27. En el banco de arena

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Owen Ford se fue de Cuatro Vientos a la mañana siguiente. Al atardecer, Ana fue a ver a Leslie, pero no halló a nadie. La casa estaba cerrada y no había luz en ninguna ventana. Parecía una casa a la que le hubieran quitado el alma. Leslie no apareció al día siguiente, lo cual fue, a ojos de Ana, mala señal. Como Gilbert iba al atardecer a la caleta de pesca, Ana fue con él hasta el faro con la intención de quedarse un rato con el capitán Jim. Pero la gran luz, que cortaba con sus franjas la niebla del atardecer otoñal, estaba al cuidado de Alee Boyd y el capitán Jim no estaba.
-¿Qué vas a hacer? -preguntó Gilbert-. ¿Vienes conmigo?
-No quiero ir a la caleta, pero cruzaré el canal contigo y pasearé por la playa hasta que
vuelvas. La costa de rocas estará muy resbaladiza y sombría esta noche. Sola en las arenas del banco, Ana se entregó al fantasmagórico encanto de la noche. Estaba cálido para ser septiembre y al atardecer había habido mucha niebla, pero una luna llena había reducido bastante la niebla y transformado el puerto, el golfo y las costas de alededor en un extraño, fantástico e irreal mundo plateado y espectral. La goleta negra del capitán Josiah Crawford, que navegaba canal abajo, cargada de patatas para los puertos de Bluenose, era un buque fantasma con rumbo a tierras lejanas y desconocidas que retrocedían siempre, que jamás serían alcanzadas. Los gritos de las gaviotas, ocultas a la vista, eran los gritos de las almas de marineros condenados. Los rizos de espuma que volaban por encima de la arena eran duendecillos que se escabullían desde las cuevas en el mar. Las inmensas dunas de espaldas redondas eran los gigantes dormidos de alguna vieja historia del norte. Las luces que brillaban pálidas al otro lado del puerto eran los faros engañosos en la costa de un país de hadas. Ana se regodeó con mil fantasías escudriñando la niebla. Caminar por aquella costa encantada era delicioso, romántico y misterioso. Pero, ¿estaba sola? Algo se irguió en la niebla frente a ella, tomó forma y se acercó
súbitamente por la arena ondulada.
-¡Leslie! -exclamó Ana, azorada-. ¿Qué estás haciendo, aquí, esta noche? -Ya que estamos, ¿qué estás haciendo tú? -dijo Leslie, intentando reír. El esfuerzo fue un fracaso. Se la veía muy pálida y cansada; pero sus rizos, que escapaban por debajo del gorro, caían ondulados alrededor de su cara y sus ojos como pequeños y resplandecientes anillos de oro.
-Espero a Gilbert, que está en la caleta. Iba a quedarme en el faro, pero el capitán Jim no está
-Bueno, yo vine aquí porque quería caminar, y caminar, y caminar -dijo Leslie, inquieta-. No pude hacerlo en la costa de rocas; la marea estaba demasiado alta y las rocas me encerraban. Tuve que venir aquí o me habría vuelto loca. Crucé el canal sola, en el bote del capitán Jim. Hace una hora que estoy aquí. Ven, ven, caminemos. No puedo quedarme quieta. ¡Ay, Ana! -Leslie, querida Leslie, ¿qué pasa? -preguntó Ana, aunque lo sabía perfectamente bien.
-No puedo decírtelo, no me preguntes. No me importaría que lo supieras, quisiera que lo supieras, pero yo no puedo decírtelo, no puedo decírselo a nadie. He sido muy tonta, Ana, y, ay, duele tanto ser tonta. No hay nada tan doloroso en el mundo. Rió con amargura. Ana le pasó el brazo por los hombros.
-Leslie, ¿es que amas al señor Ford? Leslie se volvió abruptamente.
-¿Cómo lo supiste? -exclamó-. Ana, ¿cómo lo supiste? Ah, ¿lo llevo escrito en la cara, para que todo el mundo se dé cuenta? ¿Es tan evidente? -No, no. Yo... no puedo decirte cómo lo supe. Me pareció, no sé por qué. Leslie, ¡no me mires así!
-¿Me desprecias? -le preguntó Leslie con tono áspero y bajo-. ¿Piensas que soy una mujer malvada? ¿O sencillamente piensas que soy una tonta?-No pienso nada de eso. Vamos, querida, hablemos de esto con sensatez, como podríamos hablar de cualquier otra de las grandes cosas de la vida. Has estado pensando demasiado en eso
y por eso has llegado a verlo bajo una luz morbosa. Ya sabes que tienes una clara tendencia a hacer lo mismo con todo lo que sale mal, y me prometiste que lucharías contra ella.
-Pero... ah, es una vergüenza tan grande -murmuró Leslie-. Amarlo, con un amor no solicitado, y además no siendo libre para amar a nadie.
-No hay nada vergonzoso en eso. Pero lamento mucho que te hayas dejado llevar porque, siendo las cosas como son, ese sentimiento no podrá más que hacerte desgraciada.
-No me dejé llevar -dijo Leslie, caminando rápido y hablando apasionadamente-. Si
hubiera sido así, podría haberlo evitado. Jamás soñé con algo así hasta ese día, hace una semana,
cuando él me dijo que había terminado el libro y que pronto se iría. Entonces lo supe. Sentí
como si alguien me hubiera asestado un golpe terrible. No dije nada, no podía hablar, pero no sé qué cara puse. Tengo tanto miedo de que mi expresión me haya traicionado... Ah, me moriría de vergüenza si él llegara a saberlo o sospecharlo.
Ana guardó un triste silencio, trabada por lo que sabía gracias a su conversación con Owen.
Leslie prosiguió, febril, como si encontrara alivio en hablar.
-He sido tan feliz este verano, Ana, más feliz de lo que he sido en toda mi vida. Pensé que era porque todo se había aclarado entre tú y yo, y que era nuestra amistad lo que hacía que la vida pareciera tan hermosa y plena una vez más. Ahora sé por qué todo era diferente. Y ahora
todo ha terminado y él se ha ido. ¿Cómo puedo vivir, Ana? Cuando entré en casa esta mañana, la soledad me golpeó con dureza.
-No parecerá tan difícil con el tiempo, querida. Ana, que siempre sentía tan agudamente el
dolor de sus amigos, no pudo decir fáciles y fluidas palabras de consuelo. Además, recordaba
cómo los discursos bienintencionados la habían hecho sufrir en su momento de dolor, y sintió
miedo.
-Ah, a mí me parece que con el tiempo será más difícil -dijo Leslie, con tristeza-. No tengo nada que esperar. Vendrá una mañana y luego la siguiente, y él no regresará, él nunca regresará. Ay, cuando pienso que no volveré a verlo jamás, siento como si una
mano inmensa y brutal me oprimiera las fibras del corazón y estuviera retorciéndolas. Una
vez, hace mucho tiempo, soñé con el amor, y pensé que sería hermoso, y ahora es así. Cuando él se fue, ayer por la mañana, estuvo tan frío e indiferente... Me dijo: «Adiós, señora
Moore», con la mayor frialdad del mundo, como si ni siquiera hubiéramos sido amigos, como si yo no significara nada para él. Sé que no; yo no quería que él se enamorara de mí,
pero bien podría haber sido un poco más amable.
«Ah, cómo quisiera que llegara Gilbert», pensó Ana. Se sentía desgarrada entre su compasión por Leslie y la necesidad de evitar cualquier cosa que traicionara la confianza de
Owen. Ella sabía por qué su adiós había sido tan frío, por qué no había podido mostrarse tan cordial como la buena camaradería exigía, pero no podía decírselo a Leslie.
-No pude evitarlo, Ana, no pude evitarlo -dijo la pobre Leslie.
-Lo sé.
-¿Me culpas mucho?
-No te culpo en absoluto.
-¿Y... no le dirás nada a Gilbert?
-¡Leslie! ¿Me crees capaz de hacer semejante cosa?
-Ah, no sé, tú y Gilbert sois tan amigos. No sé cómo podrías evitar contarle todo.
-Le cuento todas mis cosas, sí. Pero no los secretos de mis amigas.
-No soportaría que él lo supiera, pero me alegro de que lo sepas tú. Me sentiría culpable si hubiera algo que me avergonzara contarte. Espero que la señorita Cornelia no lo descubra. A veces siento como si esos terribles y afectuosos ojos castaños me leyeran el alma. Ay, cómo me gustaría que esta niebla no se levantara jamás, cómo me gustaría quedarme aquí para siempre, oculta a los ojos de cualquier ser vivo. No sé cómo haré para seguir con mi vida. Este verano ha
sido tan pleno. No me he sentido sola ni por un instante. Antes de que viniera Owen, hubo
momentos espantosos, cuando regresaba a casa después de estar con Gilbert y contigo. Vosotros
os ibais juntos y yo me iba caminando sola. Cuando vino Owen, él siempre estuvo allí para caminar hasta casa conmigo, nos reíamos y charlábamos, igual que Gilbert y tú, ya no hubo más momentos solitarios y llenos de envidia para mí... ¡Y ahora...! Ah, sí, he sido una tonta. Dejemos de hablar de mi locura. No volveré a molestarte con este tema. -Ahí viene Gilbert, y tú volverás con nosotros -dijo Ana, que no tenía la menor intención de dejar a Leslie vagabundeando sola en el banco de arena en semejante noche y con semejante estado de ánimo-. Hay mucho lugar en nuestro bote para tres; ataremos el otro bote atrás.
-Ah, supongo que debo acostumbrarme a ser la tercera otra vez -dijo la pobre Leslie con otra amarga risa-. Perdóname, Ana, eso ha sido desagradable. Tendría que estar agradecida, y lo estoy, por tener dos buenos amigos que con gusto me incluyen como tercera. No hagas caso de mis comentarios desagradables. Me siento como si tuviera un gran dolor y todo me hace daño. -Leslie parecía muy callada esta noche, ¿no? -comentó Gilbert cuando Ana y él llegaron a casa-. ¿Qué rábanos estaba haciendo sola en el banco de arena?
-Ah, estaba cansada, y tú sabes cómo le gusta ir a la costa después de uno de esos días malos de Dick.
-Qué lástima que no haya conocido a un hombre como Ford hace tiempo y se haya casado con él -murmuró Gilbert-. Habrían hecho una pareja ideal, ¿no?
-Por lo que más quieras, Gilbert, no te conviertas en un casamentero. Es una profesión abominable para un hombre -exclamó Ana, algo tajante, por temor a que Gilbert tropezara con la verdad si seguía esa línea de pensamiento.
-Caramba, mi nenita, no estoy haciendo de casamentero -protestó Gilbert, algo sorprendido por su tono-. Sólo pensaba en algo que pudo haber sido.
-Bien, no lo hagas. Es una pérdida de tiempo -dijo Ana. Luego agregó,
abruptamente-: Ah, Gilbert, cómo me gustaría que todo el mundo fuera tan feliz como nosotros.

Ana y la casa de sus sueñosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora