Capitulo II.

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Hacía semanas que Mercedes había vuelto a Santiago a la universidad, pero para Bárbara parecían años, se sentía sola sin la compañía de esa mujercita de ojos verdes. Se descubría pensando en ella gran parte del día, y se preguntaba si estaría bien y cómo le iría en sus estudios. La extrañaba mucho. Pasaba los días recordando sus charlas, sus miradas cómplices, su risa, la forma de recibir sus manos al tomarlas, sus ojos, esos que con solo una mirada iluminaban hasta el abismo más oscuro.

La quería.

Simplemente la quería y no podía hacer nada para callar ese sentimiento rebelde que nació por y para Mercedes. No se veía capaz de entender cómo se fue ganando su corazón y sabía que la batalla que tenía con su razón la había perdido. Solo se entregó al placer insano de quererla más allá de lo debido.

El amor es un enigma, que cuando decide envolver entre sus paredes a dos almas, no hay poder que pueda vencerlo, no sin salir con el gusto del placer y la necesidad de sentir la cercanía de la persona amada.

Eso lo sabía Bárbara porque antes de ser la mujer del comisario, conoció el gusto del amor de la mano de un alma en libertad, de la cual vivió un atisbo de enamoramiento sin culpas, sin ataduras y sin miedos.

Cuando se casó con Nicanor solo encontró tranquilidad y estabilidad, pero no llegó a enamorarse. Nunca volvió a sentir la pasión que vivió en aquellos tiempos.

Pero lo que sentía ahora era distinto.

Lo supo desde que ella y Mercedes se habían despedido. La necesidad de tenerla cerca, y fundirse en ese calor dulce que ella irradiaba, era incontrolable, no quería que se fuera, deseó que por primera vez olvidara todo y se quedara ahí, en sus brazos.

Nunca se había sentido tan feliz junto a alguien como lo era cuando estaba en la compañía de Mercedes. Era la sincronía perfecta entre la felicidad y el romanticismo que siempre deseó volver a sentir.

Aunque también sentía temor.

Temor a que la creyera loca, a que pensará que estaba enferma por sentirse así o en el peor de los casos la creyera una sucia o desviada. 

Temor a perderla por sentir algo más profundo que el cariño de amigas que debía tenerle, pero ya no había espacio para retroceder.

La quería más que a nadie y se sentía perdida sin ella. Se preguntaba si Mercedes la extrañaría igual... si tal vez algún día podría sentir lo mismo por ella.

A veces se atrevía a pensarlo, porque recordaba la forma en que Mercedes la miraba, la atención que la hacía sentir como si solo existiera ella y nadie más.

Veía la intensidad de su mirada que le erizaba la piel y no lograba evitarlo.
Ni siquiera Nicanor la hacía sentir así de importante, como lo hacía Mercedes.

Alejó esos pensamientos y se dispuso a preparar la cena, cuando sonó el teléfono, - ¡Mercedes! pensó- y corrió a contestar, pero no era ella, era Nicanor.

- Aló, hola Nicanor, dime, ¿qué sucede? -contestó sin ánimo-.

- Bárbara, acabo de recibir una llamada de Santiago -hizo una pausa- era tu hermana Natalia.

-¿Natalia?, y ¿qué te dijo?, ¿por qué te llamo a ti y no a mí? -le preguntó sorprendida-.

- Es sobre tu madre Bárbara... -se quedó en silencio-, lo siento mi amor, ella… ella falleció hoy.

La noticia golpeó a Bárbara, pero solo unos segundos, se recompuso y siguió hablando:

-¿Te dijo algo más Nicanor?

Donde Todo Comenzó... (Barcedes) Donde viven las historias. Descúbrelo ahora