Prólogo

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Era de noche, una de las más frías en Seattle. La oscuridad cubría los más recónditos callejones. La brisa era suave y el silencio lo era todo. Aunque no todos estaban dormidos.

—¡Deme todo lo que tiene! —gritó un joven, quien aparentaba unos veinte años. Su rostro estaba cubierto y no se le reconocía.

—Te... Tenga... pero no me haga daño. ¡Por favor! —suplicó una mujer adulta, que en la noche de hoy no contaba con mucha suerte — Tenga piedad —pidió con lágrimas en sus ojos, ya que el ladrón le estaba intimidando con un gran cuchillo.

—Bien —tomó la cartera de la mujer y sacó una buena cantidad de dinero —Parece que le pagan bien.

La mujer no hizo nada mas que temblar y rezar para salir de esa situación con aquel delincuente.

Tras dejar tirada en medio de un callejón a su reciente víctima, el victorioso ladrón salió disparado de allí con su gran botín.

—Disfrutas de robar a las personas indefensas ¿no? Te divierte.

—¿Quién anda ahí? —preguntó el hombre, pero no obtuvo respuesta, solo sintió que le empujaron contra un muro.

—Vaya, pero mira lo que tenemos aquí, un vil delincuente que no hace más que aprovecharse del débil. ¿Te sientes bien cuando te crees el sujeto malo? —presionó aún más el desconocido el cuello del ladrón, que en un instante sujetó.

—¡Te mataré maldito! —amenazó al encapuchado.

El hombre sacó su cuchillo y se lo enterró profundamente a su atacante. Este lo sacó de si con facilidad. El delincuente abrió los ojos con sorpresa.

—He de admitir que ha dolido solo un poco y que eres bastante estúpido —no eliminó la presión en su cuello, si no que, por el contrario, incrementó la fuerza en su brazo —Además ¿Tienes familia? ¿Alguien que le llore a tu ataúd?

Las piernas comenzaron a temblarle al asustado sujeto.

—No me haga daño —suplicó —¿Qué eres?

El atacante carcajeó ante su lloriqueo.

—Ahora los roles se invierten. ¡Qué curioso! Súplicas por tu vida como una infeliz rata. El infierno tiene lugar para todos, amigo.

El ladrón abrió sus ojos como platos al ver como parte del rostro de su verdugo se deformaba y los ojos le cambiaban de color, de azul a dorado.

—¿Querías saber quién soy yo? Pues yo soy el verdadero villano—empuñó su mano libre y le golpeó en el pecho, profundizó el golpe hasta abrirle un agujero justo en el corazón.

El hombre cayó rendido a sus pies, muerto y con la última imagen de aquellos ojos ámbar que acabaron con su vida.

El asesino limpió su mano de la sangre de su victima, se cubrió el rostro y salió de allí como si nada hubiera pasado.

Salió del oscuro callejón dejando allí un cadáver. Una víctima más...

MonstruoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora