Diario de una enfermera. [Kaoru&Butch]

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· Demashitaa! Powerpuff Girls Z y sus personajes NO me pertenecen.
· Escribo esto con el único fin de entretener.
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Tal vez no sea el momento más oportuno para escribir estas líneas ya que no dispongo de mucho tiempo, pero debo hacerlo para poder dejar el pasado atrás antes de marcharme de este lugar.

Mi nombre es Kaoru Matsubara, veinticuatro años, enfermera.

Hace algo más de un año vine de voluntaria a un pequeño hospital de Megavilla, llamado Jojo's West Center. Mi familia no estaba de acuerdo, ellos no querían que fuera enfermera, pero no pudieron detenerme. Pasé un curso de preparación y me fui de mi ciudad natal, Saltadilla, para hacer lo que quería: ayudar a la gente.

Las primeras semanas aquí fueron algo duras hasta que me acostumbré, no tenía las comodidades de mi casa, ni exquisitas comidas cada día, y algunas de mis compañeras no eran del todo amables, pero me adapté. En buena parte gracias a otra enfermera que conocí aquí y de la que me hice amiga en seguida, Miyako Gotokuji, que era también la prometida de uno de los médicos.

Este sitio se convirtió con el tiempo en mi segunda casa. Me gustaba la labor que hacía, así como pasar el tiempo aquí y por el pueblo que había al lado. Todo marchaba bien, hasta que me salté una de las reglas de la jefa de enfermeras, la señora Kaede. La regla en cuestión era "no encariñarse con los pacientes, porque así como llegan, se van; nosotras somos profesionales, estamos aquí para cuidarlos, no para hacer amigos". Yo no lo había hecho, hasta que llegó él.

Le trajeron con una herida de bala en el estómago y, tras una intervención urgente, lo instalaron en el hospital. Me tocaba cuidarlo porque cuando lo trajeron yo hacía el turno de noche en la planta baja, que fue donde lo pusieron.

El tipo al principio no tenía muchas ganas de hablar, pero tras un par de días atendiéndole, me gané su confianza y se podría decir que nos hicimos amigos.
Se llamaba Butch Him. Según me contó, su padre estaba por la zona por un asunto de negocios y él le estaba acompañando, pero intentaron atracarlos y se produjo un tiroteo del que él salió herido. Su padre mandó que le llevasen al hospital más cercano y que estuvieran pendientes de su recuperación, y en cuanto estuviera completamente restablecido, que lo llevasen a casa. Por eso había tres hombretones en la entrada del hospital desde entonces, esperando para acompañar al "señorito", como ellos lo llamaban, a casa.

Butch era el típico donjuán, guapo de cara y con una palabra bonita para cada mujer que se le acercaba. Me gustaría decir que no me ponía celosa cuando coqueteaba con las demás enfermeras, pero estaría mintiendo.
A mí también me decía cosas lindas, pero yo sabía que lo hacía más por agradecimiento que por otra cosa. Y no podía culparle, después de todo, yo no le daba motivos para que me prestara esa clase de atención. A diferencia de las otras, y no mostraba ningún tipo de interés "romántico" por él, cuando hacía comentarios inapropiados le regañaba, y no me maquillaba ni me arreglaba para bajar a atender a los pacientes.

Era yo misma, y no iba a cambiar por un hombre que acababa de conocer.

Pero los días y las semanas fueron pasando, y dejó de ser un desconocido. Cuando ya no necesitaba tanto reposo y podía salir al jardín a pasear un poco, siempre venía a estar conmigo en mi hora del descanso; a veces hasta me ayudaba con algún paciente. Éramos amigos a ojos de todos. Eso no pasó desapercibido para la jefa de las enfermeras, y me advirtió que por mi propio bien no me ilusionara, pero ya era tarde.

Con el paso del tiempo, sucedió lo inevitable: me enamoré de él.

Pero yo sabía que era imposible. Por una parte, porque con su actitud demostraba que no tenía ningún interés en mí más que la amistad que compartíamos, y por otro lado, pronto se iba a marchar.
Me dolía cuando por casualidad escuchaba a algunas de las demás enfermeras presumiendo entre ellas, a cuál le había dicho un piropo más lindo o más atrevido. De verdad me sentía mal, pero qué le iba a hacer; las cosas no siempre son como nos gustaría.

Quería a Butch, pero él a mí no... o eso pensaba yo.

Finalmente, llegó el día en que iba a marcharse. Yo estaba triste por tener que despedirnos, pero a la vez muy feliz por él ya que estaba totalmente recuperado y emocionado porque iba a irse a casa; aunque a ratos le veía cabizbajo y no entendía por qué. Comprendí la razón cuando me confesó que se había enamorado de una enfermera y no quería separarse de ella. Recuerdo que en ese instante sentí unas ganas de llorar terribles, pero en seguida ese sentimiento fue contrarrestado por otro de inmensa alegría.

Nos encontrábamos en el jardín, sentados en uno de los bancos de piedra, un rato antes de que llegara el coche que lo iba a recoger. Mientras hablábamos, de pronto se levantó, se arrodilló delante de mí y cogió mis manos entre las suyas. Sentí las miradas asesinas de algunas de mis compañeras posarse en mí, pero no presté atención, yo solo estaba pendiente de Butch.

Me dijo lo más bonito que me había dicho nunca alguien: que estaba enamorado de mí y que el tiempo que habíamos pasado juntos esas semanas le había hecho entender que yo era la chica más especial que había conocido; no le interesaba ninguna más. No negó que había coqueteado con otras, pero había dejado de hacerlo al darse cuenta de sus sentimientos hacia mí. Me comentó que tenía que hacer un viaje con su padre a otro país, pero que si quería que estuviéramos juntos, volvería a por mí en un año como muy tarde.

Yo no negué mis sentimientos, le dije que también estaba enamorada de él y recuerdo que sonrió como nunca antes. Parecía feliz. Acepté esperarle, porque estaba convencida de que iba a volver a por mí.
Antes de irse, me besó sin preocuparse de que podían vernos.

Y se marchó.

Y yo le esperé. Le esperé durante más de un año.

Hoy ya han pasado un año y ocho meses desde aquella tarde, y ya me he dado cuenta de que no va a venir. La señora Kaede tenía razón: "así como llegan, se van...". No debí ilusionarme, porque cuanto más grandes son tus esperanzas, mayor es después la decepción. Aunque supongo que en el fondo siempre lo supe, probablemente habrá encontrado a otra. Quién sabe si no se habrá casado ya. He esperado para nada como una boba.

Pero ya no tiene importancia, el hospital ha cerrado hace un par de días y todos volvemos a nuestras casas. Ayer y hoy estuvimos recogiendo las últimas cosas de valor que quedaban para mandarlas a otro hospital que hay a pocos kilómetros de aquí, y esta tarde ya nos vamos.

Mi amiga Miyako se casó con el doctor Boomer hace tres meses, pero se quedaron aquí trabajando después de su boda. Ahora que el hospital cierra, se irán de luna de miel; me alegro por ellos, sinceramente. La ceremonia fue hermosa, y no creí que diría esto, pero a mí también me habría gustado casarme... con Butch. Él fue mi gran amor, pero desapareció como un fantasma.

Sentía que debía escribir esto para desahogarme. Y es que siento que si dejo escritas estas palabras en este viejo cuaderno, que se quedará aquí guardado cuando yo me vaya, podré empezar de cero cuando regrese a casa. Como si todo lo vivido durante este tiempo hubiese sido parte de un sueño, un sueño que voy a abandonar aquí para siempre.

Agosto, 2001.

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Butch pasó la mano por esas líneas, escritas un mes atrás, y acto seguido cerró el cuaderno. Había cumplido su promesa y había regresado para buscar a Kaoru, pero lo único que encontró fue un hospital abandonado. Ella se había ido sintiéndose decepcionada y engañada, sin saber de los contratiempos que había tenido él en sus viajes y que le habían impedido volver antes. Debió llevarla consigo el mismo día que dejó el hospital.

Pero aún no estaba todo perdido; si era cierto lo que había escrito, Kaoru había regresado a casa: a Saltadilla. Al menos sabía dónde buscarla.

— Cumpliré mi promesa... — murmuró mirando el cuaderno que la morena había dejado. — Te encontraré, aunque sea lo último que haga.

Project Powerpuff: One-ShotsDonde viven las historias. Descúbrelo ahora