13. Una noche sobrecogedora

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Una semana después, Ana decidió ir corriendo por el campo a hacer una visita a la casa que había arroyo arriba. Era un atardecer con una niebla gris que había llegado desde el golfo, había cubierto el puerto, llenado los valles y ahora pesaba sobre los campos otoñales. A través de la niebla, el mar sollozaba y se estremecía. Ana vio Cuatro Vientos bajo una nueva luz y lo halló extraño, misterioso y fascinante, pero también le dio sensación de soledad. Gilbert no estaba y no vendría hasta la mañana siguiente, pues había ido a una conferencia médica en Charlottetown. Ana echaba de menos una hora de charla con un amigo. El capitán Jim y la señorita Cornelia eran «buena gente», cada uno a su modo, pero la juventud clamaba por juventud.
«Si Diana o Phil o Pris o Stella pudieran venir para charlar un rato», se dijo, «¡sería delicioso! Es una noche tan sobrecogedora... Estoy segura de que, si se levantara de pronto ese sudario de niebla, podrían verse los barcos que zarparon de Cuatro Vientos a encontrarse con un destino fatal llegando a puerto con sus tripulaciones ahogadas sobre cubierta. Siento que oculta innumerables misterios; me siento como si estuviera rodeada por los espectros de viejas generaciones de habitantes de Cuatro Vientos que me espían a través de ese velo gris. Si alguna vez las encantadoras damas muertas de esta casita volvieran para aparecerse, elegirían una noche como ésta. Si me quedo sentada aquí un minuto más, veré a una de ellas en la silla de Gilbert. Este lugar no es precisamente confortable esta noche. Hasta Gog y Magog parece que hayan puesto las orejas tiesas para oír las pisadas de invitados invisibles. Iré a casa de Leslie antes de asustarme a mí misma con mis fantasías, como hice aquella vez con el asunto del Bosque Encantado. Dejaré mi casa de los sueños para que reciba a sus antiguos moradores. Mi fuego les dará mi bienvenida y mi buena voluntad, se irán antes de mi regreso y mi casa volverá a ser mía. Estoy segura de que esta noche tiene una cita con el destino.» Riendo un poco de su fantasía, pero con una sensación de frío que le recorria la columna vertebral, Ana les mandó un beso con la mano a Gog y a Magog y salió a la niebla, con unas revistas nuevas para Leslie bajo el brazo.
-Leslie se vuelve loca por los libros y las revistas -le había dicho la señorita Cornelia-, y casi no los ve. No puede darse el lujo de comprarlos ni de suscribirse. Es de verdad muy pobre, Ana. No sé cómo se las arregla para vivir con ese magro alquiler que recibe por la granja. No toca para nada el tema de su pobreza, pero yo sé lo que ha de ser. La pobreza la ha limitado toda la vida. No le importaba cuando era libre y ambiciosa, pero ha de ser terrible ahora, créeme. Me alegro de que la encontraras tan animada y contenta la noche que pasó aquí. El capitán Jim me dijo que prácticamente tuvo que ponerle el sombrero y la chaqueta, llevarla hasta la puerta y echarla. No tardes mucho en ir a verla, tampoco. Si lo haces, pensará que no quieres ver a Dick, y volverá a encerrarse en su caparazón. »Dick es como un bebé grande e inofensivo, pero su sonrisa tonta y la risita ponen muy
nerviosa a alguna gente. Gracias al cielo, yo no tengo nervios. Dick Moore me gusta más ahora que cuando estaba cuerdo, aunque el Señor bien sabe que la diferencia no es grande. Un día, a la hora de la limpieza, estaba con ellos, ayudando un poco a Leslie; estaba friendo buñuelos. Dick andaba por allí, como siempre, y de pronto tomó uno que yo acababa de sacar del fuego y que estaba muy caliente, y me lo puso en el cuello justo cuando yo me inclinaba. No paraba de reír. Créeme, Ana, que hizo falta toda la gracia de Dios que llevo en el corazón para que no le tirara la sartén llena de aceite por la cabeza. Ana rió al recordar la furia de la señorita Cornelia mientras se apresuraba a través de las
sombras. Pero la risa no conjugaba bien con aquella noche. Se le había pasado la risa cuando llegó a la casa que había entre los sauces. Todo estaba en
silencio. La parte delantera parecía a oscuras y solitaria, de manera que Ana dio la vuelta hasta la puerta del costado, que se abría desde la galería a una salita. Allí se detuvo sin hacer ruido.La puerta estaba abierta. Adentro, en la habitación mal iluminada, estaba Leslie Moore, sentada con los brazos estirados sobre la mesa y la cabeza oculta entre ellos. Lloraba de una manera terrible, con sollozos bajos, profundos, sentidos, como si quisiera arrancarse una pena inmensa del alma. Un viejo perro negro estaba sentado junto a ella, con el hocico apoyado en su falda, y sus grandes ojos perrunos llenos de mudo e implorante cariño y devoción. Ana se apartó, consternada. Sintió que no debía interferir en esa amargura. Le dolía el corazón por la compasión que no podía expresar. Entrar en aquel momento sería cerrar la puerta para siempre a cualquier posible ayuda o amistad. El instinto advirtió a Ana que aquella orgullosa y dolida muchacha jamás perdonaría a quien la sorprendiera así, abandonada al desaliento. Ana se deslizó silenciosamente por la galería y cruzó el patio. A lo lejos, oyó voces en la
penumbra y vio el resplandor mortecino de una luz. Junto al portón, se encontró con dos hombres: el capitán Jim, con una linterna, y otro que evidentemente era Dick Moore: un hombre grande, muy gordo, de cara ancha, redonda y colorada y mirada vacía. Incluso con tan poca luz, Ana tuvo la impresión de que había algo raro en sus ojos.
