Capítulo 8: La ciudad del desierto

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Las olas del océano golpeaban suavemente la barca de la joven guerrera. Estaba más atenta que nunca a su alrededor, por más que lo único que observara fuese agua. Días y noches se pasó navegando sin cesar, ni las tormentas la espantaron ni los vientos más intensos hicieron que la muchacha perdiera su rumbo.

Sin embargo, tras largas jornadas sin descansar, Calandria pudo divisar a lo lejos tierra firme. Al principio, creyó estar delirando por la falta de sueño que poseía y lo expuesta que estuvo al sol, debido a que las lluvias escasearon durante su viaje. Pero, efectivamente, logró encontrar tierra al sentir que su barca se topó con las costas de cierto lugar arenoso. Había arribado a un desierto.

Al bajar de su embarcación, la muchacha sintió lo que era la arena por primera vez. Se le hacía difícil caminar, pues sus pasos parecían hundirse en el suelo que, además de ser inestable, estaba ligeramente caliente. A pesar de esto, Calandria continuó caminando por este desierto, sin tener idea de dónde estaba o si alguien residía por allí. Se topó con varias criaturas, como serpientes, escorpiones y hasta arañas gigantes, pero esto no fue un problema para ella porque, tal y como su madre le enseñó, portar un instrumento musical consigo misma podía sumir a las bestias a un profundo sueño, evitando sus ataques. 

Luego de atravesar por un buen tiempo este desierto, la joven guerrera vio a lo lejos murallas. Murallas que parecían estar hechas de la misma arena que colmaba este desierto, pero que a la vez parecía refugiar dentro de estas una ciudad que la esperaba. Había alcanzado llegar a la civilización.

Feliz por su hallazgo, la muchacha apuró su paso hasta llegar a estas altas murallas. Eventualmente, una ciudad se hallaba detrás de estas. Buscó la entrada a esta hasta que vio un cartel, algo polvoriento y sucio, que decía: “Bienvenidos a R nk l”. El viento arenoso del desierto parecía tapar algunas letras.

Para su suerte, sentado a un costado de este cartel, se hallaba un viejo borracho bebiendo cerveza sin pausa alguna. El olor a alcohol que surgía de este ebrio era irritante para cualquiera que pasase a su lado pero Calandria hizo una excepción y, tolerando ese aroma hediondo, se le acercó y le dijo:

—Anciano, ¿frente a qué ciudad me encuentro?

—Estás entrando a Rinkel, niña. La ciudad del desierto, la única ciudad sin gobernante pero en la que aún prevalece la paz. Y la paz se debe a mi único amigo, el tabernero, quién me da la cerveza.

—Ya veo. Oye, ¿conoces a alguien que esté interesado en salir para buscar aventuras? Ya sabes… luchar contra criaturas maléficas, bestias que acechen ciudades, algo para forjar la paz y la justicia en este mundo.

—¿Justicia? ¡Tonterías! Desde que Bhargaras VII murió, la justicia no existe en este mundo. Que ingenua eres al creer en eso. ¿Acaso eres otro de esos locos combatientes que buscan el bien común?

—Si esa es la definición que tienes por la gente que prefiere luchar por lo justo, sí.

—¡Bah, no eres más que otra del montón! Tú no sabes nada acerca de lo que es luchar por un ideal. Yo he sido un fiel servidor del Imperio por más de 20 años y ahora me veo tirado aquí, expulsado de sus filas por convertirme en amante de un vicio como el que tengo ahora. No tienes derecho a hablar de la búsqueda de justicia si nunca la has conocido como yo. Además, eres una damisela, tú deberías estar bordando y limpiando un lugar como mi casa, no estar en busca de esas absurdas aventuras.

—No entiendo por qué hablas tanto y haces poco. Si yo estuviera en tu lugar, estaría matando 40 dragones para probarle a vuestro líder imperial que haría lo que fuera por volver a sus filas. Sin embargo, parece ser que la borrachera ha ganado tu batalla. 

—Es que no entiendes, esto es algo de lo que no debes ni siquiera pensar al respecto, terca muchacha. Déjale esos asuntos de la “justicia” y la “paz” a los que sí sabemos.

—Pues, si eso es lo que opinas, este mundo se acabaría en muy poco tiempo, ya que no veo un futuro muy agradable si hombres con una botella en la mano y la espada en otra buscan luchar por una causa justa cuando no pueden ni siquiera manejar su propia vida. Gusto en conocerlo, anciano.

Sin más escrúpulos, el viejo ebrio continúo bebiendo de su botella indiferente a las palabras de Calandria. La joven guerrera decidió también ignorar las palabras de este anciano, ya que era evidente que quizá por su borrachera no sabía lo que decía, y se adentró en las calles de Rinkel. 

Los ojos de la muchacha se desorbitaron al ver a tanta gente en esta ciudad. Tantas razas que no conocía, tanta gente diferente y un ambiente que los unía, sin importar sus diferencias. Algo que más le llamó la atención de la ciudad, fueron los grandes espacios verdes que se hallaban a un costado. Parecía ser un lugar en donde las personas parecían enfrentarse entre ellas, se batían a duelo dando lo mejor de ellos mismos. Y lo que es más, la invitaron a participar de un combate cuerpo a cuerpo contra un feroz gladiador, al que logró derrotarlo fácilmente.

Desde una esquina de este espacio verde en el que Calandria y los otros luchadores se encontraban, una figura parecía estar observándola. Apenas su sombra podía notarse, pero la mirada de este ser parecía estar capturando a la muchacha con sus ojos. Le interesó la manera en que la muchacha se movía con gracia mientras enfrentaba a aquel gladiador, y sus ataques eran tan certeros como los de un cazador. Sin duda alguna, esta sombra planeaba algo con la joven guerrera.

El origen de una guerreraDonde viven las historias. Descúbrelo ahora