Capítulo 29: Querido diario

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¿Nunca habéis pensado en que ahora los raros somos nosotros? Es decir, los humanos. El mundo está plagado de zombis, y no creo que ni un tercio de lo que ahora se considera población lleguemos a ser humanos... Por tanto, las personas somos las que sobramos. Para los zombis nosotros somos los bichos raros. Muchas veces pienso que la solución a todo esto es cargarse a cada uno de los zombis, pero ojalá fuese tan fácil...

Querido diario: 

Han pasado ya varias semanas. Rozamos el mes de mayo, y se nota mucho por esa brisa cálida que desprende este mes en España. 
En el refugio ya somos 23 supervivientes, y digamos que tenemos un pequeño 'gobierno', formado por Julia, Kim, Jhon, Salva y yo. Sorpredéntemente, somos los más pequeños del refugio, pero está claro que somos los que más saben de todo esto.
No hace mucho, una muchacha de 32 años dio a luz...., fue increíble. Nunca había visto nada igual. Estuve presente durante todo el parto, y la verdad que fue tan sorprendente como doloroso. María -así se llamaba la madre- decidió que no quería que su hijo viviese en un mundo así. Lo peor fue que yo me tuve que encargar de matarlo y, junto con Julia, de enterrarlo y hacerle una pequeña cruz simulando un cementerio a las afueras de la fábrica. Sé que estáis pensando que estoy loca, que no tengo sentimientos y que me estoy volviendo una caníbal, pero no, no es así. No sabéis lo mucho que me dolió hacer eso.
Todos los días lo recuerdo... Yo iba a dar a la madre su bebé, pero antes de que ella abriese los ojos me dijo que no quería verlo, que me lo llevase y lo matase. Se me pusieron los pelos de punta, todos los que estaban presentes en el parto me miraron. El Gobierno se reunió junto a mí y me pidieron que lo hiciese. Salí a la calle, con el bebé en brazos y un cuchillo. Me quedé mirando esos pequeños párpados que cerraban sus ojos, tenía una mata de pelo por toda la cabeza de color negro oscuro y era precioso... Pero lo hice. La mano me empezó a temblar como jamás en la vida me había ocurrido, le hice una pequeña raja en el cuello y la sangre -de un color muy raro, por cierto- empezó a brotar. 
Fue muy duro, durísimo. Pero sé que hice bien, ¿verdad?

La verdad es que no se está tan mal en este lugar. En algo más de un mes ya se ha convertido en mi casa, y es muy satisfactorio saber que todos estamos tan unidos. Pero hay un problema, cada vez hay menos espacio. Yo, por ejemplo, tengo que compartir la habitación con Julia.
Ah, Julia... Sé que os estáis preguntando qué es de ella y la verdad que todo ha cambiado muchísimo. Es diferente, todo es diferente. Y digo diferente de verdad, algo extraño, algo nuevo. Algo impensable... ¿Me entendéis? En fin, no quiero hablar de ese tema.

Aquí todo es rutina. Cada uno tiene su papel, pero siempre es lo mismo. Yo, por mi parte, soy bastante importante. Aunque como siempre, causo problemas. El otro día comenté en el Gobierno que debería dar clases de tiro a los refugiados, ¡ni siquiera saben coger un arma! Por ahora no hemos tenido ningún percance, ni siquiera se acercan aquí los zombis, pero hay que estar preparado para todo lo que pueda llegar. Como siempre, Kim diciendo que eso no es coherente, que sería gastar balas y revolotear a la gente. Julia está de mi parte, últimamente siempre lo está, pero Jhon y Salva no. Así que son 3 contra 2... Acabaré convenciendo a Jhon. 
Por cierto, Jhon está muy pesado conmigo. Se pasa el día mirándome e intentando hablarme, pero me da bastante igual, yo a él no lo tengo en mi cabeza. Porqué será...

Salva es muy buen chico, el otro día cumplió los 16 años y cenamos macarrones con tomate todos juntos. Odio los macarrones, puaf. Siempre fui de espaguetis, pero es su comida preferida y ese día era él el que tenía que elegir.

El tema de la comida lo lleva Julia, ella hace las raciones y mantiene todo. Yo llevo el inventario de armas y lo más importante que hago es mantener a la vista a todos los refugiados. Todas las semanas hablo con ellos, uno por uno. Porque ya hubo un loco de la cabeza que intentó jugárnosla... En fin. Digamos que siempre cazo al trigo malo.
Julia y yo salimos todos los días a correr, y de esa manera inspeccionamos que todo va bien por ahí fuera. Cómo echaba de menos correr, no sabéis cuánto, uf...
También, hacemos un recorrido semanal para buscar suministros, de esa manera hemos encontrado a todos los refugiados nuevos. Excepto a Matías, ese chico me da muy mala espina... Apareció de la nada un sábado por la tarde, tocando a la puerta como si supiera que ahí iba a estar a salvo. El inepto dice tener 28 años, aunque no se lo cree ni él, seguro que roza los 40.

Últimamente estoy muy hundida y agitada, por eso he decidio escribir este diario. Julia me regaló esta libreta y creo que le he encontrado buen uso. 
¡Ah, por cierto! Estamos de suerte. Carlos, un refugiado de 56 años, dice saber de una armería a unos 100km de aquí. Sé que es peligroso, pero él asegura que está repleta de armas. Y aún mejor, Jhon está reparando un 4x4 que había dentro de la fábrica, aunque lleva su tiempo ya que faltan varias piezas. En cuanto esté reparado iremos a esa armería.

Bueno, va siendo hora de irme, ya ha oscurecido y el cigarro de por la noche en lo alto de la fábrica con Julia mientras vemos el cielo no me lo quita nadie. Espero que esto de escribir en el diario me dure bastante tiempo.

                                                                                    

Apocalipsis finalDonde viven las historias. Descúbrelo ahora