Tácticas

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Ojos azules. Tan azules que rivalizaban con el color del Mar Egeo, algo tan inusual en las personas. Azul vibrante y que dejaba en claro que estaba vivo. Tal vez, más que vivo. Sus cabellos eran castaños y le caían en la frente. Tal vez, del tiempo que el joven no se lo cortaba.

El de cabellos chocolates se movió de un momento otro. Ella reaccionó inmediatamente, pero solamente movió su rostro escasos milimetros. El joven estaba frente a ella con sus manos en el aire, estiradas hacia su rostro. Y así, empezó a contar con los dedos.

-Uno, no. - Le dijo en voz baja. - No fue uno, fueron más. No fueron dos, ni tres, - su mano le mostraba tres dedos. - No fueron cuatro, fueron más, - y siguió contando con los dedos de las manos, mientras la pelinegra salía de su confusión.- No fueron diez, fueron más, - la miró con aquellas aguamarinas. - Y ya no tengo más dedos en las manos para contar. - Su voz se impregnó de una seriedad que era digna de tener en cuenta cuando soltó las siguientes palabras susurradas: - Ustedes nunca se rinden.

La oji miel lo miró con mucho cuidado e indagó silenciosamente en los ojos del chico. Había algo oculto detrás de ese misterioso color que hacía burla a las pinturas marinas de Albert Bierstadt. Era un color autoritario e intimidante. Se percató en seguida de que él también la estaba analizando.

Pero, ella no se dejaría intimidar por él. Podría estar frente a un loco e incluso dormir en la misma habitación que ellos, pero no se intimidaría.

Al menos no se ve demacrado, - se dijo con un poco de sorpresa. De hecho, su piel se veía en perfecto estado, sin marca alguna. Una piel tan blanca que hacía sobresalir el color de sus ojos, pero a la vez dejaba en claro que el joven no salía lo suficiente de aquella habitación.

-Eres muy joven, psiquiatra, - le dijo, cerrando los ojos. - ¿Ya se cansaron los viejos de atenderme? - su tono contenía una burla demoniaca.

Ella se sentó frente a él, a escasos metros de su presencia.

-¿O es acaso una nueva táctica? - una sonrisa socarrona se dibujó en sus labios rojos y bien esculpidos. - No pasas de 25 años, - luego agregó con la misma burla. - ¿Acaso eres psiquiatra si quiera?

-Preguntas demasiado, - le dijo ella, recostándose contra la suave pared.

Él arrugó el semblante.

-Te ves diferente... Te ves relajada, - le dijo. - Los otros siempre estaban alerta.

-¿Debería estar alerta? - le preguntó Ariadne con calma.

-No lo sé, - se encogió de hombros. - ¿Deberías estar alerta? - imitó la pregunta.

-Te gustan mucho las preguntas, - pero está vez era una afirmación clara. - Tal vez, es la forma de evadir una situación. ¿Quizás?

-Me estás analizando ahora, - le dijo quien la acompañaba. - Todos hacen eso. Siempre lo hacen... Como si fuera una maldita rata extraterrestre. - Su voz se levantó tan solo un poco. - Solamente analizan, observan, analizan, observan, hablan, observan y hablan, pero jamás escuchan, - su voz bajó de tono, casi un susurro. - Las paredes escuchan mejor.

Ariadne lo miró abrazar de nuevo sus piernas y apoyar su barbilla contra éstas. Su mirada disgustada volvió a enfocarse en la pared que estaba a escasos metros de él. La habitación en la cual estaban no era realmente espaciosa y eso suponía incomodidad. Parecía un simple cubo blanco. Frustrador, podría decir.

-Todo es blanco, - él la interrumpió. - Odio lo blanco.

-¿Por qué? - fue la simple pregunta... Que generó una gran reacción.

Sonatilla De Muerte(Libro N°1)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora