más, durante los próximos días nos estaremos embarcando hacia Nueva Esperanza para impedir un ataque caótico allí. ¿Qué dices, vienes conmigo? -le preguntó el elfo.

-No creo que pueda, justo los próximos días llegará Gwemdelyn de una misión que le encargué para su entrenamiento. -lamentó Calandria.

-Oh, qué mal. Bueno, será la próxima vez, supongo -dijo Rosbeirul, algo decepcionado.

Una vez que Gwemdelyn regresó con la misión cumplida, la joven guerrera fue a recibirla. Tenía que derrotar a una manada de lobos que estaba azotando el hogar de un ermitaño, al sur de Nix, y traer al menos dos de sus cabezas.

-¡Lo he conseguido, Calandria! ¡Aquí te traje las cabezas de esas horribles criaturas! -le contó alegremente la pequeña a su tutora.

En realidad, Gwemdelyn ya no era tan pequeña: pasaron dos años desde que comenzó su entrenamiento. Ya no era la niña de 12 años que sobrevivía sola en el bosque: ahora cazaba animales y los intercambiaba en el mercado de Banderbill por monedas o mejoras para su equipo de combate. También Calandria le ofreció un espacio en su hogar, ubicado en los Barrios Bajos de la capital imperial.

-Bien hecho, jovencita. -contestó la joven guerrera. -Seguramente estás agotada por tu viaje, así que te sugiero que vayas a casa y descanses. 

-¡No estoy cansada, para nada!  Quiero comenzar a entrenar con personas reales, ya no quiero combatir criaturas. ¿Podemos hacer eso mañana? -preguntó Gwemdelyn.

-Claro, no hay problema, siempre y cuando te repongas y duermas. Necesitas energía para luchar. En fin, vete a descansar. Buenas noches, Gwemdelyn. -respondió Calandria.

-Puedes llamarme Gwem si quieres. Adiós, Calandria. -dijo la muchacha.

El origen de una guerreraDonde viven las historias. Descúbrelo ahora