-Sí, el octavo hijo llegó hace quince días -dijo la señorita Cornelia, sentada en una hamaca junto al fuego, una fría tarde de octubre-. Es una niña. Fred estaba furioso; dice que quería un varón, cuando la verdad es que no quería ninguna de las dos cosas. Si hubiera sido un varón, se habría puesto furioso porque no era una niña. Tienen cuatro niñas y tres varones, así que no creo que hubiera habido mucha diferencia en lo que fuese éste, aunque, claro, él tenía que ponerse antipático, típico de los hombres. La criatura es preciosa, sobre todo vestida con su bonita ropa. Tiene los ojos negros y unas manitas preciosas.
-Tengo que ir a verla. Me encantan los bebés -dijo Ana, sonriendo para sus adentros por un pensamiento demasiado íntimo para ser expresado en palabras.
-Yo digo que son guapos -dijo la señorita Cornelia-. Pero alguna gente parece
tener más de los necesarios, créeme. Mi pobre prima Flora, de Glen, tuvo once, ¡y es una esclava! El marido se suicidó hace tres años. ¡Típico de los hombres!
-¿Qué lo llevó a eso? -preguntó Ana, impresionada.
-No pudo hacer su voluntad en algo que quería, de manera que saltó al pozo. ¡Fue una salvación! Era un tirano innato. Pero, claro, estropeó el pozo. Flora nunca pudo hacerse a la idea de volver a usarlo, ¡pobrecita! Así que tuvo que hacer excavar otro, con un gasto impresionante, y además el agua era peor. Si quería ahogarse, ¿no tenía bastante agua en el puerto? Yo no tengo paciencia con un hombre así. Hemos tenido sólo dos suicidios en Cuatro Vientos, que yo recuerde. El otro fue Frank West, el padre de Leslie Moore. A propósito, ¿Leslie no ha venido a visitarte?
-No, pero la encontré en la costa hace unas noches y estuvimos conversando -dijo Ana, aguzando los oídos. La señorita Cornelia asintió.
-Me alegro, querida. Esperaba que te encontraras con ella. ¿Qué te pareció?
-Me pareció muy hermosa.
-Ah, por supuesto. Jamás hubo nadie en Cuatro Vientos que la igualara en belleza. ¿Te has fijado en sus cabellos? Le llegan a los pies cuando se los suelta. Pero me refería a qué te pareció como persona.
-Creo que podríamos llevarnos muy bien, si ella me lo permitiera -dijo Ana en voz baja.
-Pero ella no te lo permite, seguramente te rechazó y te mantuvo a distancia. ¡Pobre Leslie! Lo entenderías si conocieras su vida. Una tragedia. ¡Una tragedia! -repitió la señorita Cornelia con énfasis.
-Me gustaría que me contara su historia, es decir, si puede contármela sin traicionar su confianza. -Cielos, querida, todos en Cuatro Vientos conocen la historia de la pobre Leslie. No es ningún secreto, al menos el exterior. Sólo Leslie conoce el interior y ella no confía en nadie. Yo soy la mejor amiga que tiene en la Tierra, creo, y jamás ha pronunciado una queja ante mí. ¿Alguna vez has visto a Dick Moore?
-No.
-Bien, será mejor que comience por el principio y te cuente todo para que puedas entenderlo. Como te decía, el padre de Leslie se llamaba Frank West. Era hábil y perezoso... típico de los hombres. Claro que tenía mucha cabeza, ¡pero para lo que le sirvió! Empezó a estudiar; lo hizo durante dos años, pero entonces se puso enfermo. Los West tienen todos predisposición a la tisis. Y así fue como Frank volvió a casa y se dedicó a la tierra. Se casó con Rose Elliott, que vivía al otro lado del puerto. Rose era tenida por la belleza de Cuatro Vientos. Leslie ha heredado su belleza de la madre, aunque tiene diez veces más espíritu y bríos que Rose, y mucho mejor cuerpo. Ahora bien, tú sabes, Ana, que yo siempre afirmo que las mujeres debemos ayudarnos entre nosotras. Ya tenemos suficiente con soportar a los hombres, el Señor bien lo sabe, por eso creo que no debemos sacarnos los ojos las unas a las otras y es difícil que me sorprendas criticando a otra mujer. Pero Rose Elliott nunca me gustó. Para empezar, era una malcriada, créeme, y no era más que una muchacha holgazana, egoísta y quejica. Frank no era un trabajador ejemplar de manera que eran pobres como ratas. ¡Pobres! Vivían a base de patatas y nada más, créeme. Tuvieron dos hijos: Leslie y Kenneth. Leslie tenía el físico de la madre, la inteligencia del padre y algo más que no heredó de ninguno de los dos. Salió a la abuela West, una anciana espléndida. De niña, Ana, era inteligente, buena y alegre. Todos la querían. Era la preferida del padre y ella lo adoraba. Eran «camaradas», como decía Leslie. Ella no le veía ningún defecto y la verdad es que él era todo un seductor. »Bien, cuando Leslie tenía doce años, sucedió la primera desgracia. Ella adoraba al pequeño Kenneth, que tenía cuatro años menos que ella y era encantador. Un día, el niño se cayó de un gran cargamento de heno que estaban metiendo en el granero y una rueda le pasó por encima del cuerpecito y lo aplastó. Murió. Y escucha esto, Ana, Leslie lo presenció. Ella estaba mirando desde el granero. Dio un alarido... El peón dice que le resonará en los oídos hasta que lo borre la trompeta de Gabriel. Pero Leslie no volvió a gritar ni lloró. Saltó por la ventana sobre el heno y de la montaña de heno al suelo y se abrazó al cuerpecito sangrante y sin vida, Ana, y tuvieron que arrancárselo para que lo soltara. Fueron a buscarme... no puedo hablar de eso.
La señorita Cornelia se secó las lágrimas de los bondadosos ojos castaños y cosió sumida en un triste silencio durante unos minutos.
-Bien -prosiguió-, todo terminó. Enterraron al pequeño Kenneth en el cementerio del otro lado del puerto y, después de un tiempo, Leslie volvió a la escuela y a sus estudios. Desde entonces jamás volvió a mencionar el nombre de Kenneth. Pienso que aquella vieja pena duele y la quema todavía, a veces, pero ella era apenas una niña y el tiempo es muy bueno con los niños, Ana, querida. Después de un tiempo, Leslie volvió a reír... Tenía una risa hermosísima. No se la
oye reír a menudo ahora.
-Yo la oí una vez la otra noche -dijo Ana-. Sí, es una risa muy bonita.
-Frank West comenzó a decaer después de la muerte de Kenneth. No era un hombre fuerte y para él fue una conmoción; quería mucho al niño, si bien, como te decía, su preferida era Leslie. Se volvió taciturno y melancólico y no podía o no quería trabajar. Y un día, cuando Leslie tenía catorce años, se ahorcó en la sala de la casa, Ana, en medio de la sala; se colgó de la lámpara del techo. ¿No es un acto típico de un hombre? Además, era el día del aniversario de su boda. Bonito momento fue a elegir, ¿no? Por supuesto, la que lo encontró tuvo que ser la pobre Leslie. Entró en la sala aquella mañana, cantando, con flores frescas para los floreros y se encontró con el padre colgado del techo, con la cara negra como el carbón. ¡Fue algo espantoso, te lo aseguro!
-¡Qué horror! -dijo Ana, estremeciéndose-. ¡Pobrecita! ¡Pobre criatura! -Leslie no lloró en el entierro del padre, como no había llorado en el de Kenneth. Pero Rose
aulló y gimió por las dos; Leslie hacía todo lo posible para intentar calmar y consolar a su madre. Yo estaba enojada con Rose, igual que todos, pero Leslie no perdió la paciencia en ningún momento. Ella quería mucho a su madre. Leslie está muy aferrada a la familia: los suyos no podrían hacer nada mal a sus ojos. Bien, enterraron a Frank West junto a Kenneth, y Rose le erigió un gran monumento. ¡Era más grande que su personalidad, créeme! Lo cierto es que era más grande que lo que Rose podía pagar, pues la granja estaba hipotecada por más de lo que valía. Pero no mucho después, la vieja abuela West murió y dejó algo de dinero a Leslie, lo suficiente para pagarle un año en la Academia de la Reina. Leslie había decidido enseñar, si podía, y luego ganar lo suficiente para pagarse los estudios en Redmond College. Había sido el plan de su padre, que quería que ella tuviera lo que él había perdido. Leslie estaba llena de ambiciones y le sobraba inteligencia. Fue a la Academia, hizo dos años en uno y obtuvo el Primer Diploma; cuando volvió a casa, comenzó a enseñar en la escuela de Glen. Estaba tan contenta, tan esperanzada y tan llena de vitalidad y entusiasmo... Cuando pienso en lo que era entonces y lo que es ahora, digo: ¡malditos hombres! La señorita Cornelia sacudió la cabeza con tanto odio como si estuviera cortándole la cabeza a la humanidad de un solo golpe, al estilo de Nerón.
-Dick Moore entró en su vida aquel verano. El padre de él, Abner Moore, tenía una tienda en Glen, pero Dick tenía en la sangre la avidez de navegar, que le venía por parte de madre; solía navegar en verano y trabajar en la tienda del padre en invierno. Era un muchacho grande, bien parecido, con el alma muy sucia. Siempre quería las cosas hasta que las conseguía y después dejaba de quererlas; típico de los hombres. Bien, no era de los que rezongan por rezongar, y era bastante agradable y simpático cuando las cosas iban bien. Pero bebía mucho y se contaba una historia muy fea de él y una muchacha del pueblo de pescadores. Él no servía ni para limpiarle los zapatos a Leslie. ¡Y era metodista! Pero estaba loco por ella, en primer lugar por su belleza, y en segundo lugar porque ella no quería tener nada que ver con él. Juró que la conseguiría, ¡y la consiguió!
-¿Cómo lo logró?
-¡Ah, fue una iniquidad! Yo nunca se lo perdonaré a Rose West. La cuestión era,
querida, que Abner Moore tenía la hipoteca de la granja de los West y había intereses vencidos desde hacía años; Dick le dijo a la señora West que si Leslie no se casaba con él, haría que su padre ejecutara la hipoteca. Rose se puso como loca, se desmayó, lloró y le rogó a Leslie que no dejara que la echaran de su casa. Dijo que se moriría de dolor si tenía que dejar la casa en la que había entrado como recién casada. Yo entiendo que se sintiera muy mal con la situación pero, ¿quién podría creer que fuera tan egoísta como para sacrificar a su propia carne, su propia sangre, no? Bien, lo hizo. Y Leslie se rindió: quería tanto a su madre que era capaz de hacer cualquier cosa para evitarle sufrimientos. Se casó con Dick Moore. Ninguno de nosotros supo la razón en aquel momento. Averigüé que la madre la había obligado mucho tiempo después. Aunque yo siempre estuve segura de que algo no encajaba, porque yo sabía que lo había rechazado una y otra vez, y Leslie no era de las que cambian de idea de un día para otro. Además, yo sabía que Dick Moore no era el tipo de hombre que pudiera gustar a Leslie, a pesar de su atractivo y sus encantos. Claro que no hubo banquete de bodas, pero Rose me pidió que fuera a ver la ceremonia. Fui, pero lamenté haberlo hecho. Yo había visto a Leslie en el entierro del hermano y en el del padre y ahora me pareció que la veía en su propio entierro. Pero Rose sonreía a más no poder, ¡créeme! »Leslie y Dick se fueron a vivir a la granja de los West -¡Rose no soportaba separarse de su hija!- y vivieron allí durante el invierno. Cuando llegó la primavera, Rose pescó una neumonía y se murió... ¡un año tarde! Para Leslie fue un gran golpe. ¿No es terrible cómo alguna gente que no se lo merece es querida, mientras que otros, que lo merecen mucho más, diría uno, nunca reciben el menor afecto? En cuanto a Dick, ya había disfrutado bastante de la tranquila vida de casado, típico de los hombres. Quería irse. Se fue a Nueva Escocia a visitar a su familia - el padre provenía de allí- y escribió a Leslie diciéndole que su primo, George Moore, salía de viaje para La Habana y que él también iría. El nombre del navio era el Four Sisters y estarían de regreso a las nueve semanas. »Seguramente fue un alivio para Leslie, pero nunca dijo nada. Desde el día de su matrimonio fue como es ahora: fría y orgullosa, y mantiene a todos, excepto a mí, a cierta distancia. ¡A mí nadie podría mantenerme a distancia, créeme! Yo me he pegado a los talones de Leslie todo lo que he podido, a pesar de todo.
