Capítulo 10: Barek

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Luego del duelo, Calandria y el viejo bardo caminaron por el puerto de Rinkel. Este último necesitaba saber más de ella para comenzar a entrenarla. Es por eso que en su mente planeó cuidadosamente cada detalle de su estrategia para con ella: lo que debía enseñarle, lo que debía aconsejarle, lo que debía informarle. Este anciano sabía cosas de Barek, muchas más de las que su amante le dijo a su hija.

Mientras iba pensando, un silencio incómodo se apoderaba entre la joven guerrera y el bardo. Lo único que había entre ellos era el rechinar de las húmedas tablas del puerto de Rinkel que sonaban cada vez que pisaban. Es por eso que la muchacha interrumpió estos ruidos y le preguntó:

—Con que… tú conociste a mi padre. Pero, si mi padre formaba parte de las filas caóticas, ¿por qué no eres uno de ellos?

—Es una larga historia, pero creo que hay tiempo para que la escuches.

Intrigada, Calandria sumió su total atención a las palabras del bardo. La noche se hacía presente en la ciudad del desierto y la luna era la única que iluminaba el caminar de ambos, ella y el anciano. Sin embargo, ni el horario ni el ambiente preocuparon a la muchacha, quién ahora solo oía la historia de aquel viejo bardo.

—Yo y tu padre éramos grandes amigos. Casi hermanos te diría. Desde pequeños, íbamos de aquí para allá con nuestras pequeñas armas persiguiendo gallinas y lobos. En fin, crecimos a la par como hermanos de padres distintos. Teníamos los mismos intereses, las mismas ambiciones… Cuando teníamos tu edad, eramos aspirantes a formar parte de las filas de la Armada Imperial.

—¿Pero no es que ahora es llamado de otro modo a la Armada Imperial? 

—Sí, pero más adelante te lo diré. Tú solo déjame continuar.

Un poco frustrada por la interrupción provocada por ella misma, Calandria calló y siguió oyendo al bardo.

—Bien, como te decía… teníamos el objetivo de ser soldados de la Armada Imperial. Sin embargo, en una de nuestras tantas aventuras, decidimos explorar Dungeon Zero. En aquel momento, era conocido como uno de los lugares más peligrosos, por sus criaturas y por la gente que merodeaba por esos lares. En fin, una vez adentrados allí, nos topamos con un demonio de un tamaño descomunal. Su apariencia era terrorífica, de veras. En nuestro afán de querer enfrentar a esta criatura, este demonio tomó violentamente a tu padre con su mano, dio un grito ensordecedor y batió sus alas fuera de Dungeon Zero. Corrí lo más que pude e intenté lanzarle un conjuro para detenerlo, pero en el camino fui interceptado. Un mago y un paladín, ambos pertenecientes a las Fuerzas Caóticas, parecían cubrir el paso de aquella siniestra criatura. Sin nada más que hacer, estos dos soldados del mal me dejaron agonizando en Tundra Zero. 

—¿Y luego qué pasó? 

—Desde ese día, supe que lo que había sucedido en ese lugar, cambiaría la vida de tu padre. Que un demonio, escoltado por dos hombres pertenecientes a las Hordas del Caos, huyan sin razón alguna, es extraño. Por ende, tenían el propósito de llevarse a Barek. Más adelante, cabalgando hacia Ullathorpe para hacer una visita a mis hermanos, me topé con él. Ya no era el mismo, la ira y la destrucción era lo único que se podía ver en sus ojos. Sus actitudes eran distintas, pero algo me decía que no dejaba de ser él, pues, me dejó con vida, ya que es bien sabido que un soldado de Mhorkvel tiene el objetivo de sembrar la muerte de todo a su paso. 

—Entonces mi padre no entró voluntariamente a las filas del Demonio… creo que eso me deja más tranquila, pero no deja de ser un lacayo de la maldad. 

El bardo, suspirando, dijo:

—Jovencita, si conocieras a tu padre tanto como yo lo conozco… 

—Bueno, dejémonos de hablar del pasado. ¿Cuándo planeas empezar a entrenarme? No tengo toda la vida, ¿sabes?

—Comenzaremos mañana. Las estrellas nos están invitando a descansar. Te espero aquí, en este mismo lugar del puerto cuando el alba llegue a la ciudad. 

Luego de estas palabras, Calandria tornó su vista hacia la ciudad, con el objetivo de buscar un lugar para pasar la noche. Pero, de repente, el anciano le gritó:

—¡Muchacha, trae unos nudillos de plata mañana, los necesitarás para el entrenamiento!

“¿Nudillos? ¿Acaso este anciano ya está tan ciego que no ve la habilidad que tengo en el uso de las espadas y los escudos?” pensó la joven guerrera luego de oír las palabras del bardo.

El origen de una guerreraDonde viven las historias. Descúbrelo ahora