| ℂapítulo 1

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—¡He dicho que me voy, y eso haré!

Un portazo bastante sonoro retumbó por las paredes de aquel gigantesco castillo, haciendo sobresaltar a la mayor parte de los empleados que trabajaban en las distintas labores que un edificio de tal porte necesitaba.

—¡No podrás impedir el suceso para el que te he estado preparando todos estos años, niño! 

El de hebras canosas salió lo más rápido que sus flacas piernas bajo aquel manto de seda rojiza con varios destellos en dorado le permitieron, gritando barbaridades hacia el menor que corría por los amplios pasillos de dicho castillo.

—¿Y piensas que voy a quedarme sentado a esperar que ocurra un milagro? —volvió a exclamar, ahora caminando algo más despacio y de espaldas a la puerta, mirando a su padre al otro lado del pasillo con el ceño fruncido. Extendió sus brazos. —¡Quiero vivir mi vida, o por lo menos intentar tener una! 

Y, antes de que el más mayor pudiese contradecirle como llevaba haciéndolo más de una hora seguida, giró su cuerpo de nuevo y se metió en el pasillo que daba de frente a sus aposentos. Corrió hacia estos y se metió, haciendo resonar otro portazo más.

Mordió su labio inferior y miró a su armario, dudando en si hacerlo o no, no tenía claro si sería buena, pero al darse cuenta de que eso enfurecería a su padre cuando se enterase, sonrió de lado y se metió entre mantos relucientes y suaves telas que había colocadas a la perfección en su armario.

Se agachó, sentándose sobre sus rodillas, y comenzó a rebuscar por los trapos «viejos» algo que se viera desgastado y a medio coser. 

Después de estar un buen rato hundido en lo que ahora era una gran montaña de ropa blanca, sedosa y pulcra, encontró lo que buscaba; unos pantalones de seda basta con un color marrón y de aspecto sucio y con un agujero por debajo de la rodilla, una camisa blanca de tela suave y delicada, pero demasiado arrugada, le hizo sonreír, y una chaqueta marrón oscuro que le llegaba por debajo de la cintura, hizo de dicha sonrisa fuese una muy ancha y orgullosa. 

Se vistió, y a la hora de volver a colocar sus sedosos cabellos rubios y bien peinados para un lado, sacudió su cabeza , despeinando estos, pero tampoco mucho. Se miró de nuevo al espejo que tenía en frente, y sonrió de lado, para así irse a su baño y con un poco de colorete marrón, simuló a la perfección una mancha de barro, o algo parecido. Repitió su acción para su camisa y parte de sus manos.

En el momento que decidió volver a mirarse, casi ni se reconocía, pero a sus ojos, él se veía perfecto —como siempre pensaba su subconsciente narcisista y egocéntrico—, así que se dispuso a asomar su cabeza por el pasillo.

Cuando se dio cuenta de que no había tampoco mucha gente —nadie, mejor dicho—, comenzó a correr en dirección a los jardines traseros, que era por donde los repartidores llevaban las mercancías que necesitaban para poder vivir cómodamente sin salir del edificio para nada.

Corrió y corrió, hasta llegar al medio del jardín, en donde tuvo la necesidad de esconderse tras unos rosales, puesto que su padre y su madre se encontraban teniendo su paseo matutino por los inmensos jardines kilométricos.

Entrecerró sus ojos, centrándose en la conversación que ambos monarcas estaban teniendo, con él como protagonista.

—¡Me desespera! No sé que más hacer, pero no quiero pensar que estos 19 años de una estricta y sofisticada educación de los mejores docentes de mi reino, fueran en vano.

—Mi señor, sabe perfectamente que tanto nuestro hijo, como usted, tienen derecho a ser libres por una vez en su vida —pausó su delicado hablar, para seguramente, pensar sobre como seguiría.— Y, para nuestra suerte, la época rebelde de Charles es ahora.

♔ Entre el amor y la guerraDonde viven las historias. Descúbrelo ahora