Uriah

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Había agua en todo el lugar. Las gotas frías resbalaban por su piel hasta perderse en algún lugar de la bañera. El agua seguía mojándolo y creando caminos humedos sobre su cuerpo. Se bañaba, eso hacía. La frialdad del agua y las baldosas sobre las cuales estaba de pie le decían donde estaba. Estaba en la ducha y se bañaba.

Y mientras él se bañaba, alguien lo vigilaba. Podía sentir los ojos lujuriosos de ese alguien clavados en su espalda. Aquella sensación hacía que los vellos de la nuca se le erizaran. Odiaba ese sentimiento y odiaba que lo vigilaran todo el tiempo.

Pero, siempre lo hacían. Siempre había alguien vigilándolo. Nunca dejaban de observarlo. Siempre analizaban cada uno de sus movimientos, por no decir todos. Ellos esperaban a que hiciera una sola acción errada  para llevárselo y tirarlo en esa habitación que tanto odiaba.

Odiaba cuando lo llevaban allí, con una jeringa introducían en su cuerpo algo que le daba mucho sueño. Por más que luchase por mantenerse consciente, siempre, terminaba cayendo en una espiral negra que lo arrastraba a una inconsciencia que duraba horas.

No estaba loco. Pero, lo trataban como uno y se estaban equivocando al hacerlo. Merecía tener más libertad. Merecía que dejaran de observarlo como si fuera una rata de laboratorio.

Él no estaba loco. Estaba bien. ¡No estaba loco!

Necesitaba con todas sus fuerzas salir de ahí. Necesitaba gritar a todo pulmón que quería que dejaran de mirarlo. Pero, si hacía algo así lo sacarían de allí y lo llevarían a su habitación para darle esa cosa que lo hacía dormir. No deseaba dormir. Le asustaba pensar en lo que podría pasarle si se quedaba dormido. Aborrecía dormir.

Abrió sus ojos con pesadez. Un leve gemido escapó de su boca cuando observó toda la sangre que lo rodeaba y que caía sobre él desde la alcachofa de la regadera. Ya no era agua, era un líquido rojizo que olía a metal y a algo más.

Miró sus manos, las cuales estaban rebozante del líquido rojo.

Sangre. Demasiada sangre. Se estaba bañando con sangre. Limpiaba su cuerpo con sangre.

Quiso salir de allí y gritar con todas sus fuerzas. Deseaba correr sin detenerse. Correr y poder salir de allí. No quería recordar. Simplemente quería salir. 

Cuatro cadáveres. 

Uriah.

Lo sustuvo con fuerza. Sostuvo el cuerpo de su pequeño hermano, cómo si con eso pudiera hacer que su hermano estuviera bien. Lo sostuvo como si su vida dependiera de ello. Ahí estaba Uriah, entre sus brazos. 

Súbitamente el escenario cambió. Ya no estaba en la ducha. Ahora estaba... Ahí. Pero, no miró a sus alrededores ni a los cuerpos ensangrentados que lo rodeaban. Solamente importaba Uriah. Uriah y nadie más.

Uriah.

El olor se hacía cada vez más insoportable. Podía percibir en el ambiente el olor de las heridas abiertas, la sangre seca y la que aún estaba húmeda sobre los cuerpos desgarrados. Veía demsiado rojo y sentía como aquel líquido manchaba sus manos, sus ropas y parte de su cuello. La vida de su hermano ahora estaba en su camisa y en su piel.

Lo estaban bañando con sangre.

Y entre todo eso, pudo ver un color similar al celeste. Los ojos de Uriah. Pero él no debía tener los ojos abiertos, su hermano simplemente estaba dormido. Solamente dormía. No podía tener los ojos abiertos.

Levantó la mirada del cuerpo del pre-adolescente que estaba entre sus brazos. A la distancia brillaba un cuchillo de manera, casi, demoniaca. El arma blanca estaba cubierta de sangre y expedía un olor metálico que le recordaba a la muerte inmediata.

Sonatilla De Muerte(Libro N°1)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora