31. La verdad os hará libres

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Después de tomar la decisión, Leslie se puso manos a la obra con su típica resolución y
rapidez. Primero había que terminar con la limpieza de la casa, cualesquiera que fuesen las cuestiones de vida y muerte que esperaran más tarde. La casa gris del arroyo quedó impecable, con la pronta asistencia de la señorita Cornelia. La señorita Cornelia, después de haber dado su opinión a Ana, y luego a Gilbert y al capitán Jim -sin compasión por ninguno de los dos, que no quede la menor duda-, no le dijo ni una palabra del asunto a Leslie. Aceptó el hecho de la operación de Dick, hacía referencia a ella con indiferencia cuando era necesario y la ignoraba cuando no lo era. Leslie no intentó jamás hablar del tema. Estuvo muy fría y callada durante aquellos hermosos días primaverales. Rara vez visitaba a Ana y, aunque se mostraba invariablemente cortés y amistosa, esa misma cortesía era como una barrera de hielo entre ella y la gente de la casita. Las viejas bromas, risas y camaradería no podían llegarle ahora. Ana se negaba a ofenderse. Sabía que Leslie estaba atrapada por un temor espantoso, un temor que la alejaba de todo atisbo de felicidad y horas de placer. Cuando una gran pasión se apodera del alma, el resto de los sentimientos se apretujan en un costado. Leslie Moore nunca había tenido tanto miedo al futuro. Pero siguió adelante en el camino que había elegido, como los mártires de antaño, que recorrían el sendero elegido sabiendo que al final los esperaba la feroz agonía de la cruz. La cuestión financiera fue solucionada más fácilmente de lo que Ana temía. Pidió prestado el dinero necesario al capitán Jim y, por insistencia de Leslie, hicieron una hipoteca sobre la granjita. -Al menos, es una preocupación menos para la pobre muchacha -le dijo la señorita Cornelia a Ana-, y para mí también. Ahora bien, si Dick se recupera lo suficiente como para volver a trabajar, podrá ganar bastante para pagar los intereses; de lo contrario, el capitán Jim se las arreglará de alguna manera para que Leslie no tenga que pagarlos. Esto es lo que me dijo:
«Me estoy haciendo viejo, Cornelia», me dijo, «y no tengo ni mujer ni hijos. Leslie no aceptará un regalo de nadie en vida, pero tal vez lo acepte de un muerto». De modo que no habrá problemas en lo que a eso concierne. Ojalá todo lo demás se solucione con la misma facilidad. En cuanto a ese desdichado de Dick, se ha portado horriblemente mal estos últimos días. Ha estado con el diablo en el cuerpo, ¡créeme! Leslie y yo no podíamos trabajar por culpa de sus travesuras. Un día se puso a correr a los patos por el patio hasta que se murieron casi todos. Y no nos ayudaba en nada. A veces, sabes, ayuda bastante, trayendo baldes de agua y cargas de leña. Pero esta semana, si lo mandábamos al pozo, trataba de bajar por él. Una vez yo pensé:
«¡Si te tiraras de cabeza ahí adentro, todo se solucionaría a la perfección!»
-¡Ay, señorita Cornelia! -No me nombres tanto, querida Ana. Cualquiera habría pensado lo mismo. Si los médicos de Montreal pueden hacer una criatura racional de Dick Moore, son maravillosos. Leslie llevó a Dick a Montreal a principios de mayo. Gilbert fue con ella para ayudarla a
hacer los arreglos del caso. Volvió con la noticia de que el cirujano de Montreal al que habían consultado estaba de acuerdo con él en que Dick tenía la posibilidad de recuperarse.
-Muy reconfortante -fue el comentario sarcástico de la señorita Cornelia. Ana sólo suspiró. Leslie había estado muy distante en la despedida. Pero había prometido escribir. Diez días después del retorno de Gilbert, llegó la carta. Leslie decía que la operación había sido un éxito y que Dick se estaba recuperando bien.
-¿Qué quiere decir con «un éxito»? -preguntó Ana-. ¿Significa que Dick realmente recuperó la memoria?
-No es probable, ya que no dice nada más -dijo Gilbert-. Utiliza la palabra «éxito» desde el punto de vista del cirujano. Se llevó a cabo la operación y los resultados fueron normales. Pero es demasiado pronto para saber si las facultades de Dick se recuperarán, total o parcialmente. No es probable que la memoria le vuelva de repente. El proceso será gradual, si
es que tiene lugar. ¿Es todo lo que dice?
-Sí, ahí está la carta. Es muy breve. Pobrecita, estará sufriendo una presión muy grande. Gilbert Blythe, hay un montón de cosas que me muero por decirte, pero sería una mezquindad de mi parte.
-La señorita Cornelia las dice por ti -dijo Gilbert con una amarga sonrisa-. Me riñe siempre que la encuentro. Me hace saber claramente que me cree apenas mejor que un asesino y que considera una gran pena que el doctor Dave me haya permitido tomar su lugar. Llegó a decirme que el médico metodista del otro lado del puerto sería preferible a mí. Con la señorita Cornelia la fuerza de la condena no puede avanzar más.
-Si Cornelia Bryant enfermara, no sería al doctor Dave ni al médico metodista a quien
mandaría a buscar -dijo Susan, despectiva-. Lo haría levantar de su bien ganado descanso en mitad de la noche, querido doctor, claro que sí. Y luego probablemente diría que sus honorarios son exorbitantes. Pero no se preocupe por ella, querido doctor. Hay de todo en la viña del Señor. Durante un tiempo, no llegaron más noticias de Leslie. Los días de mayo se fueron en
dulce sucesión y las costas de Puerto Cuatro Vientos se llenaron de verde, de brotes y de púrpura. Un día de finales de mayo, cuando Gilbert llegó a su casa, encontró a Susan delante del establo.
-Me temo que algo ha conmocionado a su esposa, querido doctor -dijo ella, misteriosamente-. Ha recibido una carta esta tarde y desde entonces no ha hecho más que caminar por el jardín y hablar sola. Usted sabe que no es bueno para ella estar tanto tiempo de pie, querido doctor. Ella tampoco consideró oportuno decirme cuáles han sido las noticias, y yo no soy ninguna curiosa, querido doctor, nunca lo fui, pero es evidente que algo la ha conmocionado. Y no es bueno para ella conmocionarse. Gilbert, bastante preocupado, fue en seguida al jardín. ¿Habría pasado algo en Tejas Verdes? Pero Ana, sentada en el asiento rústico junto al arroyo, no parecía perturbada, aunque sí se la veía muy excitada. Tenía los ojos más grises que nunca y un rubor escarlata le salpicaba las mejillas.
-¿Qué pasa, Ana? Ana emitió una extraña risita. -Creo que te va a costar mucho creerme cuando te lo cuente, Gilbert. Yo misma todavía no puedo creerlo. Como dijo Susan el otro día: «Me siento como una mosca que llega a la vida bajo el sol: atontada». Es todo tan increíble. He leído la carta una veintena de veces y dice siempre lo mismo... pero no puedo creer lo que leen mis ojos. Ah, Gilbert, tenías razón, tanta razón. Ahora lo veo con toda claridad; me siento avergonzada de mí misma. ¿Podrás perdonarme alguna vez?
-Ana, me pondré a sacudirte si no hablas con coherencia. Redmond se avergonzaría de ti. ¿Qué pasó?
-No me vas a creer... no me vas a creer.
-Voy a entrar a llamar por teléfono al doctor Dave -dijo Gilbert, e hizo ver que sedirigía a la casa.
-Siéntate, Gilbert. Intentaré contártelo. He recibido una carta y, ay, Gilbert, es todo tan asombroso, tan increíblemente asombroso, nunca pensamos, a ninguno de nosotros se le
ocurrió jamás...
-Supongo -dijo Gilbert, mientras se sentaba con aire resignado-, que lo mejor en un caso como éste es tener paciencia y enfrentar el asunto de manera categórica. ¿De quién es la carta?
-De Leslie, y... ay Gilbert... -¡De Leslie! ¡Puff! ¿Qué dice? ¿Qué novedades hay de Dick? Ana levantó la carta y la exhibió, con gran efecto dramático.
-¡Dick no existe! El hombre a quien creíamos Dick Moore, a quien todo el mundo en Cuatro Vientos ha tomado por Dick Moore a lo largo de doce años, es su primo, George Moore, de Nueva Escocia, quien, al parecer, siempre se pareció a Dick de manera asombrosa. Dick Moore murió de fiebre amarilla en Cuba hace trece años.

Ana y la casa de sus sueñosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora