Donde Todo Comenzó... (Barcedes)

Capítulo XVII.

¿Cómo podremos salir de todo esto?

Pregunta que en medio de una noche fría y oscura asaltaba a ambos corazones, manteniendo sus cuerpos en vilo, sin posibilidad de dormir. Sus preocupaciones eran las mismas para las dos.

Bárbara no tenía miedo de enfrentar a Ernesto de una vez por todas. Ya la tenía harta su postura de gran señor, amo del mundo y de su familia, siempre queriendo poner su talón encima de la vida de Mercedes. Pero esta vez no quería que tomara represalias nuevamente contra Mercedes ni mucho menos con Luciano, que lo único que había hecho era protegerla y ayudarla. Él no lo merecía, no después de todo lo que había hecho por ella. Irse era la mejor opción, aunque tampoco quería vivir su vida con miedo, bajando la mirada, escondiéndose. No, ella tampoco había nacido para que el miedo la hiciera presa. Ella era una mujer libre de amar a quien quisiera, sin temer a un hombre que por tener dinero y posición social pudiera hacer lo que le viniera en gana con las personas.

Pero también estaba consciente de que la sociedad machista en la que vivía nunca las dejaría ser felices, si ellas se atrevieran a cruzar aquel umbral de las buenas costumbres y de la normalidad serían tachadas de desviadas, de enfermas, de sucias.

Serían no solo apuntadas por todos, también podrían ir a la cárcel o algo peor. Y nunca dejaría que Mercedes pasara por algo así. No tuvo la posibilidad de protegerla cuando Ernesto le tendió la trampa apartando a Mercedes de su lado, pero no permitiría que ocurriera otra vez. Prefería morir antes de que él la encerrara de nuevo.
Mercedes era lo único importante para ella y no iba a dejar que nadie le hiciera daño.

Mercedes caminaba de un lado a otro, temblando de furia contra su padre, preguntándose cómo se había convertido en ese ser tan sucio y despreciable que se jactaba de ser un padre ejemplar y un hombre intachable. Con dolor miró al cielo oscuro, deseando con todo su ser que su madre estuviera justo ahí, con ella, para darle cariño y comprensión en esos momentos. Sin duda ella la hubiera apoyado, lo sentía en su corazón. Sabía que debía pelear contra su padre para lograr ser feliz, para poder amarla sin ataduras, sin remordimientos, sin tener que ocultarse más. Bárbara merecía todo el amor del mundo y ella deseaba dárselo, pero no podía, ahora todo era diferente, no solo por ella, ahora también estaba Joaquín. Quería no mirar atrás y llevársela lejos de todo, a un lugar donde solo ellas importaran, sin gente que las juzgara por amarse, poder pasear juntas, tal vez no de la mano, pero sin gente murmurando al pasar o que las miraran extraño.

Trató de olvidar esos pensamientos y volvió a Bárbara.
Verla solo había hecho crecer las ganas que tenía de volver a tenerla entre sus brazos.
Aún podía sentir en su boca el sabor, el calor de sus labios, la piel de sus manos en las suyas, su aroma tan embriagador. Fuera del mal rato que había pasado con su padre, en su cabeza aún resonaban sus palabras...

“Te quiero solo mía, quiero ser yo la que despierte a tu lado y que sea para mí tu primera sonrisa del día...
Quiero ser yo, la que por las noches desate tu pasión con mis manos...
Te amo más que a nada en este mundo. ¡Nunca olvides eso!”.

Ella también la amaba, nunca había dejado de hacerlo. Muchas de sus noches estaban llenas de recuerdos, había pasado tanto tiempo, pero aún recordaba cómo se sentía dejar caricias en las curvas suaves de sus caderas, aún sentía en sus labios el sabor de su piel al recorrer cada centímetro de ella, en su mente vivía su voz llenando el aire de gemidos y escuchando su nombre, aún la sentía arder entre sus brazos, besándola como nadie lo hizo.

Aún la sentía suya.

Una mezcla de celestes y lilas en el cielo, le anunciaban que el amanecer estaba pronto a llegar. No había podido dormir, pensando en cómo poder girarle la mano al destino tormentoso que se les venía encima. Pero un par de hermosos ojos verdes apareció en su mente y borró todo mal pensamiento.