Y el día llegó, aunque no todos se despertaron de la misma forma que otros. Ahora veréis por qué.
Guillermo II, monarca de Edimburgo, se despertó abrazado a su mujer, como pasaba en todas las mañanas desde que se convirtieron en monarcas. Pero, en cambio, en mitad de la noche, un molesto y constante ruido apareció en su baño, lo que hizo que ambos no rompieran el cálido abrazo en el que estaban casi de milagro, pero durmieron bastante mal. Así que, como conclusión, podemos decir que ni el rey ni la reina estaban de muy buen humor en la mañana.
Su hermano, Robert II de Normandía, en su caso, este había dormido en un dormitorio continuo al que compartía con su mujer, puesto que, desde la pequeña conversación de hacía 2 días, ambos habían intercambiado muy pocas palabras. Él también había dormido mal, pero no por ningún ruido molesto y constante, si no porque hacía demasiados años que no dormía solo en una habitación tan grande, así que se despertaba cada poco tiempo para comprobar que a su mujer no se había tomado el detalle de ir y acostarse a su lado, llevando una gran decepción cada vez que palpaba la cama y la encontraba solitaria, vacía y muy fría. Este tampoco estaba de muy buen humor.
Por otro lado, se encontraba James, el joven caballero, hijo de Sibila de Conversano, el cual era uno de los pocos en la familia que, en aquellos momentos de la mañana, se había levantado de buenas formas. A este le atormentó algo la famosa visita de los componentes del reino vecino, y todo a causa de las comparaciones de parecido que le habían hecho junto a Charles II, al que nunca había visto ni conocido, y muy pocas veces había oído hablar de él. Pero esos pensamientos se esfumaron nada más tocar la suavidad de su colchón y tapar su cuerpo con las cálidas mantas que tenían para el otoño tan invernal que ocurría.
También, estaban ambos amigos de la infancia de James, Allan y Connor, los cuales no tuvieron muchas preocupaciones ni molestias para dormirse, solo que, justo antes de caer en el mundo de los sueños, ambos volvieron a recordarse que esa misión sería la primera de ambos como caballeros de la guardia real, y que no podían permitirse fallar. Ambos durmieron como dos tiernos angelitos.
Por último pero no por eso menos importante, se encontraba Sibila de Conversano, la cual no había podido pegar ojo en toda la noche y, por más que contase ovejas en su mente, o se auto cantase una pequeña y ridícula nana para dormir, las horas no pasaban ni sus ojos conseguían cerrarse, lo que afectó a su rendimiento por la mañana en lo que se refería a prepararse y a hacerse la prueba de los peinados.
Para eso, a las 10 en punto de la mañana y cuando el Sol ya se encontraba en un buen punto en el cielo, y su luz conseguía entrar al completo en el gran cambiador que tenía la reina en su habitación, y en donde solo podían entrar las de mayor confianza para sus arreglos y demás. Allí se encontraban María II y Sibila de Conversano, con 4 chicas para cada una, que les tironeaban del pelo, les echaban miles de polvos en el rostro y les ponían distintos collares pesados y fríos sobre sus clavículas y cuellos desnudos.
Después de varias horas, las 8 chicas restantes se retiraron, tomándose un descanso algo largo de 10 minutos o así, dejando a la reina con la cara media pintada, con dos collares de cristales pesados sobre su cuello y el pelo totalmente libre pero algo encrespado por el constante toqueteo de las demás chicas, mientras que Sibila mantuvo su primera prueba de maquillaje sobre su rostro, ningún collar sobre su cuello pero con una pequeña gargantilla de encaje alrededor de este y con su pelo recogido en una larga coleta con una trenza a medio hacer.
Cuando se quedaron solas, suspiraron a la vez, cerrando los ojos con pesadez.
— ¿Cómo dormiste hoy? Porque yo fatal, había un ruido molesto en nuestro servicio que estuvo sonando toda la noche —empezó hablando María, mirando por el espejo a la otra chica, invitándola con la mirada a que le siguiese la conversación.— Guillermo tampoco durmió muy bien que digamos.
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♔ Entre el amor y la guerra
RomanceDespués de que el futuro rey se escapase del castillo vestido de pordiosero y, para su suerte, encontrase al amor de su vida sirviendo vino en una de las tabernas del reino de Newcastle, sus vidas cambiarían tanto, que no habría ninguna manera de da...