Capítulo 48

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Jack

Abrí los ojos como platos al escuchar que Elsa estaba embarazada y... Temblé como imbécil, porque podría ser mío.

Yo... No quiero ser padre, no quiero hacerle daño, no quiero... No quiero estar aquí.

Sin que nadie me viera salí corriendo por el pasillo llevándome por delante al que se me interpusiera, estaba alterado, nervioso. Varias enfermeras se quejaron cuando las tiré al suelo.

Llegué a la salida del hospital y sin pensarlo dos veces salí de ese maldito lugar, necesitaba tiempo para pensar... Necesitaba estar lejos de ella.

Caminé por la calle como alma que lleva el diablo, pateé un par de semáforos por pura desesperación, muchas personas se me quedaban viendo y eso incrementaba mi enojo.

La energía comenzó a fallar a medida que caminaba, en todos los locales por los que pasaba la luz fallaba, en un restaurante estalló un televisor y me valió mierda que comenzó a incendiarse el lugar.

Los semáforos se apagaron y el transito se volvió pesado, por poco se estrellan dos autos.

Sentía que en cualquier momento iba a perder el control e iba a hacer estallar todo.

Cuando llegué a mi apartamento hice volar todo, estrellé una silla contra la ventana, golpeé un sillón rompí todo lo que estuvo a mi alcance, luego saqué una botella de whisky y me bebí todo el contenido, después la lancé a la pared.

Los vecinos comenzaron a quejarse y los mandé a comer mierda, en este momento no quiero que nadie me hable o no tendré control con mis puños.

Me quité esos horrendos zapatos que me quedaban pequeños y los tiré bruscamente por la ventana.

—¡Llamaremos a la policía si sigue haciendo ruido! —gritó una mujer golpeando mi puerta.

—¡llame a quien se le dé la puta gana! —respondí y lancé la mesa contra la pared cerca de la puerta, destrozándola completamente.

Con eso logré que esa mujer gritara de impresión.

Respiré profundo para tratar de calmarme, pero no fue suficiente con respirar, estrellé mi puño contra la pared haciendo un profundo hoyo en ella. Retiré mi puño y observé mis nudillos sangrar.

La sangre cayó en el suelo manchando la baldosa.

Tocaron a la puerta y apreté las mandíbulas porque sabía muy bien que era la estúpida vecina.

Corrí hasta la puerta y la abrí de malas formas.

—Mire vieja estupi... —no terminé la frase porque la mujer que me observaba no era la vecina.

—Hola, Ian —saludó con suavidad.

—¿Cómo conseguiste mi dirección? —pregunté con el ceño fruncido.

—Una madre siempre está para su hijo sin importar en qué lugar se encuentre —respondió e intentó abrazarme pero me alejé de ella.

—No es el momento, no quiero ver a nadie —dije enojado.

—Ni siquiera a tu propia madre —susurró dolida.

—A nadie, necesito estar solo. Así que vete y no me jodas más.

—Ian, sé que no te sientes bien, te conozco desde bebé y no deberías negarte a mi presencia, yo solo quiero recuperar a mi hijo, quiero que confíes en mí. No me apartes de tu lado, déjame entrar en tu corazón para poder ayudarte —suplicó.

Me aparté de la puerta y dejé que entrara a lo que quedaba de mi apartamento.

Ahogó un grito con sus manos al ver el desastre que había provocado.

MonstruoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora