¿Por qué hay gente que se empeña en no dejarnos ser libres? Parece que como ellos no son felices, pretenden buscar su felicidad robando la de los demás. Aunque de eso, también tenemos la culpa nosotros... ya que si somos tan imbéciles de permitir que un subnormal nos robe la felicidad, es porque realmente no éramos felices...
Pasaron dos días... La cosa seguía igual e incluso peor. Tan mala era la situación que ni siquiera había salido del dormitorio.
Tati venía de vez en cuando a traerme algo de comer y a revisar mi estado de salud.
Me encontraba muchísimo mejor. Las quemaduras ya solo eran superficiales, esa crema que me echaba Tatiana me estaba sirviendo de mucho. La herida del hombro estaba cicatrizando y no me había vuelto a supurar.
Empezaba a hacer calor... mucha calor. Estábamos en junio, de eso no había duda, pero el día en el que vivíamos no lo sabía.
Esto iba a empezar a complicarse... empezaba a dejar de llover, la calor iba a estropear las conservas en poquísimo tiempo, y por tanto, cuando saliésemos del piso, tendríamos que ir todos los días en busca de nuevas reservas. Estaba claro que también se iban a dificultar mucho las guerras con los zombis, ya que con la calor íbamos a estar muy exhaustos.
Aunque también tenía sus partes buenas; moría de ganas de ir a la playa, de ir caminando por la calle con un pantalón corto y un top veraniego. Y ahora que iba a tener miles y miles de tiendas de ropa para mí, ¿por qué no aprovecharlo? Además, cuando los comercios cerraron por el apocalipsis, estaban con la temporada de ropa de verano... Que masoca soy, parece que me alegro de que todo esto haya ocurrido.
Me levanté porque me estaba entrando el gusanillo del hambre, y no había nadie.
- ¡Eh, chicos! -grité abriendo la puerta de salida del piso.
El pasillo era oscuro, muy oscuro... Se oía el aire correr. Cerré la puerta porque realmente me estaba entrando bastante miedo.
Revisé un poco el piso y comí algo. Empecé a hacer ejercicios de estiramientos para ir recuperando la movilidad de mi cuerpo.
De repente, comencé a escuchar ruidos en el bloque. Abrí poco a poco la puerta. Seguía oscuro y el odioso ruido del viento no desaparecía.
Evidentemente, no salí del piso ya que estaba en camisón y aún no bien preparada para echarme una carrera en caso de emergencia.
Estaba sentada en el sillón, tambaleando las piernas mientras mis manos se asentaban en mis rodillas, cuando decidí ir al dormitorio y equiparme.
Abrí el armario (muy chico, por cierto), saqué una camisa negra de licra repegada, un pantalón también negro y de raso, y mi cana pistolera.
Mi revólver estaba en la mesita de noche. Lo cogí y sonreí al volver a tocarlo después de casi 3 días. No me jodáis, vaya cariño le había cogido a ese arma...
Me eché la larga -aunque poco abundante después de la explosión- melena que tenía hacia atrás con algo de agua. Hablando de eso... el pelo me había crecido un montón, es de esperar después de un año sin ir a la peluquería.
Cogí mis botas militares negras y me las puse.. qué calor más insoportable me daban en los pies.
Y por último, afilé mi cuchillo y lo equipé en la canana junto con una Glock. El revólver, como siempre, detrás del pantalón.
Salí poco a poco del piso. Dejé la puerta entre-abierta para no correr peligro por si tenía que escapar.
- ¡Mierda! -grité al escuchar el portazo que la puerta había dado al empujarla el viento. -Joder, se me ha olvidado coger la linterna...
Empezaba bien... muy bien. Sin linterna, en baja condición física y con la puerta del piso cerrada. ¡OLEEEE!
Volvía a escuchar ruiditos, eran desagradables, algo así como pequeños chasquidos.
La sensación que me daba el bloque era extraña. Notaba la presencia de algo o alguien, no sé qué o quién coño era, pero sé que había algo más ahí dentro.
Sin demorarme, seguí andando hacia las escaleras.
Aunque la luz era poca, se podía visualizar algo ya que la puerta de entrada era de cristal y hierro, y eso permitía que la luz entrase.
Estaba todo lleno de polvo, como era normal. La barandilla era metálica y tenía barrotes los cuales se apoyaban en los escalones de la escalera.
Escuché que la puerta de entrada se abrió.
- ¿Juliaaaaaaa? -dije bajando lo más rápido posible.
Sin respuesta alguna, seguí bajando escaleras. Estábamos alojados en el 3º piso, y ya había bajado hasta el primero.
Había un pasillo muy amplio y totalmente oscuro, al desviarse de la puerta de salida. Supuse que daba hacía el parking o hacía algún sótano.
- ¿¡HOLAAAAAAAA!? -producí eco.
Al pararme a escuchar, me di cuenta de que los ruidos siniestros procedían de ahí... y como no, por muy siniestro que eso fuese, yo tenía que ir a ver qué carajo había.
De repente, un soplo de aire me alertó de que tenía que salir de ahí. Comencé a correr.
Alguien tapó mi cabeza con una bolsa de plástico, sin que a mí ni siquiera me hubiera dado tiempo a reaccionar.
No aguantaba... me estaba ahogando con mi propia respiración. Movía mi cuerpo e intentaba coger mi revólver, pero cuando estás apunto de ahogarte, ni siquiera recuerdas como se escribe tu nombre.
Hasta que de pronto, oí a alguien entre mi sufrimiento...
- ¡Sigue, Jhon! No pares -dijo Julia.
¿¡QUÉ!? ¿Jhon... JULIA? ¿¡ESTABAN ASESINÁNDOME!?
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Apocalipsis final
Terror¿Adolescentes, zombis y comedia? Este es tu libro. Patri es una chica de 16 años a la que su mayor sueño se le convierte en su mayor pesadilla. Obra registrada en Safe Creative. Cógido: 1502043180002 Licencia: All rights reserved