Estaba cansada de ese estúpido juego que Zareck ponía en marcha cada vez que la veía, de los acertijos incoherentes y de las acusaciones de su padre. Estaba cansada de jugar a ese maldito juego del gato y el ratón. Desde ese momentos, las cosas se harían a su manera.
Sus pasos hacían eco por todo el pasillo, mientras sus pensamientos se dirigían hacia un solo lugar. Se colocó la gabacha blanca sobre los hombros, mientras miraba las letras negras sobre la tela. Dra. A. Kohler, algo que nunca le gustó ver, pero sabía que le daría poder.
Veremos quién gana esta vez, — y ella no estaba dispuesta a perder. Tenía un ego demasiado inflado y una reputación muy por las nubes para dejarse amedentrar por personas enfermas.
Empujó la puerta que la llevaría hacia ese lugar y una vez que estuvo dentro, su mirada se paseó fríamente por el lugar, analizando cada pequeño detalle, hasta que sus ojos se detuvieron en un chico que chateaba descaradamente, mientras mascaba chicle.
Ariadne se acercó a él, posando sus pequeñas manos en el escritoria de madera blanca. Estaba segura de que su perfume había inundado la sala por completo. Sus ojos dorados se encontraron con unos oscuros que la lujureaban sin recato.
Pero, ella lo sabía mejor que nadie. En un hospital lleno de doctores viejos, era difícil encontrar a alguien tan joven y bonita como ella. Además, el color dorado no era muy común en los inglesés, ese era su legado por parte de su madre.
—¿En qué le puedo ayudar, doctora? — le dijo, dejando a un lado el móvil.
Sé nota que los hombres son el sexo fuerte, — dijo con sarcasmo.
Ariadne sonrió cálidamente, como era su costumbre. Sin embargo, las palabras salieron de su boca sin un ápice de sentimientos.
—Necesito ver los archivos que guardan detrás de esa puerta, — le dijo, señalando la puerta con su dedo índice.
El hombre la miró con esos mismos ojos que pedían un vistazo de su trasero y una sonrisa burlona se dibujó en sus labios.
—Lo siento, pero no puedo dejar que ningún desconocido entré allí, — le dijo, acercándose un poco a Ariadne.
—¿Y qué podría hacer para que me dejes verlo? — le preguntó, recordando las frases con doble sentido que le había enseñado su única amiga.
—Sólo permito que conocidos, entren a ese salón — le dijo él, sonriéndole matadoramente.
Sigue, idiota. Te queda poco.
—¿Y qué puedo hacer para conocerte mejor? — le preguntó, acercándo su rostro al del chico.
Tendría los expedientes de Zareck a como diera lugar. Y con expedientes, se refería a la parte faltante de toda esa demencia que nadie quería que ella viera.
+ + +
Una mujer sólo es débil cuando tiene las uñas recien pintadas, — se burló en su mente, al mirar sobre su hombro al hombre.
Ariadne terminó de abrocharse la camisa que llevaba, mientras miraba desde arriba al hombre que tenía al frente, quien jadeaba ligeramente. Una sonrisa de triunfo se dibujó en sus labios, mientras lo veía sentarse en el suelo del baño.
—¿Tengo acceso a los archivos, ahora? — preguntó, sabiendo que nadie se le negaría.
El hombre suspiró y se pasó la camisa sobre los hombros. Ariadne vio las marcas de sus uñas sobre la carne pálida del chico y aquello hizo que sus ojos brillaran con completa diversión.
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Sonatilla De Muerte(Libro N°1)
Mystery / ThrillerCuatro cadáveres, uno de ellos era femenino. Sin embargo, aún no se explicaba como Zareck Gallagher había asesinado a su propio hermano a sangre fría. No obstante, a sangre fría se que quedaba realmente corto para lo que sus ojos habían visto en aq...