| ℂapítulo 5

21 5 0
                                    


—Cariño, mamá se va a trabajar —dijo por última vez la que, de nuevo, era de cabellos rojizos gracias a que ese era su color natural sin ningún tipo de tratamiento para quitarse el color que tanto le recordaba al padre del hijo que compartían.— ¿Prometes portarte bien con Sarah? 

El pequeño James con hebras castañas brillantes y un aterciopelado pijama de una sola pieza se encontraba sentado sobre la cama que compartía con su madre, tallándose sus pequeños ojos color café, justo como los de su madre, mientras que seguía con la mirada a la más mayor, dar vueltas y vueltas por la espaciosa habitación.

—Si, mami —respondió, ahora colocándose sobre el suelo con ambos pies pequeños y regordetes descalzos, y corrió hacia donde su madre estaba, cogiendo su brazo y tirando de ella hacia abajo, queriendo darle su beso de todas las mañanas. Sibila, gustosa y con una amplia sonrisa, se agachó y dejó que el sonido de un sonoro pero dulce beso, se instalase en la habitación por varios segundos.—

—Nos vemos a la hora de comer —susurró esta sobre la coronilla del pequeño justo antes de darle un beso y acariciar su hombro derecho sobre la gruesa tela, poniéndose de pie otra vez.— Te quiero, mi pequeño príncipe. 

—¡Yo a ti más, mami! —exclamó James, moviendo su mano en el aire mientras veía que su madre salía por la puerta con una amplia sonrisa, enternecida con el comportamiento del menor hacia ella.—

Cuando se quedó solo, el pequeño corrió a su arcón azul que se encontraba debajo de la ventana amplia que dejaba entrar los fuertes rayos de sol que aquel día gélido de invierno, hacía que se calentase algo más. 

Al fin y después de rebuscar por entre sus pertenencias —la mayoría eran camisas y pantalones de lana gruesos que le incomodaban—, decidió agarrar su camisa marrón de una tela gruesa pero demasiado cómoda, unos pantalones blancos y de la misma tela, y unas botas que se puso por debajo del ancho pantalón.

Así, se volvió a sentar en el borde de la cama con ambas manos sobre sus piernas, moviendo estas hacia los lados como forma de distracción mientras esperaba a que apareciese la encargada de enseñarle a leer, escribir y un poco de historia, solo para que se culturizara un poco tal como quería su progenitora.

Al cabo de varios minutos de una interminable espera en el que el pequeño de hebras castañas había tenido que darle la vuelta al reloj de arena que su madre tenía sobre su mesita como unas tres veces  —¿o eran cinco?—, cuando de ponto la puerta se abrió y la cabeza bien peinada y bonita de su cuidadora, apareció, haciendo sonreír al pequeño.

—¡Buenos días, Sarah! —exclamó, poniéndose de pie y cogiendo la pequeña pizarra que su madre le había regalado en su quinto cumpleaños. Trotó hacia la puerta, en donde se quedó quito y bien erguido.—

—¿Cómo te dije que debías llamarme, pequeño James? —la chica con apariencia juvenil y viva, se agachó hasta quedar a la altura del menor, arreglando los pliegues de la camisa y sacándola de por dentro de los pantalones.—

—Se me olvidó.. —susurró el pequeño, bajando su mirada, haciendo que su pequeño cerebro funcionase a su modo y ritmo, cuando de pronto, volvió a mirar a su cuidadora y, sonriendo, siguió hablando.— ¡Buenos días, Lady Sarah!

—¡Así me gusta, pequeñín! —dijo ella, volviendo a ponerse de pie y ofreciéndole su mano a James, el cual la agarró con gusto y comenzaron a caminar hacia una de las habitaciones de invitados que ella tenía que limpiar.—

Siempre hacían el mismo recorrido; primero, ella le contaba sobre lo que sabía de historia y de sus antepasados como si fuese un cuento, y todo mientras que ella terminaba de colocar, limpiar y ordenar las habitaciones que le eran encomendadas; más tarde, bajaban a los jardines y, mientras ella preparaba el desayuno del chico y este lo tomaba, leían una corta historia que el pequeño eligiese; al terminar, ya era la mitad de la mañana y era cuando los caballeros entrenaban con los caballos en los jardines, así que iban ahí y, mientras los veían hacer sus rutinas, se inventaban historias sobre caballeros y dragones, y pequeñas princesas que vivían en los árboles. Ahí pasaban gran parte de la jornada, y cuando se acababan los entrenamientos, volvían para hacer la comida entre ambos y más de las sirvientas del rey, y ahí es cuando, después de que este almorzase, su madre volvía a comer con ellos y ya pasaban toda la tarde juntos.

♔ Entre el amor y la guerraDonde viven las historias. Descúbrelo ahora