Después de que el futuro rey se escapase del castillo vestido de pordiosero y, para su suerte, encontrase al amor de su vida sirviendo vino en una de las tabernas del reino de Newcastle, sus vidas cambiarían tanto, que no habría ninguna manera de da...
Mientras que todos los invitados se encontraban en sus respectivas habitaciones, vistiéndose con algo de ayuda de los cientos de sirvientes que habían venido con ellos en cada carruaje, la familia anfitriona se encontraba ya en el salón principal con los nervios de magnitudes considerables.
Las principales mujeres estaban ya arregladas, a lo que ambas fueron parcialmente cortejadas por sus maridos, tanto el rey Guillermo II como el caballero y hermano de este, Robert II de Normandía, se habían dado cuenta de lo que debían de agradecer a los cielos por tener a sus lados unas mujeres tan correctas, bellas e intocables.
Ambos ya se encontraban preparados y esperándolas —junto a James— en la zona baja de las escaleras, por donde bajaron estas casi como si desfilasen solo y exclusivamente para sus maridos y amados.
James, en su caso, eligió una chaqueta azulada con bordados plateados, una camisa de seda blanca y con cuello alto y con varias perlas cosidas a este, y con un pantalón negro y liso, acompañado por unas botas hasta su tobillo de color negro y con varias decoraciones sobre la punta de estas.
¡Ay! Esta imagen no sigue nuestras pautas de contenido. Para continuar la publicación, intente quitarla o subir otra.
Por otro lado, se encontraba Robert, padrastro de el anterior, el cual se había decidido por una simple chaquetilla militar con varias bolas sobre sus clavículas y pecho, una placa de hierro y con varias formas de flores descansaba en su hombro, cosida a la chaqueta.
Debajo, una simple y lisa camisa descansaba, con un poco de cuello alto, mientras que como pantalones, eligió unos simples negros de traje. Sus pies se enfundaron en unos zapatos simples y comunes en su estatus social.
¡Ay! Esta imagen no sigue nuestras pautas de contenido. Para continuar la publicación, intente quitarla o subir otra.
Guillermo II, monarca de Edimburgo, tampoco se quedaba atrás, puesto que se había cambiado su armadura para salir a cabalgar por una preciosa chaquetilla militar con flecos en sus hombreras doradas, unos bordados en rojo y dorado se extendían por todo su pecho y espalda, mientras que en a sus piernas se ceñían unos pantalones negros con dos tiras rojas y doradas a los lados de ambas piernas, haciendo uno solo del traje completo.
Sus pies estaban en unos zapatos elegantes, casi como unos botines negros hasta por debajo de la rodilla. Era el único presente que llevaba algo en su cabeza; su extraordinaria corona de diez rubíes y cinco esmeraldas.