| ℂapítulo 2

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—Petra, ¿podrías cubrirme, por favor?

De nuevo, intentó doblar la manga de su camisa algo descolorida mientras que hablaba con la señora que se encontraba haciéndole la cama y arreglando algo su habitación.

A decir verdad, el joven Charles no tenía ninguna intención de contarle a nadie sobre la aventura que llevaba más de un año teniendo con Sibila, aunque no era una simple aventura. Ellos se habían convertido en pareja oficial a los 4 meses de conocerse, y rápidamente saltaron a la cama.

Pero claro, siempre había alguien que se acababa enterando de a dónde iba por las noches la mayoría de los días, y que salía por la puerta trasera que conducía al pueblo, para así volver a las tantas, o a veces, no volvía hasta después de 1 o 2 días después. Y esa persona, había sido la ama de llaves que se encargaba de limpiar el cuarto del joven príncipe 3 días a la semana.

Después de varios intentos de tocar el tema con cautela y sin alarmar al hijo de los monarcas, ella se vio forzada por su propia conciencia en que, si no se lo decía, acabaría soltándolo en la lavandería, junto a sus compañeras de trabajo, y eso sería un catástrofe, puesto que el pueblo que rodeaba al castillo era pequeño y todo se sabía muy rápidamente.

—Si, su alteza, le diré la reina que se encuentra cabalgando con su caballo por las altas montañas —sonrió ligeramente con su cara algo arrugada, haciendo que en las esquinas de sus ojos, se mostrasen unas pequeñas y finas líneas, haciendo más hincapié en su ya avanzada edad.—

—Gracias, de veras, te lo recompensaré más tarde —sonrió abiertamente, y como siempre hacía antes de salir corriendo, se acercó al diminuto cuerpo de la señora mayor, y dejó un pequeño y sonoro beso de cariño y afecto sobre la mejilla con unas pecas de esta, provocando en ella una pequeña sonrisa.— ¡Nos vemos!

La señora se volvió hacia él, y vio como su cuerpo se esfumaba por los grandes portones de su habitación, para así comenzar a caminar hacia los ventanales que este tenía por donde podía ver toda la extensión de la porción de tierra tan gigantesca que el simple castillo ocupaba. Apoyó su regordete brazo contra el marco de estos, y esperó a ver como la figura del muchacho enamoradizo se perdía entre los frondosos árboles que había al final de la finca.


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—¿Qué te pareció hoy? —preguntó el joven príncipe, acariciando varios mechones rebeldes que caían por la espalda de la muchacha desnuda, la cual estaba apoyada contra su pecho y hacía círculos imaginarios sobre el torso de este.—

—¿Qué quieres que te diga? Siempre estás genial, perfecto —Sibila sonrió, y alzó su mirada para así mirar al príncipe que la traía loca desde hacía un buen tiempo, un año para ser concreto, con una expresión enamoradiza y algo embobada.—

—Siempre dices lo mismo, cariño —susurró, y dejo un pequeño beso sobre los labios de esta, sonriendo ambos por el acto tierno que había hecho.—

♔ Entre el amor y la guerraDonde viven las historias. Descúbrelo ahora