Aquellos preciosos ojos verdes

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-Déjame en paz, por favor.-solté con un hilo de voz. Las lágrimas se amontonaron en mis ojos mientras que los suyos se mostraban tristes, decepcionados, melancólicos.

-No puedo, ¿cómo dejar en paz a la chica que ha cuidado de mí, que me ha protegido, que me ha amado y de la cual estoy total y perdidamente enamorado?-mentira, todo era mentira, y yo lo sabía.

-Eres increíble Kendall. Antes me tenías pero no me aprovechaste y ahora que no estoy a tu lado me necesitas. Explícamelo porque no lo entiendo.-me crucé de brazos.-Bueno, ¿sabes qué? No quiero ni una sola palabra más, no me lo expliques, ya quedó bastante claro. Adiós Kendall.-me despedí saliendo primero andando y luego corriendo de allí. Huía y lo sabía, pero simplemente no quería enfrentarme a Kendall y a los sentimientos que aún tenía, el amor que aún se amontonaba en mi pecho cada vez que lo veía.

Anduve hasta donde mis piernas me permitieron, anduve durante horas, anduve por callejones, por plazas e incluso por parques naturales. Anduve hasta en donde no había carreteras, hasta donde nadie podría estar nunca. Y allí me paré y me derrumbé mientras lágrimas recorrían mi rostro.

-Imbécil, eres un imbécil.-repetía en voz baja una y otra vez.

Un coche frenó delante de mí. Las cegadoras luces no me dejaron ver quién era.

-Hola guapa.-dijo un chico a mi lado con una cuerda entre las manos. Espera, aquel chico me sonaba de algo pero ¿de qué? Un grupo de chicos me rodearon y ahí lo supe.

-Tu eres el chico del bosque ¿verdad?-las imágenes de aquel día se repitieron en mi cabeza: cómo me ataron y aquel chico intentó propasarse conmigo, pero Kendall lo detuvo, me salvó.

Pasó la cuerda por mis muñecas hasta tenerlas atadas para que no me escapase.

-Sí, y esta vez no te escaparás. Tu amiguito no está aquí, es más, has andado tanto que no puede estar ni siquiera cerca, estará a kilómetros de aquí. Tenemos intimidad preciosa.-me susurró al oído. Su aliento olía a cerveza y a tabaco, era asqueroso. Hice una mueca de desaprobación y me intenté librar de la cuerda que ataba mis muñecas pero no pude.

Me iban a hacer daño y esta vez no había nadie que me salvara, no estaba Kendall. Una lágrima resbaló por mi mejilla cuando colocaron una bolsa sobre mi cabeza y me colocaron en el maletero del coche.

No tenía mucha fuerza ya que estaba agotada después de correr tanto así que simplemente dejé que me metieran en aquel diminuto espacio. Pero un brote de esperanza apareció de repente. No podía quedarme allí sin hacer nada, tenía que luchar, no se lo pondría fácil. Así que chillé y golpeé la puerta del maletero pero no surgió ningún efecto.

Intenté deshacerme de las cuerdas que ataban mis muñecas pero tampoco sirvió de nada. El aire allí dentro parecía cada vez más escaso, sobretodo porque además de estar encerrada en un maletero diminuto también tenía una bolsa en mi cabeza. Grité de nuevo con la esperanza de que alguien me escuchara y seguí golpeando la puerta del maletero.

Entonces, el coche frenó en seco y pude escuchar algunas voces por lo que golpeé con más fuerza todo lo que me rodeaba.

La puerta del maletero se abre y unos brazos musculosos me sacan de allí.

-Gracias a Dios, me has salvado.- le dije a la persona que ahora me estaba sentando en uno de los asientos del coche.- ¿Cómo podría agradecértelo?-me quitó la bolsa dejándome ver el rostro que tenía ante mí.

Miré a mí alrededor, los hombres que me habían metido allí estaban esparcidos por todo el suelo. Volví a mirar el rostro de mi acompañante. Estaba lleno de cortes y moratones. Pasé mis dedos por sus heridas a lo que él puso una mueca de dolor.

-Kendall...-susurré con la mirada fija en aquellos preciosos ojos verdes.

Si la vida nos dejaseDonde viven las historias. Descúbrelo ahora