Infierno

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Llenó el vaso de vidrio grueso con el agua cristalina que salía fuertemente del grifo del lavabo. Los segundos que siguieron a ello se sintieron realmente eternos, pudo jurar que eran los segundos más sofocantes y tormentosos de toda su vida.

Pero, cuando el recipiente por fin se llenó, llevó su mano derecha rápidamente hacia su boca. Tomó con rápidez las dos pastillas que tenía agarradas con la mano vacía. Después de hacer eso, llevó el vaso con agua a sus labios y tomó un sorbo. Fácil.

Cuando terminó de tragar por completo, se enfocó en el espejo que se encontraba encima del lavabo. Estaba acostumbrada a sentir dolores de cabezas, tanto que se sentía como algo cotidiano. Pero, a veces el dolor era insoportable.

Así que tomar analgésicos eran la solución más rápida para deternelas. Excedía la dosis, no había por qué negarlo. En la caja del fármaco decía claramente que no debía tomarse más de una pastilla por dosis. Pero, a su parecer tomar dos pastillas en una sola dosis no representaba peligro alguno. 

Claro, a veces, tomaba hasta tres pastillas al mismo tiempo. Cuando el dolor era simplemente insoportable.

No recordaba con exactitud cuando habían iniciado los dolores. Pero, creía que tenían que ver con su falta de sueño constante. Quizá, era la manera en la que su cuerpo le reportaba que necesitaba un día de descanso.

La opción de visitar a un médico nunca estuvo realmente entre sus planes. ¿Para qué? Ella misma se había graduado de esa profesión. Podía fácilmente comprar cualquier fármaco que requiriera de una prescripción médica.

Además, estaba segura de que la causa principal de las constantes jaquecas era el insomnio que se apoderaba de sus horas de sueño. A veces, no podía conciliar el sueño y en otras ocasiones, cuando lograba dormirse tendía a despertarse a horas muy tempranas o en medio de la noche.

Eso sin mensionar que estaba comiendo demasiado poco.

—¿Qué estás haciendo? — la preguntó la tomó desprevenida. A cuasa del susto soltó el vaso, el cual se quebró en pedacitos al chocar contra el suelo.

—¡Maldición! — exclamó, mirando por breves instantes lo que quedaba del vaso. Su mirada se posó en la salida del cuearto del baño.

No había nadie.

O al menos eso creyó durante pocos segundos.

—¡Ari! — además de esa exclamación, se escucharon pasos acelerados dirigiéndose hacia donde ella estaba.

Pronto, un chico de ojos azules y tez blanca de unos quince años entró en la habitación. Sus ojos se abrieron en impresión al ver la colección de vidrio que estaba esparcido en el suelo.

—¿Estás bien, hermana? — preguntó, la preocupación destellando en sus sensibles ojos azules.

—Estoy bien, Criss, — afirmó. Parecía que había sido Criss quien había hecho la pregunta que la sobresalto momentos atrás. Un verdadero alivió.

Por lo menos ahora sabía que no se estaba volviendo loca.

Aún recordaba lo que decían muchos de los estudiantes en la Universidad. La carrera de psiquitria era solo uno de los miles caminos que conducían a la locura. Al final, el psiquiatra terminaba más loco que el paciente.

No era que creyera en esas estúpideces. Pero, era un pensamiento bastante popular entre las personas.

Definitivamente, debí escoger otra carrera.

—¿Tomando analgésicos otra vez? — suspiró al escuchar esas palabras.

—Voy a llamar a una de las colaboradoras, — comentó, ignorando olímpicamente la pregunta del chico menor.

Sonatilla De Muerte(Libro N°1)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora