Mejor

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El sonido de sus pasos resonaban por todo el lugar. Su semblante delataba todas las emociones que alvergaba su alma. Ese día no estaba de buen humor y estaba segura de que cualquiera lo podría notar en veinte metros a la redonda.

Ni si quiera el guardia que la acompañaba aquella mañana se había motivado a hablarle. Ariadne no le había ofrecido aquella típica sonrisa que duraba menos de cinco segundos, pero que le ayudaba a pasar la mañana con calma.

Y ella estaba segura de que el hombre se había dado cuenta de su enojo. Realmente estaba enfadada y pretendía arreglar aquello de alguna forma. Quizás lo que planeaba hacer era poco ético, pero ya estaba cansada de actuar como la psiquiatra de Zareck.

Estaba completamente segura de que aquel caso no necesitaba de psicologos o pisquiatras. Lo que necesitaban para cerrar ese caso era un abogado y un buen detective, y aunque tuviera que sacarle la verdad a golpes, haría que Zareck hablara.

—¡Malditos todos! — aquello llamó por completo la atención del guardia que la estaba escoltando hacia la habitación de Zareck.

—¿Puede ir sola, señorita Kohler? — preguntó, mientras se detenía y Ariadne lo imitaba. 

—Claro, — dijo ella, mientras asentía suavemente. 

—Estos locos, cada día se hacen más peores, — lo escuchó decir, mientras se alejaba por uno de los pasillos.

Empujó la puerta que le mostraría a un chico de cabellos castaños y ojos azules. Apretó los puños intentando mantener la calma y mostrar un semblate neutro.

Una vez que la puerta estuvo abierta, sus ojos dorados se posaron sobre Zareck, quien parecía estar completamente anodado con su presencia en aquel lugar. Cómo si ella fuera una visión magnifica o la belleza hecha mujer.

Sin embargo, ella podía reconocer esos sentimientos con facilidad. Sorpresa y alivio inundaban las facciones varoniles de Zareck.

—Estás, — suspiró suavemente. — Estás bien. 

Aquellas palabras la dejaron congelada en su lugar. Sin embargo, no estaba de humor para seguirle el juego al oji azul. No después de aquella herida que le había robado el sueño durante la mayor parte de la madrugada. 

—Como ves, — le dijo, levantándose la manga de la blusa celeste agua que llevaba. — Podría estar mejor. 

Los ojos de Zareck se posaron en aquella zona. Aquella persona no había mentido y había lastimado a Ariadne. Aquella grotesca herida en el brazo de su psiquiatra se lo decía todo.

No mediría consecuencias con tal de tener a Zareck en un lugar donde nadie más se lo pudiera arrebatar.

—Quince, — dijo, brevemente.

No mentiste.

—¿Cómo sabes eso? — demandó la pelinegra, mirándolo directamente a los ojos. 

Zareck levantó la mirada, de modo que Ariadne pudiera verle el rostro por completo.

Él me lo dijo, — susurró de forma que Ariadne lo pudiera escuchar. Una pequeña exalación de esas palabras. 

Ariadne apretó de nuevo los puños, intentando mantener un estado de autocontrol. Suspiró suavemente, sin dejar que Zareck se diera cuenta de sus sentimientos reales.

Sin embargo, la herida le palpitaba fuertemente en el antebrazo y eso no estaba ayudando a calmar su ira. Más, bien, aquello la estaba empujando al borde de la demencia y la furia. Y de antemano sabía que ambas eran una mala combinación.

Sonatilla De Muerte(Libro N°1)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora