| ℂapítulo 27

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—Su Majestad, su invitado a llegado —se escuchó por toda el despacho la rotunda voz de uno de sus guardias, encargados de custodiar y garantizar la seguridad de su rey.

—Hágale pasar.

Charles respondió severo y con el ceño fruncido, aún con su rostro bastante neutral y sin ningún tipo de expresión en su rostro. Desde que había comenzado esa declaración indirecta de guerra, su trabajo se había reducido a reclutar a más personas para el combato y que estuvieran de su lado.

Ya había tenido varias reuniones privadas con varios jefes y comandantes que vivían a los alrededores del reino sureño, como el Mago Superior o el Señor de los Cambia-formas. Pero ninguno de ellos se había dignado a unirse, aunque Charles tampoco esperaba que lo hiciesen, no tenían motivos y las probabilidades de salir victoriosos eran insuficientes para convencerlos plenamente.

Pero, no había hablado con aquel jefe de los que vivían bajo su seno dentro de las ciudades del reino y que estaban bajo su cuidado. Todo había sido gracias a que su bisabuelo les había dado cobijo cuando los demás reinos solo los atacaban para poder llevarse su magia o sus poderes curativos y milagrosos.

Y, ¿quiénes eran estos seres? 

Los elfos.

Habitantes de los bosques, son capaces de adaptarse a cualquier situación que se les ponga delante, y además, son aún más conocidos por sus conocimientos ancestrales que solo pueden llevarlos a cabo los descendientes de esa raza en concreto.

Charles nunca había hablado mucho con algún elfo, más que nada porque nunca se había dado la ocasión. Y, aunque se hubiese dado, no sería tan urgente e irónica que en la que estaban ahora mismo cada una de las personas que habitaban el reino.

Aquel día, había llamado al jefe supremo de los elfos, que tenía entendido que no era más que alguien que no parecería un jefe a simple vista, y menos de la raza con más conocimiento, destreza manual e inteligencia que había pisado la faz de la Tierra.

—He sido conocedor de que requeríais mi presencia en la capital, así que intenté no demorarme demasiado —una voz sonó por todo el cuarto, lo que hizo que el monarca se diese la vuelta precipitadamente, teniendo que hacer uso de la mesa al lado de las ventanas gracias al desequilibrio temporal que sufrió.

Al hacerlo, fijó su vista en su invitado, que no era nada más ni nada menos que... ¿una mujer?

Esta portaba un vestido blanco, el cual le llegaba hasta los tobillos y que estaba formado como por hojas blancas que se entrelazaban entre flores blancas y entre sí mismas; su pelo, blanquecino como la nieve, caía en pequeños rizos por sus hombros casi al descubierto y un inmenso collar brillaba alrededor de su cuello, conteniendo todo tipo de tonalidades de gris, grises y blancos.

Sobre su cabeza y bien colocada, llevaba una corona brillante con grandes perlas marinas sobre sus puntas, y sus ojos azules como el mar junto con sus labios algo pálidos pero abundantes, hizo que el rey se volviese a preguntar quién era esa mujer.

Sobre su cabeza y bien colocada, llevaba una corona brillante con grandes perlas marinas sobre sus puntas, y sus ojos azules como el mar junto con sus labios algo pálidos pero abundantes, hizo que el rey se volviese a preguntar quién era esa mujer

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La joven, al ver como el hombre no respondía ni con palabras ni con ninguna expresión facial, optó por caminar hacia las dos sillas que había delante de la gran mesa principal, y se sentó sobre una de ellas, mirando así a su alrededor.

Solo le tomó un par de minutos para recobrarse al rey, el cual rápidamente fue hacia su silla personal, y se sentó sobre ella, aún contemplando la majestuosidad que portaba la chica de en frente de él. 

— S-si, la he hecho venir por... —comenzó a explicar, pero la joven se le adelantó deliberadamente.

— Por la guerra que vos habéis empezado por el rapto de su hija. Los rumores y habladurías vuelan muy rápido, Su Majestad, y más en las tierras de donde yo pertenezco —habló, y a la vez que esta daba su discurso, el rey no hacía más que mirarla con más parsimonia, intentando encontrarle el sentido a tal belleza. 

Charles no se creía que era un ser mitológico ni nada parecido hasta que, cuando una de sus manos fue hacia un lateral de su oreja y echó su pelo por detrás de su oreja, vio como sus pequeñas orejas —proporcionadas a la perfección con su cuerpo— iban hacia arriba, acabando en una punta que el propio rey pensó, por una décima de segundo, que eran adorables.

— Exacto, exacto; entonces, ¿qué pensáis sobre uniros a mi y a mí ejército?

— Solo tengo una pregunta para vos, Su Majestad —dijo esta, ahora fijando la mirada sobre los oscuros pero profundos ojos del monarca, el cual tragó en seco a la vez que le indicaba con la mirada que continuase.— ¿Usted lucha por recuperar a su hija, o para recuperar su corazón?

A Charles II le costó digerir dicha cuestión, la cual no se esperaba por nada del mundo. Tosió al atragantarse con su propia saliva, y alzó ambas cejas. 

—¿Qué quiere decir con mi corazón? —hizo énfasis en la última palabra, ahora subiendo su ceja izquierda en un intento de disimular el nerviosismo que sentía en su cuerpo en esos momentos.

— Mire, Su Majestad, nosotros los elfos somos seres mágicos como os gusta llamarnos, y si solo una persona más de los implicados en la trama lo sabe, nosotros lo sabremos. Y más que nada, gracias a una poción especial —explicó la joven, sonriendo y enredando ambas manos entre ellas mismas a la vez que hablaba con total tranquilidad.— Y, sé sobre su hijo bastardo que ahora vive plácidamente en el reino vecino junto a su primer amor. ¿No será por eso porque quiere comenzar esta guerra? Bueno, ya la comenzó.

A este discurso de la más joven —de apariencia, tampoco se sabía si tenía 18 años como 200—, Charles le había seguido con un rostro algo más que sorprendido, confundido y, como no, atemorizado. Si estos seres son así de benevolentes en un sentimiento neutral, ¿qué podrían hacer enfadados? 

Ahí comenzó a temer silenciosamente por su vida. Pero valdría la pena, si eso le garantiza la entrada de los elfos en su bando de la guerra venidera.


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♔ Entre el amor y la guerraDonde viven las historias. Descúbrelo ahora