Calleigh

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Las personas que la rodeaban vestían completamente de trágico negro. Todas estaban reunidas entorno a un espcio rectangular. Sin embargo, el espacio era lo suficientemente grande.

El ambiente estaba en hermético silencio, pero la paz no era lo que reinaba. Aquella sensación era más bien algo que lograba sofocarla, a su izquierda estaba Cristopher. El menor se mantenía en completo silencio, aunque de vez en cuando de sus labios escapaban sollozos, tal vez, causados por las lágrimas que salían de sus ojos azules.

Entendía el significado de aquellas lágrimas. Cristopher era apenas un niño, por su puesto que se vería afectado por el desafortunado accidente que había ocurrido hacía media semana atrás. El siniestro le había arrancado la vida a su media hermana de diez y siete años.

Ella era mayor que Aridne por un año y medio.

Sus ojos dorados se enfocaron en el ataúd que estaba bajando varios metros, dentro de una fosa, hasta llegar a tierra firme. Su semblante se mantuvo serio durante los siguientes segundos. A pesar de que se sentía triste, sabía que su dolor no era comparable con el que estaban sintiendo su padre y Cristopher. Su media hermana no se había ganado su amor en los últimos años.

Esa era la razón para que aquello no le doliera tanto.

Alzó la mirada, observando al frente en vez de abajo, al ataúd. Sus ojos ambarinos se enfocaron de inmediato en un joven, tal vez, de su misma edad, cabellos dorados y ojos azules. Su tez era pálida y cuerpo esbelto. Aquel chico le recordaba a una rosa, frágil, pero hermosa y dulce a la vez.

El chico pareció sentir la mirada sobre su cuerpo, puesto que levantó sus ojos, centrándolos en los suyos. Una pequeña sonrisa adornando sus facciones. Y ella le devolvió la sonrisa con completa sinceridad. No hacía eso a menudo, pero el joven la había cautivado.

Entonces, se quedó congelada cuando sintió lo que parecían ser brazos fríos apresar fuertemente en su cintura. Eran tan fríos, que sintió una corriente eléctrica recorrerle el cuerpo. Podría jurar que era lo mismo que sentiría si una anaconda lo estuviese envolviendo, lista para apretar a su víctima y estrangularla hasta la muerte.

El olor a sangre y muerte bastaba para hacerle comprender que aquello que lo abrazaba oscuramente no era humano. Era un olor fétido, casi agrio.

No supo que había cerrado los ojos hasta que se atrevió a abrirlos de nuevo. Sin embargo, los siguientes minutos fueron de arrepentimiento completo. Ariadne se arrepintió de haber abierto sus esferas otoñales.

Lo que había frente a ella parecía ser una persona. Sangre coagulada se mezclaba con sangre fresca sobre el rostro desfigurado. La gran herida, de la cual manaba la sangre, parecía atrevesar el cráneo de la víctima. Ella, inlcuso, podía ver el hueso quebrado en el lugar. Su cuero cabelludo parecía ser una simple envoltura que se había abierto. La sangre teñía casi todo el cabello que alguna vez fue castaño oscuro.

La deformada persona alzó su mano, que a simple vista se notaba completamente quebrada, como un papel doblado en varias partes. Con ésta, tocó la mejilla de la otra, trazando un camino de sangre roja y metálica.

Ella de inmediato comenzó a toser cuando el olor a podredumbre se intensificó a su alrededor. Para su completo horror, ninguno de los presentes pareció percatarse de su estado, no de la desfigurada forma que se negaba a soltarlo.

Lo que quedaba del rostro ensangrentado se acercó al suyo. Ahora, le fue completamente posible escuchar la respiración enrecortada de la figura que estaba tendida frente a ella. Parecía hacer un gran esfuerzo por tomar una bocanada de aire y en el proceso dejaba escapar tétricos gemidos. Ruegos demoniacos por su vida.

Sonatilla De Muerte(Libro N°1)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora