La verdad

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Un sollozo escapó de su garganta suavemente. Antes de que las primeras lágrimas cayeran, las limpió con sus dedos. Esto dolía y quemaba sus adentros. Aunque quisiera hablar, sabía que no podía ahcerlo.

Pero... Respecto a Uriah.

—Yo lo maté, — susurró. La confesión, aunque provino de una voz baja, rebotó en las paredes de tal forma que la oji miel solo pudo mirar incredula a su paciente. Aquello no se lo había esperado.

Zareck sonrió. Si bien se negaba a mirar a su psiquiatra, podía sentir la mirada de sorpresa sobre su figura. Se atrevió a reír y el sonido se mezcló con un segundo sollozo. Su cuerpo entero comenzó a temblar y de pronto las manos le sudaban. 

Era difícil recordarlo. 

Zareck, por favor... Me duele, — lo escuchó. — Zareck.

Cerró los ojos cuando el sonido de aquella voz retumbó en su mente.

—Yo lo maté... Porque él me lo pidió, — y a esas palabras le siguieron un par de lágrimas, que cayeron de los ojos cerrados, compungidos por el recuerdo más doloroso que atesoraba su alma.

Zareck, por favor... Te lo ruego, — aquel susurro. — Mátame.

Los sollozos no se detuvieron esta vez, ni tampoco las lágrimas. Escuchar esa voz, aunque fuera en su mente enferma dolía mucho más que cualquier otra cosa.

Ese mismo dolor lo obligó a actuar de forma violenta, atrapando con sus puños su cabello y jalándolo fuertemente, como si el dolor físico pudiera reemplazar al emocional.

Ariadne miró la escena. Su cuerpo se negaba a responder, debido a la sorpresa causada por las acciones de Zareck.

Culpa.

¿Era acaso eso lo que estaba viendo? ¿La culpa más sincera? ¿Aquella culpa que carcomía los adentros del ojirubi y que lo había obligado a confesar? ¿O acaso Zareck confiaba en ella?

Sus preguntas se detuvieron cuando sus ojos captaron como el castaño comenzaba a rasguñarse sus propios antebrazos, como si aquello fuera el castigo que se mereciese por aquellos pecados.

Su cuerpo se movió por sí solo y en un par de segundos, tenía a Zareck sujetado por las manos para que dejara de autolesionarse. Esperó a que el chico forcejeará, gritara y entrara en un estado de ansidad que culminaría con una camisa de fuerza o un sedante. Pero, increiblemente, se quedó quieto, sollozando de impotencia y mirando como sus lágrimas caían al suelo.

—¿Eres la víctima en esto? — preguntó ella, sin alzar la voz. Apenas, podía verle los ojos, pues varios mechones castaños cubrían su semblante. — Eras inseguro, puedo notarlo. Pero, no eras y no eres un homicida, — profirió, notando como las manos se convertían en puño.

—Es mi culpa, — sollozó. — Sólo mía. Merezco estar aquí, — susurró.

—De pronto pienso... — le susurró Ariadne. — Que quien merece estar aquí es otra persona, — afirmó seriamente.

Zareck levantó sus ojos azules, mostrándole el rostro a su psiquiatra, el cual estaba rojo a causa del llanto. Habían marcas de uñas en él.

—No tienes la mínima idea del significado de esas palabras, — murmuró sin quitar la mirada de los ojos de Ariadne. El agarre de ella sobre él desapareció. Zareck se quedó en esa posición, tranquilo. — ¿Por qué me tratas como una persona y no como un loco?

—Porque no estás loco, — la afirmación hizo que de los ojos de Zareck cayeran lágrimas.

—Yo no era un loco... me obligaron a serlo, — susurró.

—¿Qué fue lo que te hizo? — preguntó en un susurró apenas audible.

Zareck parecía estar dispuesto a hablar con ella y aprovecharía hasta el máximo aquella situación. No pretendía resolver el caso, ni tampoco encontrar un diagnóstico. Tan solo tenía el deseo de ayudar a Zareck.

Por primera vez, no deseaba demostrarle a su padre que ella podía ser mejor que Calleight, sólamente quería devolverle a su paciente lo que algún día le robaron, aunque sabía que muchas de esas cosas no podrían serle devueltas.

Su cuerpo entero se tensó cuando los brazos de Zareck rodearon su cuello, similando un lastimero abrazo. Se quedó quieta. Realmente, no pensaba que el chico fuera a lastimarle. Normalmente, ella evitaba ese tipo de contacto.

—Al principio todo estuvo bien, era buena, pero... dije algo que la hizo enojar. Por eso... — los recuerdos pasaban frente a sus ojos como una película. Se atrevió a recostar su rostro del hombro de Ariadne. — Luego, él me gritó, golpeó y amenazó. Pero, por ella seguí vivo. Sin embargo, Comenzó a ser amable y comencé a pensar que no eran tan malos. Que quizás, sí me amaba como decía. Quizá, ella lo hacía porque no quería que nadie más me tuviera a su lado. Y eso... me hizo sentir especial. Era perfecto... me amaba y yo aprendí a amarla. Merecía todo lo malo que me hizo por no haber visto la verdad el principio, — las lágrimas descendieron. — Siempre fue mi culpa. Él siempre quiso lo mejor para mi. Ahora lo sé. Y lo que me pida lo haré sin pestañear... Por ella.

Ariadne no podía hacer nada más que escuchar las palabras de Zareck con suma incredulidad. Su cuerpo entero estaba paralizado y su corazón se había acelerado. Esas palabras de pronto tenían demasiado sentido. Esas palabras eran la explicación que había estado buscando.

Esas palabras le trajeron un nombre a la mente. Casi no podía creerlo, pero podía casi afirmar que finalmente tenía un diagnóstico.

Era algo completamente distinto a lo que había imaginado. Zareck no estaba loco, simplemente su mente había reaccionado ante todo el abuso y las amenazas buscando la mejor forma de protegerse. Una reacción defensiva nerviosa, que tenía explciación médica.

Era el diagnóstico menos esperado, pero el que tenía más sentido. Las palabras de Zareck, dejaban poca duda al respecto. Estaba claro que su paciente presentaba un profundo estreés post-traumático, descencadenado por la muerte de esas cuatro personas y la de su hermano.

Un extremo padecimiento del síndrome de Estocolmo.

—Vas a morir, — la afirmación lorgó distraerla del pequeño triunfo que había sonseguido. El significado de esas palabras, le sorpendió más que el diagnóstico.

Zareck se alejó de ella. Sus ojos azules inundados de un sentimiento que oscilaba entre la tristeza y la resignación, se encontraron con los de ella. Una triste sonrisa apareció en los labios del chico, mientras que con una mano acariciaba la mejilla de Ariadne.

—Él me dijo que... vas a morir, — repitió, mostrando un semblante sombrío.

Mas sus facciones cambiaron derepente, cuando una leve sonrisa se mostró en sus labios y cambió bruscamente de tema.

—¿Recuerdas la manta que me habías dado? — le preguntó. — Los guardias me la quitaron con la excusa de llevarsela para lavarla y no me la devolvieron. Y las noches son frías, — la miró. — ¿Podrías traérmela? — pidió como una niño pequeño.

Sin emabrgo, sólo unas palabras parecían importar en ese momento. Palabras que se repetían en su mente como un disco rallado.

Vas a morir.




Sonatilla De Muerte(Libro N°1)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora