Llave

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La incredulidad seguía caminando lentamente por los pasillos de su mente. Las últimas palabras que Zareck le había susurrado eran simplemente... confusas.

Jugar, eso era lo que hacía el oji azul. Era la única explicación que se le ocurría y también, era la más lógica. El mismo joven había hablado de juegos minutos atrás. Simplemente no iba a permitir que una "confesión" tan estúpida como esa la distrajera de su trabajo.

Suspiró.

Sentía que había dado marcha atrás. Nuevamente, afloraba la duda de si Zareck era o no el autor de aquellos asesinatos. Había creído que al fin había resuelto esa pregunta, pero de nuevo, dudaba. Parecía que por cada paso que se empeñaba en dar hacia adelante, Zareck se esforzara por hacer que cayera en agujero de oscura confusión.

Miró al joven, quien estaba ocupado admirando la belleza de las flores de un árbol. Aquel semblante de tranquilidad había vuelto a las facciones del chico. Lo que le hacía pensar en una lista de trastornos interminables, de las cuales sobresalían dos nombres, trastorno disociativo y estrés post-traumático.

 —Estrés post-traumático, — susurró las palabras que había leído en el expediente. El único argumento que consideraba "valido" en el caso de Zareck.

Sin embargo, sabía que no era la única que estaba dentro de la lista. Habían tantas enfermedades que parecía presentar el chico... Ya no estaba segura de cuanto tiempo le llevaría resolver el caso y dar un diagnóstico certero.

Aquello era tan complejo, como recorrer un laberinto en el cual no hay una sóla pequeña luz para guiar el sendero. Un laberinto complejo, obscuro y tal vez, escalofriante.

En su mente contempló la idea de hablar con el tío del chico. Aquello era, quizás, lo más aceptable si deseaba conocer las respuestas a algunas incógnitas que solía lanzar al aire Zareck. Esa aparente locura no podía haber surgido de la noche a la mañana.

—Tiene que haber una razón, — volvió a dejar que las palabras escaparan de su boca.

Sólamente esperaba que el hombre colaborara en ello. De hecho, esperaba que estuviera vivo. No se sabía nada de esa persona. El hombre se había limpiado las manos con respecto a Zareck, ni si quiera lo había ido a visitar en los años que el joven estuvo allí.

Aquello le dio dos opciones más: o había mucho resentimiento hacia el chico debido a los asesinatos o el hombre se había quitado una enorme cruz de encima cuando lo encerraron en el psiquiátrico.

Notó la mirada azulada sobre su cuerpo. Zareck la miraba con seriedad, como si él también intentara buscar las formas de hacer su laberinto más oscuro y más peligroso. Sin embargo, se quedó mirando las pocas acciones del chico.

Zareck sonrió de pronto, notando la determinación que irradiaba la mirada ambarina de Ariadne. Su psiquiatra planeaba algo, lo sabía. Pero, no se detuvo a pensar en ello. En cambio, dejó que su atención se posara en la figura de la chica.

Notó una especie de brillo que provenía cerca del cuello de la pelinegra. Al parecer era el sol el causante de aquel reflejo, puesto que jamás lo había visto mientras estaban en la habitación. La curiosidad inundó todos sus sentidos y por inercia comenzó a caminar hacia donde estaba su psiquiatra.

Le importaba realmente poco lo que estuviese pensando la chica en esos momentos. Aunque, después de su "abierta confesión" no dudaba que ella se pensara dos veces las cosas antes de que él se acercara a ella.

Sin embargo, había dicho la verdad.

La cercanía de Ariadne realmente le hacía creer en un mundo que no conocía. La veía y podía ver la fuerza que habitaba en su interior, pero también la dulzura que escondía detrás de una trinchera.

Estiró el brazo una vez que estuvo frente a ella. Una simple cadena dorada colgaba del cuello níveo de la hica. Una llave en forma de dije de tamaño mediano. Aquella llave le recordaba a la que había visto en los cuentos.

Se estremeció.

—Para tenerla tan cerca, imagino que ella resguarda algo de suma importancia, — susurró.

—Es sólo un dije, — afirmó Ariadne. — No abre ninguna cerradura.

—Toda llave abre una cerradura, — profirió el chico. — Quizás no has buscado lo suficiente, — agregó, después de unos segundos. Soltó el objeto y después de mirarlo una vez más, habló. — Todavia falta mucho por recorrer.

Ariadne lo tomó como una afirmación, pero se dio cuenta que el chico había cambiado bruscamente de tema. Después, observó como dio media vuelta, mientras parecía meditar cual de los caminos tomar.

Ariadne se puso en pie y suspiró. De pronto se sentía como una madre que tenía a cargo a su pequeño hijo. Un niño muy perturbado y uno...  muy desolado.

Sonatilla De Muerte(Libro N°1)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora