Capítulo 30

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Eider.

Juro que tenía un miedo horrible a entrar en la habitación del hospital en donde se encuentra. Miedo a encontrar a Jungkook cambiado.

Al entrar allí, cerré la puerta antes de verlo. Estoy de espaldas a él y escucho varios pitidos cada segundo que pasa.

Esto me lleva a la serie que me gustaba ver cuando era una adolescente. Disfrutaba viendo a los personajes en el hospital salvando numerosas vidas y ayudando a cada paciente.

Me doy la vuelta y allí lo encuentro. Su pecho no está desnudo como lo estaba cuando abandonamos su apartamento. Ahora tiene ropa de hospital y su cuerpo está oculto debajo de una manta blanca.

Veo varios cables conectados a su cuerpo y esto me aterra. Una máquina le ayuda a respirar y veo cómo su pecho se mueve de una forma tranquila.

Me acerco a él susurrando su nombre. Mis lágrimas caen en silencio desde que entré aquí.

Tomo su mano tatuada entre mis manos y dejo un beso en esta cerrando los ojos. Miro su rostro tranquilo y acaricio su mejilla.

No me gusta nada verlo con los ojos cerrados. Sus preciosos ojos ya no me ven con dulzura. Sus ojos están cerrados y su cuerpo no se mueve.

—¿Jungkook? —miro su rostro, pero no ocurre nada cuando digo su nombre—. ¿Puedes oírme? Soy Eider, la chica con la que te vas a casar. Y tú eres mi todo. Eres mi compañero y el amor de mi vida —sollozo y escondo mi rostro en la camilla—. Te amo, Jungkook. Te amo y te creo. Lo siento mucho por no creerte y por gritarte. Sé que no me perdonarás nunca por el desastre que he hecho en el suelo.

Esa libreta pequeña que casi siempre lleva a todos sitios. Esa libreta en la que dibuja cosas preciosas y yo, que soy imbécil, se la he destrozado. No sé porqué lo hice. Sólo sé que estaba muy enfadada con él y quería alejarme de él, así que empecé por lo fácil, supongo. Rompiendo la libreta que tanto significa para Jungkook.

Recuerdo las miles de veces que dibujaba sin importar el lugar y sin importar lo que estaba pasando. Yo riéndome por alguna tontería en un restaurante, dibujando después de acabar de acostarnos o coger la libreta cuando me miraba trabajando.

Sonrío ahogada en mis lágrimas. Me duele el pecho. Estoy tan triste... Tan triste por ver su rostro decepcionado cuando vio las hojas volar delante de él. Tan triste de verlo en esta camilla.

No se despierta.

Escucho unos golpecitos procedentes de la puerta y esta se abre lentamente. Aparece un hombre de unos sesenta años con apariencia joven. Su traje perfectamente planchado destaca por su tela. Debe de ser muy caro.

—¿Se puede? —pregunta y me encojo de hombros sin saber qué decir.

Entra en la habitación y veo que en su brazo izquierdo descansa un ramo de flores amarillas. Me mira y luego mira a Jungkook.

—Lo siento mucho —dice mirándome. Elevo una mano para que deje de hablar. No quiero que se disculpe. No me gusta que la gente diga esto cuando algo malo ha pasado en tu vida.

—¿Y usted quién es? —pregunto cuando deja las flores en una mesita cerca de la pared.

—Soy Edgar. No he conocido personalmente a Jungkook, pero me han hablado mucho de él —hace una pausa y se coloca bien la corbata—. He abandonado la empresa para que se encargue mi hija. Ya es mayorcita y resulta que es la jefa de Jungkook.

Asiento mirando la mano de Jungkook sobre las mías.

—Gracias por venir —digo—. Mi novio no ha pasado un buen momento aquí en Australia, pero no me voy a meter en el tema. Simplemente eso, que por culpa de lo ocurrido, está aquí ingresado.

Acaricio su mano y paso un dedo por sus tatuajes.

—Espero que se recupere pronto. Es un buen chico y además dibuja muy bien. A mí me encanta —toca su pecho al decir esto último.

—Es un chico lleno de talento —susurro y miro hacia abajo. Noto cómo mis lágrimas vuelven a aparecer y ni siquiera las seco sabiendo que este hombre está aquí conmigo.

—Si hay algo que pueda hacer por ti o por él, dímelo, ¿de acuerdo? —me entrega una tarjeta blanca y asiento porque eso es lo único que puedo hacer.

—Gracias —digo.

Miro a este hombre, me está mirando manteniendo las distancias. No se acerca a mí ni a Jungkook. Se queda al lado de la pequeña mesa.

—Se ve que es un buen hombre —suelto y no entiendo porqué he dicho esto. Ni siquiera lo conozco.

𝐖𝐎𝐑𝐊Donde viven las historias. Descúbrelo ahora