-Ella me dijo que usted era su mejor amiga -dijo Ana. -¿Te dijo eso? -exclamó la señorita Cornelia, encantada-. Bien, me alegra mucho saberlo. En ocasiones, me he preguntado si ella quería tenerme cerca; nunca me lo ha hecho saber. Eso quiere decir que tienes que haberla conquistado más de lo que crees, de lo contrario no te habría dicho tanto. ¡Ah, esa pobre y desdichada muchacha! Cada vez que veo a Dick Moore, me dan ganas de atravesarlo con un cuchillo. La señorita Cornelia volvió a secarse los ojos y, una vez aliviados sus sentimientos con aquel sangriento deseo, retomó la historia.
-Bien, Leslie se quedó aquí sola. Dick había plantado antes de irse y el viejo Abner se ocupó de la cosecha. Pasó el verano y el Four Sisters no volvió. Los Moore de Nueva Escocia investigaron y averiguaron que había llegado a La Habana, descargado la mercadería que llevaba, cargado otra y emprendido el regreso. Pero eso era todo lo que se sabía. Poco a poco, la gente empezó a hablar de Dick Moore como si estuviera muerto. Casi todo el mundo creía que lo estaba, aunque nadie lo sabía a ciencia cierta, pues ha habido hombres que han aparecido en el puerto después de haberlos dado por desaparecidos durante años. Leslie nunca pensó que estuviera muerto, y tenía razón. ¡Por desgracia! El verano siguiente, el capitán Jim estuvo en La Habana... eso fue antes de que dejara de navegar, por supuesto. Se le ocurrió husmear por allí... el capitán Jim siempre ha sido un entrometido, típico de los hombres... y se puso a indagar por las pensiones donde se alojan los marinos y lugares por el estilo, para ver si podía saber algo de la tripulación del Four Sisters. ¡Habría sido mejor que hubiera dejado las cosas como estaban, en mi opinión! Bien, fue a un lugar muy alejado y allí encontró a un hombre. Desde que lo vio supo que era Dick Moore, aunque tenía una gran barba. El capitán Jim lo hizo afeitar y entonces ya no tuvo dudas, era Dick Moore, el cuerpo, al menos. La cabeza estaba como perdida. En cuanto al alma, en mi opinión, ¡jamás había tenido!
-¿Qué le había ocurrido?
-Nadie conoce los detalles. Todo lo que pudieron decir los de la pensión fue que alrededor de un año antes lo habían encontrado tirado en el umbral de la casa, una mañana, en un estado lamentable, con la cabeza destrozada. Supusieron que se había lastimado en alguna gresca de borrachos y probablemente ésa sea la verdad. Lo llevaron adentro, aunque sin pensar que pudiera salvarse. Pero se salvó, y cuando terminó de curarse era como una criatura. No tenía memoria ni intelecto ni razonamiento. Trataron de averiguar quién era pero nunca lo lograron. No sabía decir ni su nombre, apenas pronunciaba algunas palabras muy sencillas. Tenía una carta encima, dirigida a «Querido Dick» y firmada «Leslie», pero no tenía dirección y el sobre había desaparecido. Le permitieron quedarse con ellos; él aprendió a hacer algunos trabajitos y así fue como el capitán Jim lo encontró y lo trajo a casa; yo siempre he dicho que aquél fue un día aciago, aunque supongo que no podía hacer otra cosa. Pensó que tal vez llegar a su casa y ver los lugares de siempre y las caras conocidas le refrescaría la memoria. Pero no tuvo ningún efecto. Ha estado ahí, en la casa, arroyo arriba, desde entonces. Es como un niño, ni más ni menos. Muy de vez en cuando se pone díscolo, pero normalmente es inofensivo y tiene buen humor. Hay peligro de que se escape, si no se lo vigila. Ésa es la carga que Leslie ha llevado durante once años; y completamente sola. El viejo Abner Moore murió poco después del regreso de Dick a casa y entonces se supo que estaba prácticamente en la ruina. Cuando todo estuvo en orden, a Leslie y Dick sólo les quedó la vieja granja de los West. Leslie se la alquiló a John Ward y el importe del alquiler es todo lo que tiene para vivir. A veces, en verano, recibe algún huésped, como ayuda. Pero la mayoría de los visitantes prefiere el otro lado del puerto, donde están los hoteles y las casas de veraneo. La casa de Leslie queda demasiado lejos de la playa. Ella ha cuidado a Dick y no se ha apartado de él en estos once años: está atada a ese idiota de por vida. ¡Y después de todos los sueños y las esperanzas que llegó a tener! Te imaginas lo que ha sido para ella, Ana querida, con su belleza, su espíritu, su orgullo y su inteligencia. Ha sido una muerte en vida.