-¿Es usted, señora Blythe? -preguntó el capitán Jim-. Caramba, caramba, no debería andar sola en una noche como ésta. Podría perderse con esta niebla. Espere a que deje a Dick en la casa y volveré para acompañarla a cruzar el campo. No voy a permitir que cuando el doctor Blythe regrese a casa, se encuentre con que su mujer se ha caído del cabo Leforce en medio de la niebla. Le pasó a una mujer, hace cuarenta años. -Así que ha venido a ver a Leslie -dijo, cuando se reunió con ella.
-No entré -dijo Ana, y le contó lo que había visto. El capitán Jim suspiró. .
-¡Pobre muchacha! No llora a menudo, señora Blythe, es demasiado valiente para llorar. Se tiene que sentir terriblemente mal cuando llora. Una noche como ésta ha de ser difícil para las pobres mujeres que tienen penas. Hay algo en esta noche que evoca todo lo que hemos sufrido... o temido.
-Está llena de fantasmas -dijo Ana, con un estremecimiento-. Por eso vine, quería estrechar una mano humana y oír una voz humana. Tengo la sensación de que hay tantas presencias no humanas esta noche... Hasta mi querida casita estaba llena de ellas. Me echaron, como quien dice. Por eso vine aquí, a buscar la compañía de mi especie. -Pero ha hecho bien en no entrar, señora Blythe. A Leslie no le habría gustado. No le habría gustado que hubiera entrado yo con Dick, lo que hubiera sucedido de no haberme encontrado con usted. Dick ha estado todo el día conmigo. Me lo llevo todo lo que puedo para ayudar un poco a Leslie.
-¿No tiene algo raro en los ojos? -preguntó Ana.
-¿Se ha dado cuenta? Sí, tiene un ojo azul y el otro castaño, el padre los tenía así. Es una peculiaridad de los Moore. Por eso reconocí a Dick Moore cuando lo vi en Cuba. De no haber sido por los ojos, no lo habría reconocido, con la barba y gordo como estaba. Ya sabrá que fui yo el que lo trajo de vuelta. La señorita Cornelia siempre dice que no tendría que haberlo traído, pero no estoy de acuerdo con ella. Era lo correcto; no podía hacer otra cosa. No me cuestiono nada con respecto a eso. Pero mi viejo corazón se compadece de Leslie. Sólo tiene veintiocho años y ha sufrido más que la mayoría de las mujeres de ochenta.
Siguieron en silencio. Al cabo de un rato, Ana dijo:
-¿Sabe, capitán Jim? No me gusta caminar con una linterna. Siempre tengo la extraña sensación de que, fuera del círculo de luz, pasando el borde de la oscuridad, me rodean cosas siniestras y furtivas, cosas que me vigilan desde las sombras con mirada hostil. He tenido esa sensación desde la infancia. ¿Cuál es la razón? Jamás me siento así cuando estoy en completa oscuridad; cuando la oscuridad me rodea por completo, no tengo miedo. -Yo siento más o menos lo mismo -admitió el capitán Jim-. Pienso que cuando la oscuridad está muy cerca es una amiga. En cambio, cuando la apartamos de nosotros, nos divorciamos de ella, por decirlo de alguna manera, con la luz de una linterna, se convierte en una enemiga. Pero se está levantando la niebla. Está empezando a soplar un lindo vientecillo de poniente, ¿lo siente? Las estrellas habrán salido cuando llegue a su casa. Llegaron, y cuando Ana volvió a entrar en su casa de los sueños, las brasas rojas seguían ardiendo en el hogar y todas las presencias fantasmales se habían ido.

Ana y la casa de sus sueñosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora