| ℂapítulo 23

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—Bien, ya lo he decidido.

La voz gruesa resonó por toda la sala del trono, alertando a los demás presentes, los cuales eran Robert junto a Sibila, James y Charlote, y por último, el rey Guillermo junto a su esposa.

Todos habían sido reunidos allí a causa del gran dilema que habían causado James y sus dos amigos en medio de una borrachera, y todo por una simple discusión de ex pareja que habían tenido Sibila con el padre del menor —dato que este aún desconocía—.

Tanto el monarca como su esposa habían tardado en decidir qué hacer con la chica, la cual, en aquellos momentos, ya habrían empezado a buscarla por los alrededores de su hogar, cosa que atormentaba al rey a más no poder por lo que esto podría desencadenar.

—¿Y bien? —se aventuró a preguntar James al mismo tiempo que colocaba a Charlote por detrás de su propio cuerpo, como protegiéndola. Acción que también tomó en cuenta tanto su madre como su padrastro.

—La muchacha será trasladada inmediatamente de regreso a su hogar, como ya habíamos dejado claro en un principio.

—Y tu, jovencito, harás servicios prestados al rey en las calles, quedando así renegado temporalmente de la Guardia Real, ¿de acuerdo? —María le siguió, mirando con ambos brazos cruzados al chico, el cual rápidamente bajó la cabeza y relajó su cuerpo, sintiéndose derrotado en el interior.

—Hijo, podía haber sido mucho peor, deberías de alzar tu cabeza, luchar ante tu orgullo y aceptar las consecuencias —habló de nuevo el monarca, frunciendo ligeramente el ceño por su propia confusión.

—L-lo siento, mi señor —dijo casi entre dientes, y alzó la cabeza, irguiendo así su cuerpo y colocando este completamente recto.— Aceptaré las consecuencias que se ajustan a mi delito cometido, mi señor.

El rey presente no dijo nada más, solamente asintió con la cabeza justo antes de levantarse de su preciado y único en el mundo trono, extendiendo la mano hacia su mujer y saliendo así de dicha sala, dejando que los demás se mirasen con miradas complacidas.

—Entonces... —comenzó a decir Sibila, alternando su mirada entre su propio hijo y la chica en cuestión, protagonista de la situación.— Ya está decidido; Charlote, volverás a tu hogar.

Los dos más jóvenes presentes no dijeron nada, solamente juntaron sus manos y se quedaron mirándolas como si estas tuvieran la respuesta y solución a aquel problema que se les había planteado.

—Vamos, querida, dejémosles solos un rato.

Así, y con el brazo de Robert rodeando sus hombros, Sibila salió de la sala del trono, también algo cabizbaja. Hasta que no escuchó el gran portón cerrarse, no habló.

—¿Crees que he hecho bien en contárselo a Guillermo?

—Claro que si, Sibila —respondió con obviedad su marido, acariciando el hombro medio desnudo de su esposa gracias al vestido que llevaba ese día.—¿Qué hubieras hecho sino? ¿Dejarla aquí y hacer que todos nuestros acuerdos, tanto políticos como económicos realizados con su reino, fuesen en vano? 

La pareja ya había hablado todo sobre la relación que aún compartían Sibila con el monarca del reino vecino y, cabe destacar, que Robert se lo había tomado... no tan mal como se lo esperaba.


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Cuando James, Sibila y Robert vieron marchar el lujoso carruaje con la princesa anteriormente raptada por el más joven, los dos últimos dieron media vuelta y entraron dentro de palacio, dejando a un devastado James bajo la nieve que caía por encima de su cabello y sus hombros.

Gracias a los copos que bañaban ligeramente su rostro, las delicadas lágrimas que caían por sus mejillas quedaban camufladas.

En esos momentos no pudo más y, la tristeza y la angustia que llevaba por dentro provocó que se dejase caer sobre sus rodillas, encogiéndose en el sitio y rodeando su cabeza con ambos brazos, llorando libremente.

Sibila, al oír el fuerte y doloroso llanto de su hijo, se giró y comenzó a caminar hacia el susodicho pero, antes de bajar los escalones que daban al suelo en si, una mano fuerte rodeó su brazo y la trajo hacia su cuerpo; Robert había impedido que la madre de aquel pequeño pájaro herido fuese a socorrerlo.

—No hay nada que se pueda hacer ya, deja que se desahogue; ya tendrá tiempo de volver a tus brazos —susurró Robert mientras que empujaba contra su pecho de forma ligera y cariñosa a su querida esposa mientras que escuchaba como esta sollozaba contra su camisa blanquecina, mojándola.

James escuchó como su madre y su pareja se iban de la escena, así que solo tuvo fuerzas para sentarse sobre el congelado y cubierto de nieve suelo mientras que mantenía su mirada fija.

Fija en el camino por donde había visto a su amada marchar con lágrimas por todo su rostro, sus mejillas rojizas de la tristeza —probablemente el frío también haya condicionado este rasgo— y su labio inferior apresado bajo sus dientes blanquecinos como ninguno.

Y en esos momentos, James deseaba no haber traído a Charlote desde un principio a Edimburgo; deseaba no haberla visto nunca antes; deseaba no haber intercambiado con ella ninguna palabra en el jardín trasero la primera vez que la vio, con la luz de la Luna iluminando sus preciosos ojos; deseaba no haber salido en su defensa en la cena en la que tantas cosas se echaron a perder.

También deseaba no haberse enamorado tan pronto de una chica tan inalcanzable.

Él, era un caballero, no se podía ni imaginar otra esposa que alguna noble que su tío tenía preparada para él.

Y ella, era una hermosa princesa, heredera de un gran reino y con miles de pretendientes ricos, poderosos y merecedores de esa belleza.

Pero James... James ya con solo amarla, oler su perfume, rozar sus dedos contra su rostro y oír su preciosa y melódica risa, ya se sentía merecedor de todo lo imaginable, y de lo inimaginable.

Él se sentía que la merecía.

Y ese fue el primer error que cometió James.


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♔ Entre el amor y la guerraDonde viven las historias. Descúbrelo ahora