-¡Pobre! ¡Pobre muchacha! -volvió a decir Ana. Sentía su propia felicidad como un reproche. ¿Qué derecho tenía ella a ser feliz cuando el alma de otro ser humano era tan desgraciada?
-¿Querrías decirme qué dijo Leslie y cómo se comportó la noche en la que os encontrasteis en la costa? -preguntó la señorita Cornelia. Escuchó con atención y asintió, complacida. -A ti te pareció rígida y fría, Ana querida, pero yo puedo decirte que, para su forma de ser, ha estado muy cordial. Le has debido de caer muy bien. Me alegro mucho. Tú podrías ayudarla. Yo me alegré mucho cuando me enteré de que una pareja joven venía a vivir a esta casa, pues albergué la esperanza de que eso significara amigos para Leslie, en especial si pertenecían a la raza que conoce a José. Vas a ser amiga suya, ¿verdad, Ana querida?
-Claro que sí, si ella me lo permite -dijo Ana, con todo su dulce e impulsivo entusiasmo.
-No, debes ser amiga suya aunque ella no te lo permita -dijo la señorita Cornelia con energía-. No te fijes si te parece rígida a veces, no le hagas caso. Recuerda lo que ha sido, y es, su vida. Y siempre será, supongo, porque tengo entendido que los enfermos como Dick Moore viven muchísimo tiempo. Si vieras cómo ha engordado desde su regreso... Antes era delgado. Oblígala a ser tu amiga, tú puedes hacerlo, eres de esas personas que tienen esa habilidad. Pero no seas susceptible. Y no te molestes si ella te da la impresión de no querer que vayas por su casa a menudo. Sabe que a muchas mujeres no les gusta estar donde está Dick, se quejan, dicen que se impresionan. Haz que ella venga aquí siempre que pueda. No sale mucho, pues no puede dejar solo a Dick mucho tiempo; sólo el Señor sabe lo que es capaz de hacer, quemar la casa, lo más probable. Su único momento de libertad es por las noches, cuando él está en la cama. Él se acuesta siempre temprano y duerme como un tronco hasta el día siguiente. Por eso la encontraste en la costa, seguramente. Va mucho por allí.
-Haré todo lo que pueda por ella -dijo Ana. Su interés por Leslie Moore, tan vivido desde que la vio llevando los gansos colina abajo, se había intensificado mil veces después del relato de la señorita Cornelia. La belleza, la pena y la soledad de la muchacha la atraían con irresistible fascinación. Nunca había conocido a nadie como ella; hasta aquel momento, sus amigas habían sido muchachas saludables, normales y alegres como ella, cuyos sueños juveniles habían sido ensombrecidos sólo por tribulaciones comunes en los humanos. Leslie Moore se recortaba como la imagen arráyente y trágica de una mujer desdichada. Ana decidió que conseguiría acceder al reino de aquella alma solitaria y hallaría allí la amistad que sin duda podía entregar, de no ser por los crueles
grilletes que la mantenían prisionera en una cárcel que ella no había erigido.
-Y escucha esto, Ana querida -dijo la señorita Cornelia, que no había aliviado del todo
su mente-. No debes pensar que Leslie es una infiel porque casi no va a la iglesia, o que es metodista. No puede llevar a Dick a la iglesia, por supuesto, aunque tampoco era un concurrente muy asiduo cuando estaba bien. Pero recuerda que en el fondo de su corazón es una buena presbiteriana, Ana querida.
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Ana y la casa de sus sueños
Ficção AdolescenteVol.5/8 El día más esperado en la vida de Ana ha llegado. Su verdadero amor, Gilbert Blythe, ha terminado sus estudios de medicina y por fin podrán casarse y comenzar una vida juntos. Tras su maravillosa boda, en el jardín de la querida Tejas Verdes...