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—Gracias señor, gracias.

—¡Vete de una puta vez! —gritó JongIn, cansado de los gestos de gratitud del médico, mientras observaba cómo este abría la puerta y abandonaba precipitadamente su casa sin mirar atrás, como si le persiguiera un animal salvaje dispuesto a destriparle.

El muy cabrón tardó media hora en despertar, levantándose desorientado del suelo para encontrarse con un muy cabreado empresario que tuvo que contenerse mucho para no pegarle un tiro ahí mismo y borrarle la mueca estúpida de dormido que mostraba.

Con voz tartamudeante se disculpó por su "caída accidental" y le retiró la vía, para luego hacer lo mismo con la del omega, asegurando que había donado suficiente sangre al herido.

Solo por eso no le voló los sesos, aunque ahora tras escucharle por cuadragésima vez "gracias por permitirme seguir vivo", estaba tentado a romper su promesa de mantenerle por el momento con vida y acabar con su miserable existencia. Fue vomitivo ver como al hombre le temblaba las manos mientras recogía el material médico que se esparció por el suelo cuando cayó por arte de magia al suelo, o como diría el mismo.

"el muy hijo de puta se desmayó por cobarde"

Tardó demasiado, y fue un espectáculo que rallaba lo ridículo por no decir otra cosa más fuerte. Y al final consiguió poner orden y enderezarse ante él en silencio, como un buen perro faldero a la espera de la orden de su amo. JongIn, tuvo que tragarse las ganas de gruñir en alto al ver esto. Bien es cierto que buscaba la lealtad absoluta de sus hombres, si alguien le traicionaba estaba muerto. Pero también quería que mostraran espíritu, que le dejaran claro que eran dignos de permanecer a su lado, que no le temían a la muerte y se enfrentarían a ella con la cabeza bien alta y con una sonrisa de orgullo en sus labios.

«Mi Omega es al único al que le permito que se enfrente a mí». Pensó para sus adentros, recordando cada una de las ocasiones en el que el Omega se cruzaba de brazos ante él y le respondía con igual ferocidad sus propios ataques. «Aunque pensándolo bien, también es el único que se atreve a hacerlo, que tiene los cojones de mirarme a los ojos cuando sale la bestia que reside en mi interior». Y eso le excitaba. Poder dominar al hombre que no temía enfrentarse a él, poder marcarle, hacerlo suyo en cuerpo y alma. Atarle a él para siempre.

Con SeHun, nunca había término medio, lo quería todo de él, era suyo y por tanto no había nada más que decir al respecto. Pero también era consciente del movimiento arriesgado que realizó esa noche al interferir en los planes de su hermanastro YiFan. No dudaba que este no tardaría en hilar los hilos de lo que sucedió y averiguar la verdad, aunque confiaba que sus hombres se lo pondrían difícil. Y cuando llegara el momento de enfrentarse a él cara a cara si el muy cabrón tenía huevos de hacerlo, le destrozaría con sus propias manos, disfrutando cada segundo.

Un ruido procedente del cuarto le hizo regresar a la realidad. Estaba de pie ante la puerta de entrada a su casa, por la que minutos antes salió al punto de correr el médico. Con una sonrisa burlona al recordar eso, tecleó el código de seguridad que aislaría la casa de tal manera que nadie, a excepción de Tao, accedería a la vivienda. La seguridad era esencial en su vida y no le importaba malgastar dinero en ella, pues cada crédito invertido era una inversión a futuro. Se dio la vuelta y tomó rumbo al cuarto, revisando que todo quedara apagado. Debería comer algo, pero no sentía hambre, la adrenalina aún corría su cuerpo, y... ¡coño, por qué iba a negarlo! La necesidad de poseer el cuerpo de SeHun, le nublaba el hambre, la mente y el raciocinio. Sí que quería comer, pero al bastardo que estaba descansando en su cama.

Llegó hasta la puerta de su habitación y quedó paralizado ante lo que vio. El omega gloriosamente desnudo tumbado boca arriba sobre la cama, con una fina capa de sudor perlando su pálido cuerpo, los labios entreabiertos y resquebrajados e inflamados, enrojecidos.

<< Su... SeHun>>

Gruñó en alto, apretando los puños con fuerza. Estaba duro, excitado, con la polla a punto de reventarle los pantalones. Con cada músculo del cuerpo tenso, rozando el abismo de la locura con las manos, a un paso de saltar encima del hombre que estaba ante él, y sumergirse en su interior sin pensar en el mañana. Quería romperle el culo, hacerle sangrar, morderle y marcarle con los dientes. Grabarle a fuego su nombre en el pecho, follarle sin piedad hasta que le rogara que lo liberase de esa tortura. Deseaba que su esencia quedara grabada para siempre en su piel, que sus aromas se entremezclaran en la cama. Que sus cuerpos se unieran con fuerza, con esa cruda necesidad que sentían cuando estaban juntos. Ansiaba volver a ver la pasión brillar en los astutos ojos de SeHun. Escuchar sus roncos gemidos, sus maldiciones y negativas pese a que su cuerpo indicara que estaba perdido cuando estaba con él.

Dio un paso hacia delante, adentrándose en el cuarto y se paró en seco de nuevo. Podía ser un hijo de puta al que no le importaba la gente, pero no iba a atacarle. Lo quería despierto cuando lo tomara, que volviera a mirarle a los ojos y devolviera cada uno de sus besos. Se giró abruptamente y abandonó la habitación, directo a su despacho. Cerró la puerta tras él de golpe y se detuvo frente a la mesa, en medio del despacho. Tenía la respiración agitada y el corazón bombeando con fiereza contra el pecho. Su existencia se había trastocado en apenas unas horas, y le obligaba a enfrentarse a lo que no estaba dispuesto a reconocer, a aceptar. ¿Qué era SeHun para él? ¿Una obsesión? ¿Una necesidad? ¿Una...?

Simple, todo era muy simple. Lo era todo.

Era suyo. Al único que permitiría que le mirara como a un igual. Al que ansiaba marcar y follar cada vez que lo tenía delante, al que prefería tener su furia a su indiferencia, al que... Iba a permitir descansar en su alcoba por más que deseara follarlo hasta que despertara. Apretó los puños con fuerza clavándose las uñas en la carne y cerró los ojos, intentando calmarse. Era inútil, su cuerpo se negaba a relajarse, a mitigar la cruda necesidad que lo atormentaba. Aquel omega, era su veneno, su debilidad, quien lo conduciría a la muerte. La moneda con la que jugarían sus enemigos cuando averiguaran lo que había acontecido esa noche. Abrió los ojos y miró al frente, a los ventanales desde los que se veía la ciudad recortada por la oscuridad de la noche.

—¡Maldita sea la hora en que te conocí! — maldijo en voz baja, a punto de romper a reír. Era absurdo lamentarse por algo que no podía ser cambiado, que muy internamente sabía que no quería hacerlo. El día que SeHun, se cruzó con él en el Complejo Sur y le miró con sus ojos desafiantes y gesto orgulloso, fue la ruina de ambos, pero sobre todo la suya. Desde esa tarde no pudo pensar en otra cosa que no fuera hacerlo suyo, y cuando lo tuvo entre sus brazos, supo que estaba perdido, que no le iba a permitir que se alejara de su lado. Nunca.

Que le llamaran egoísta y cabrón, poco le importaba, le llamaban cosas peores cada día, pero solo había una verdad en su vida y era que SeHun, ERA SUYO.

Caminó hasta el sillón tras la mesa y se sentó, echándose hacia atrás, cerrando los ojos. La vida era una prostituta que tras mamártela te ponía frente a tus ojos el cheque en blanco para cobrarte. Quien no aprendiera esta lección estaba perdido. Por suerte o por desgracia, él lo había aprendido cuando a los cuatro años, el día en que su madre mató a su padre de un disparo en su presencia, antes de que este intentara acabar con ella. Esa noche, no sólo perdió a sus padres, si no que aprendió una valiosa lección: o matas o te conviertes en posible víctima. Poco importaban los lazos de sangre o los juramentos, pues quien más daño te puede hacer es quien más cerca tengas, o quien una vez te amó y su amor se tornó en odio y envidias. En el momento en que la sangre de su madre salpicó su rostro cuando los miembros de seguridad entraron en la casa y acabaron con ella, se hizo un juramento. Lucharía solo por su vida, por estar en lo más alto en la escala social, por atrapar con sus manos sus sueños y no dejarlos escapar. No le temblaría la mano cuando tomara una decisión, ni tendría remordimientos, y, ante todo, se enfrentaría a la muerte con una sonrisa sarcástica y desafiante. Hasta ese momento vivió con esas normas. Y ahora, estaba dispuesto a incumplirlas por un hombre, si la puta del destino dejaba de mamársela como una posesa dispuesta a cobrarse cada segundo de la peor manera, aceptando lo que la zorra le deparara. Desde esa noche su vida quedó ligada a la del precioso omega que descansaba en su cama, SeHun.

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