—Dime, ¿te declaraste al fin? —preguntó el menor, apoyando su pesada espada sobre el suelo mientras que se sentaba sobre una de las cajas que utilizaban ellos como asientos improvisados. Los otros dos presentes le siguieron.—
—Por muy sorprendente que suene —comenzó James a hablar, mientras que con una jarra de agua potable que había sobre un pequeño armario, refrescaba su rostro.—, si lo hizo, al fin.
—¡Oye! Que ganarse la confianza de la señora Greg no es tan fácil —contestó el restante de hebras rojizas a la vez que alzaba sus brazos en forma de indignación y mantenía su ceño fruncido.—
—No no, claro que no —dijo entre risas James, a la vez que tapaba parte de su rostro para disimular la gracia que le hacía ver el rostro casi del mismo tono que el cabello de su amigo.—, solo que cuando entramos y preguntamos por su hija, ella se puso como loca a punto de rezar por nosotros.
Ahí fue cuando Allan iba a comenzar a reír a carcajadas, de no ser por la nueva e imponente presencia del padrastro del mayor, Robert, el cual tenía una expresión de pocos amigos y de incomodidad.
—Veo que acabaron su entrenamiento —al oír su potente y grave voz, los tres se recompusieron al momento, colocándose delante del mayor de todos con la cabeza bien alta en señal de respeto.— Bien, tengo un comunicado que hacerle a la guardia real, así que reúnan a sus compañeros y vayan al patio principal de entrenamientos.
—¡Si, señor! —exclamaron los tres restantes, recogiendo como podían sus pertenencias y comenzando a correr hacia la zona norte del recinto de entrenamiento, que era donde los demás soldados tenían sus cabañas.—
Cuando llegaron al centro del recinto, no tardaron mucho en darse cuenta de cuáles eran las viviendas de los de más alto rango, puesto que estas eran de un color más claro mientras que la de las categorías inferiores, eran marrones y opacas, con el tejado medio derruido pero que eran habitables.
En menos de cinco minutos, los seis guardias que formaban la élite, por así decirlo, se encontraban en una perfecta línea, viendo como a lo lejos, el mismísimo Guillermo II junto a la reina, y el jefe de la caballería, caminaban hacia ellos.
Cuando estuvieron a escasos metros los tres más poderosos del reino del pequeño grupo de muchachos perfectamente capacitados para cualquier adversidad tanto física como psicológica, el monarca comenzó a hablar.
—Bien, veo que ya los habrán avisado de que un acontecimiento muy importante ocurrirá en menos de un mes —explicó, colocando sus brazos por detrás de su espalda, mirando en el proceso a cada uno de los soldados.— Necesitaremos su máxima colaboración, puesto que nuestro invitado y toda su familia, estarán entre estos muros, y a la mínima imprudencia, pueden desarmar lo que mis antepasados trabajaron tanto por unificar.
—Por si no lo sabían, queridos soldados, nuestro invitado no es ni más ni menos, que el monarca de Newcastle —dijo ahora Robert, dando un paso al frente y frunciendo el ceño, como si no le agradase la idea de tener a alguien ajeno y del calibre de Charles, entre sus muros.— Si, Charles II.
En ese momento, algo en el estómago de James Scott se retorció, mandándole miles de señales de alerta por todo su cuerpo mientras que tensaba su mandíbula y ambas manos, cerrando estas en sus puños, dejándolas en un tono blanquecino.
—Esperamos que colaboren con la causa —ahora habló la reina, repitiendo los movimientos de su marido, el monarca, y con las manos por detrás del cuerpo.— Y ya saben, un mínimo gesto del rey hacia cualquiera de sus acompañantes, avisen a su señor.
Con estas palabras, todos comenzaron a caminar hacia el interior del palacio, todos menos el monarca el cual dijo unas últimas palabras, ahora mirando fijamente a James, avisando a este con su expresión de que hablarían más tarde, a lo que el joven caballero asintió disimuladamente.
ESTÁS LEYENDO
♔ Entre el amor y la guerra
RomansaDespués de que el futuro rey se escapase del castillo vestido de pordiosero y, para su suerte, encontrase al amor de su vida sirviendo vino en una de las tabernas del reino de Newcastle, sus vidas cambiarían tanto, que no habría ninguna manera de da...