25. Escribiendo el libro

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A la mañana siguiente, Owen Ford llegó entusiasmado a la casita. -Señora Blythe, este libro es maravilloso, absolutamente maravilloso. Si pudiera
quedármelo y utilizar el material para un libro, estoy seguro de que podría escribir la novela del año con él. ¿Piensa que el capitán Jim me permitiría hacerlo?
-¡Permitírselo! Estoy segura de que estaría encantado -exclamó Ana-. Debo admitir que eso es lo que yo tenía en la cabeza anoche. El capitán Jim siempre ha deseado que alguien escribiera su libro de la vida.
-¿Me acompañaría al faro esta tarde, señora Blythe? Yo mismo le pediré el libro de la vida, pero quiero que usted le diga que me contó la historia de la perdida Margaret y que le pregunte si me permitiría usarla como hilo conductor de un romance con el cual enhebrar las historias de su libro de la vida en un todo armonioso. El capitán Jim se entusiasmó más que nunca cuando Owen Ford le contó su plan. Por
fin su tan acariciado sueño se haría realidad y su «libro de la vida» saldría al mundo. También le gustó la idea de que la historia de la perdida Margaret fuera incluida en él.
-Impedirá que se olvide su nombre -dijo,esperanzado. Por eso quiero que se incluya.
-Trabajaremos en colaboración -exclamó Owen, encantado-. Usted pondrá el alma y yo el cuerpo. Ah, entre los dos escribiremos un libro que se hará famoso, capitán Jim. Y nos pondremos a trabajar en seguida.
-¡Y pensar que el que escribirá mi libro será el nieto del maestro de escuela! -exclamó el
capitán Jim-. Muchacho, su abuelo fue mi amigo más querido. Yo pensaba que no había nadie como él. Ahora veo por qué tuve que esperar tanto. No podía ser escrito hasta que no apareciera el hombre indicado. Usted pertenece a este lugar, tiene el alma de esta vieja costa norteña, es el único que puede escribirlo. Acordaron que Owen dispondría del cuartito que había junto a la sala, en el faro, para
trabajar. Era necesario que el capitán Jim estuviera cerca mientras el joven escribía, para poder consultarle sobre muchos temas relativos al mar y al golfo que Owen ignoraba completamente. Comenzó a trabajar en el libro a la mañana siguiente, y puso manos a la obra con cuerpo y alma. En cuanto al capitán Jim, aquel verano fue un hombre feliz. Consideraba el cuartito donde trabajaba Owen un altar sagrado. Owen se lo consultaba todo, pero no le permitía ver el manuscrito. -Debe esperar a que esté publicado -dijo-. Así lo tendrá en su mejor forma. Hurgó en los tesoros del libro de la vida y los utilizó libremente. Soñó con la perdida Margaret y pensó en ella hasta que la joven se convirtió en una vivida realidad y vivió en sus páginas. A medida que el libro avanzaba, se apoderaba de él; Owen trabajaba con fervorosa ansiedad. Les permitió a Ana y a Leslie leer el manuscrito y criticarlo, y el último capítulo del libro -el cual, más adelante, los críticos se complacerían en denominar «idílico»- fue modelado sobre la base de una sugerencia de Leslie. Ana se congratulaba a sí misma, encantada con el éxito de su idea.
-Apenas vi a Owen Ford, supe que era el hombre apropiado -le dijo a Gilbert-. Tenía el sentido del humor y la pasión pintados en la cara, y estos elementos, junto con el arte de la expresión, eran lo necesario para escribir semejante libro. Como diría la señora Rachel, estaba predestinado para el papel. Owen Ford escribía por las mañanas. Las tardes las pasaba por lo general paseando con los Blythe. Leslie iba a menudo, porque el capitán Jim solía hacerse cargo de Dick para liberarla. Salieron en bote por el puerto y por los tres ríos que en él desembocaban; comieron almejas en el banco y mejillones en las rocas; recogieron fresas en las dunas, salieron a pescar bacalao con el capitán Jim, cazaron chorlitos en los campos de la costa y patos silvestres en la caleta, por lo menos los hombres. Al anochecer, vagabundeaban por las tierras bajas y cubiertas de margaritas de la costa, bajo una luna dorada, o se quedaban sentados en la sala de la casita donde, con frecuencia, la frescura de la brisa marina justificaba encender el fuego del hogar, y hablaban de los mil temas que pueden encontrar jóvenes felices, entusiastas e inteligentes. Desde el día en que se confesó a Ana, Leslie había sido otra persona. No quedaba rastro de
su antigua frialdad y reserva, ni sombra de su antigua amargura. La niñez de la que había sido despojada parecía regresar a ella con la madurez de la mujer: se abría como una flor de llama y perfume; no había risa más pronta que la suya ni ingenio más vivaz en los círculos crepusculares de aquel verano. Cuando no podía estar con ellos, todos sentían que faltaba un sabor exquisito en el vínculo. Su belleza se iluminaba con el alma que despertaba, como una lámpara rosada que da su luz a través de una transparente ánfora de alabastro. Había momentos en los cuales Ana sentía que le dolían los ojos con el esplendor de Leslie. En cuanto a Owen Ford, la «Margaret» de su libro, aunque tenía los suaves cabellos castaños y el rostro de duende de la muchacha desvanecida hacía tanto tiempo, «recostada donde duerme la perdida Atlántida», tenía la personalidad de Leslie Moore, tal y como la había conocido en aquellos dichosos días en Puerto Cuatro Vientos. Considerando todo esto, fue un verano que jamás se olvidaría, uno de esos veranos que rara vez llegan a cualquier vida pero que dejan al irse un rico patrimonio de hermosos recuerdos; uno de esos veranos que, con una afortunada combinación de buen tiempo, excelentes amigos y actividades divertidas, se acercan tanto a la perfección como puede acercarse cualquier cosa en este mundo.
-Demasiado bueno para durar -se dijo Ana a sí misma, con un pequeño suspiro, el día de septiembre en que una cierta aspereza del viento y una cierta intensidad azul en el agua del golfo indicaron que el otoño se acercaba. Aquel anochecer, Owen Ford les dijo que había terminado el libro y que sus vacaciones tocaban a su fin.
-Todavía tengo que revisarlo y pulirlo -dijo-, pero lo principal está hecho. Esta mañana he escrito la última frase. Si encuentro editor, probablemente salga a la venta para el verano o el otoño. Owen no dudaba de que encontraría editor. Sabía que había escrito un gran libro, un libro que se convertiría en un gran éxito, un libro que viviría. Sabía que para él significaría la fama y la fortuna pero, tras escribir la última frase, bajó la cabeza sobre el manuscrito y permaneció así sentado un largo rato. Y sus pensamientos no estaban en la buena obra que había escrito.

Ana y la casa de sus sueñosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora