21. Barreras que caen

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-Ana -dijo Leslie, interrumpiendo abruptamente un breve silencio-, no sabes lo hermoso que es volver a estar aquí, sentada contigo, trabajando, charlando y guardando silencio juntas. Estaban sentadas entre los pastos azulados a orillas del arroyo en el jardín de Ana. El agua centelleaba y canturreaba a su lado; los abedules arrojaban sombras moteadas sobre ellas; las rosas florecían a lo largo de los senderos. El sol comenzaba a bajar y el aire rebosaba de músicas entrelazadas. Había una música que era la del viento entre los abetos, detrás de la casa, y otra de las olas en el banco, y otra más de la campana distante de la iglesia cerca de la cual dormía la pequeña damita blanca. A Ana le encantaba esa campana, aunque ahora le traía tristes recuerdos. Miró con curiosidad a Leslie, que había dejado su costura y hablaba con una libertad que era desusada en ella.
-Aquella noche espantosa, cuando estuviste tan enferma -continuó Leslie-, yo no podía dejar
de pensar que quizá no tuviéramos más charlas ni caminatas ni más trabajo juntas. Y me di cuenta de lo que tu amistad había llegado a significar para mí, lo que tú significas, y de lo odiosa que he sido.
-¡Leslie! ¡Leslie! Nunca permito a nadie que insulte a mis amigos.
-Es cierto. Es exactamente lo que soy, odiosa. Hay algo que tengo que decirte, Ana.
Supongo que hará que me desprecies, pero debo confesarlo. Ana, ha habido momentos en este invierno y la primavera pasados en que te he odiado.
-Lo sabía -dijo Ana muy tranquila.
-¿Lo sabías?
-Sí, lo veía en tus ojos. -¿Y a pesar de eso seguiste queriéndome y siendo mi amiga?
-Bien, tú me odiabas a veces, Leslie. El resto del tiempo me querías, creo.
-Claro que sí. Pero ese otro sentimiento espantoso estaba siempre en mi corazón, estropeándolo todo. Yo lo sofocaba, a veces me olvidaba de él, pero a veces surgía y se adueñaba de mí. Te odiaba porque te envidiaba, ay, estaba enferma de envidia. Tú tenías una casita preciosa, amor y felicidad, sueños alegres, todo lo que yo he querido y nunca he tenido ni podré tener. ¡Ah, nunca lo podré tener! Eso es lo que me aguijoneaba. No te habría envidiado si hubiera tenido una esperanza de que la vida algún día podría ser diferente para mí. Pero no la tenía, no la tenía, y no me parecía justo. Me hacía rebelarme y me dolía; por eso te odiaba a veces. Me daba tanta vergüenza... ahora me estoy muriendo de vergüenza, pero no podía dominarme. Aquella noche, cuando tuve miedo de que no sobrevivieras, pensé que sería castigada por mi maldad y te quise tanto entonces... Ana, Ana, nunca tuve a nadie a quien querer desde la muerte de mi madre, a no ser por el viejo perro de Dick; es espantoso no tener a nadie a quien amar, la vida se vuelve vacía, y no hay nada peor que el vacío y yo podría haberte querido tanto, pero ese sentimiento tan horrible lo estropeaba todo... Leslie temblaba y se estaba volviendo incoherente con la violencia de su propia emoción.
-Por favor, Leslie -imploró Ana-, por favor. Lo entiendo, por favor no hables más de eso.
-Tengo que hablar, tengo que hablar. Cuando supe que vivirías, juré contártelo apenas estuvieras bien, juré que no continuaría aceptando tu amistad y tu compañía sin decirte lo poco que me las merezco. Y he tenido tanto miedo de que me dieras la espalda. -No tenías por qué tenerlo, Leslie.
-Ah, me alegro tanto, tanto, Ana. -Leslie juntó las ásperas manos trabajadoras para evitar que le temblaran.
-Pero quiero decírtelo todo ahora que he empezado. Tú no recuerdas la primera vez que te vi, supongo, no fue aquella noche en la costa...-No, fue la tarde en que Gilbert y yo llegamos. Tú llevabas tus gansos colina abajo. ¡Si lo recordaré! Me pareciste tan hermosa, que estuve preguntándome quién serías durante semanas.
-Yo sabía quién eras tú, aunque no había visto a ninguno de los dos antes. Había oído decir que el nuevo doctor y su esposa vendrían a vivir en la casita de la señorita Russell. Te... te odié en aquel mismo momento, Ana.
-Sentí el resentimiento en tus ojos, pero luego dudé, pensé que me equivocaba, pues, ¿por qué podía ser?
-Porque se te veía feliz. Ah, ahora vas a coincidir conmigo en que soy odiosa, odiar a otra
mujer sólo porque es feliz, ¡y cuando esa felicidad no me quita nada a mí! Por eso nunca vine a verte. Sabía muy bien que tenía que venir; hasta nuestras sencillas costumbres de aquí, de Cuatro Vientos, lo exigían. Pero no podía. Solía mirarte desde mi ventana, te veía con tu esposo caminando por el jardín o te veía correr a su encuentro por el sendero de álamos. Y me dolía. Y
por otro lado quería venir. Sentía que, si yo no fuera tan miserable, podría quererte y encontrar
en ti lo que nunca he tenido en la vida: una amiga íntima, una amiga verdadera de mi misma
edad. ¿Y recuerdas aquella noche en la costa? Tú tenías miedo de que te creyera loca. Habrás
pensado que yo sí lo estaba.
-No, pero no podía entenderte, Leslie. Tan pronto me acercabas a ti como me apartabas.
-Yo estaba muy mal aquella noche. Había tenido un día difícil. Dick había resultado muy... muy difícil de manejar. Por lo general, es muy dócil y fácil de controlar, sabes, Ana.
Pero hay días en los que es muy diferente. Yo estaba tan dolida que corrí a la costa en cuanto se
quedó dormido. Era mi único refugio. Me sentaba a pensar cómo mi padre había terminado su
vida, preguntándome si yo no sería arrastrada al mismo fin algún día. ¡Ah, mi corazón estaba
lleno de negros pensamientos! Y entonces apareciste tú, bailando en la caleta como una gozosa
criatura. Te... te odié entonces más que nunca. Y sin embargo, ansiaba tu amistad. Un sentimiento se apoderaba de mí un momento y el sentimiento contrario al segundo siguiente.
»Cuando llegué a casa aquella noche lloré de vergüenza por lo que tú podías pensar de mí.
Pero ha sido siempre lo mismo cuando he venido aquí. A veces he sido feliz y he disfrutado de la visita. Y otras veces ese horrible sentimiento lo estropeaba todo. En ocasiones todo lo que tenía que ver contigo y con tu casa me dolía. Tenías tantas cosas bonitas que yo no podía tener. ¿Sabes? Es ridículo, pero sentía una inquina especial por tus perros de porcelana. ¡Había
ocasiones en que quería agarrar a Gog y a Magog y estrellarles sus preciosas naricitas negras
una contra otra! Ah, sonríes, Ana, pero a mí nunca me hizo gracia. Venía y os veía a ti y a
Gilbert con vuetros libros y vuestras flores, y los dioses de la casa, y las bromas de la familia, y el amor de cada uno por el otro en cada mirada y en cada palabra, incluso cuando no os dabais cuenta, y yo me iba a casa, volvía... ¡tú sabes a qué volvía yo! Ah, Ana, no creo ser celosa y
envidiosa por naturaleza. Cuando era pequeña, me faltaban muchas cosas que mis compañeros
de escuela tenían, pero a mí nunca me importó, nunca dejé de querer a mis compañeros por eso.
Pero al parecer me he llenado de odio...
-Leslie, querida mía, deja de culparte. Tú no eres odiosa, celosa ni envidiosa. La vida que has vivido te ha resentido un poquito, puede ser, pero habría destrozado una naturaleza menos delicada y noble que la tuya. Te dejo que me digas todas estas cosas porque creo que es mejor
para ti liberar tu alma. Pero no te culpes ya más.
-Bien, no lo haré. Sólo quería que me conocieras como soy. Aquella vez que me hablaste de tu entrañable esperanza para la primavera fue lo peor, Ana. Jamás me perdonaré por cómo me comporté entonces. Me arrepentí con llanto. Y sí, puse muchos tiernos y afectuosos
pensamientos sobre ti en el vestidito que hice. Pero tendría que haber sabido que cualquier cosa
que yo hiciera no podía ser más que una mortaja.
-Vamos, Leslie, eso sí es muy amargo y morboso, aparta esos pensamientos. Me alegré tanto cuando me trajiste el vestidito; ya que tuve que perder a la pequeña Joyce, me gusta pensar que el vestido que tuvo fue el que tú le hiciste cuando te permitiste quererme.
-Ana, ¿sabes?, creo que siempre te querré después de esto. No creo que vuelva a sentir ese espantoso sentimiento hacia ti otra vez. Parece que hablarlo lo ha destruido de alguna manera. Es muy extraño; a mí me pareció real y terrible. Es como abrir la puerta de una habitación oscura para enseñar una horrible criatura que pensabas que estaba ahí y, cuando la luz penetra, el monstruo resulta haber sido apenas una sombra, que se desvanece cuando se enciende la luz. Jamás
volverá a interponerse entre nosotras.
-No, ahora somos amigas de verdad, Leslie, y me alegro mucho.
-Espero que no me malentiendas si te digo algo más. Ana, me dolió hondamente que
perdieras a tu niña y, si cortándome una mano pudiera haberla salvado, lo habría hecho. Pero tu
dolor nos ha acercado. Tu felicidad completa ya no es una barrera. Ah, no me malentiendas, querida, no estoy contenta porque tu felicidad ya no sea total, puedo decir esto sinceramente; pero, al no serlo, ya no hay un abismo tan grande entre las dos.
-Te entiendo, Leslie. Ahora cerraremos el pasado y olvidaremos lo que tuvo de
desagradable. Todo será diferente. Ahora las dos somos de la raza de José. Creo que has estado
maravillosa, maravillosa. Y, Leslie, no puedo evitar creer que la vida aún te deparará algo bueno
y hermoso.
Leslie negó con la cabeza.
-No -dijo, en voz baja-. No hay ninguna esperanza. Dick jamás se curará; y si
recuperara la memoria sería aún peor de lo que es ahora. Esto es algo que no puedes entender,
feliz esposa. Ana, ¿te contó alguna vez la señorita Cornelia por qué me casé con Dick?
-Sí.
-Me alegro, quería que lo supieras, pero no podría haber hablado de ello, si no lo hubieras sabido. Ana, me parece que desde que tenía doce años, la vida ha sido muy amarga para mí.
Antes de eso, tuve una niñez muy feliz. Eramos muy pobres, pero mi padre era tan espléndido,
tan inteligente, afectuoso y comprensivo que no nos importaba. Fuimos cantaradas desde que
tengo memoria. Y mi madre era tan dulce... Era guapísima. Yo me parezco a ella, pero no soy tan
hermosa.
-La señorita Cornelia dice que eres mucho más guapa.
-Se equivoca, o es parcial. Yo creo tener mejor cuerpo: mamá era delicada y estaba doblegada por tanto trabajo. Pero tenía un rostro de ángel. Yo solía mirarla con adoración.
Todos la adorábamos... papá, Kenneth y yo.
Ana recordó que la señorita Cornelia le había dado una impresión muy diferente de la madre de Leslie. Pero, ¿no tenía el amor una visión más veraz? De todos modos, obligar a su
hija a casarse con Dick Moore había sido un rasgo de egoísmo por su parte.
-Kenneth era mi hermano -continuó Leslie-. Ah, no puedo decirte cuánto lo quería. Y murió de una manera muy cruel. ¿Sabes cómo?
-Sí.
-Ana, vi su carita cuando la rueda le arrolló. Cayó de espaldas. Ana... Ana, la veo ahora. La veré siempre. Ana, lo único que le pido al cielo es que ese recuerdo se borre de mi memoria. ¡Ay, Dios mío!
-Leslie, no hables de eso. Yo conozco la historia, no entres en detalles que no harán más que atormentar inútilmente tu alma. Se borrará.
Tras un momento de lucha interna, Leslie recuperó el control.
-Luego la salud de mi padre empeoró y se dejó ganar por el desaliento, se le desequilibró la mente, ¿sabes eso, también?
-Sí.
-Después de eso, sólo me quedaba mi madre por quien vivir. Pero yo era muy
ambiciosa. Quería enseñar y pagarme los estudios universitarios. Quería llegar a la cima, ah, tampoco voy a hablar de eso. No tiene sentido. Ya sabes lo que ocurrió. No podía ver cómo
mi pobre y desdichada madre, que había sido una esclava toda la vida, era echada de su casa.
Claro que yo podría haber ganado lo suficiente para que viviéramos las dos. Pero mamá no podía
dejar su casa. Había llegado allí de recién casada y había querido tanto a mi padre... y todos sus recuerdos estaban allí. Incluso ahora, Ana, cuando pienso que la hice feliz el último año de su vida, no lamento lo que hice.
»En cuanto a Dick, no lo odiaba cuando me casé con él sino que mis sentimientos se
reducían a la indiferencia y la amistad que sentía por todos mis compañeros de la escuela.
Sabía que bebía, pero no me había enterado de la historia sobre la muchacha del pueblo de pescadores. De haberla oído, no podría haberme casado con él, ni siquiera por mi madre.
Después sí lo odié, pero mamá jamás se enteró. Ella murió y me quedé sola. Apenas tenía diecisiete años y estaba sola. Dick se había ido en el Four Sisters. Yo esperaba que tardara mucho en regresar. Siempre había tenido el mar en la sangre. No tenía otra esperanza. Bien, el capitán Jim lo trajo a casa, como ya sabes, y eso fue todo. Ahora ya me conoces, Ana, conoces lo peor de mí, todas las barreras han caído. ¿Todavía quieres ser amiga mía? Ana miró a través de los abedules la blanca linterna de papel de una media luna que bajaba hacia el golfo. Tenía una expresión muy dulce en el rostro.
-Yo soy tu amiga y tú eres mi amiga para siempre -dijo-. Una amiga como no he tenido jamás. He tenido muchas buenas y queridas amigas, pero hay algo en ti, Leslie, que nunca he encontrado en otra persona. Tienes mucho para ofrecerme en tu rica naturaleza y yo tengo más para darte ahora de lo que tenía en mi despreocupada niñez. Somos las dos mujeres y amigas para siempre. Se tomaron de las manos y se sonrieron a través de las lágrimas que llenaban los ojos grises
de una y azules de la otra.

Ana y la casa de sus sueñosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora