| ℂapítulo 3

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Pasaron los pocos meses que faltaban para el día más esperado, y mientras Charles II iba comenzando a familiarizarse con el trono, sus obligaciones y su esposa, que resultó ser una belleza con el nombre de Catalina de Portugal, la joven de 23 años con destellos rojizos en su sedoso cabello, se preparaba para irse con una bolsa para el bebé y algo de ropa para su huida improvisada.

Desde la última vez que se vieron y se dieron la trágica despedida, Sibila entró en un bucle lleno de lágrimas y dolor, que haría lo que fuese por volver a su vida de antes, de antes de conocer al patán que destrozó su vida con una simple mirada enternecida. 

La coronación sería el Viernes de esa misma semana, en dos meses más, por lo que las mujeres que iban a lavar la ropa al lavadero común del barrio habían dicho por los rumores, y que el anterior Lunes a la coronación, tomaría como esposa a la hermosa Catalina, convirtiéndola en reina al momento.

—¿Pero no que habíais visto al futuro rey con una muchacha andando por el puerto? —había preguntado una de ellas, estrujando con fuerza el pañuelo que contenía agua, intentando deshacerse de mayor contenido de ella posible. La otra mujer con la que hablaba asintió.—

—Si si, no vi su rostro, pero su cabello rojizo destellaba bajo el fuerte Sol hace ya varios meses, juraría que estaban cogidos de la mano —explicó la canosa mujer, parando a descansar varios minutos, viendo como las de su alrededor hacían sus labores. Frunció el ceño y se acercó a la más joven presente y le arrancó de las manos el trapo que estaba lavando, indicándole con las manos cómo debía de hacerlo.— Tienes que hacerlo con fuerza, si no, las manchas no irán ni aunque las quemes.

—Por cierto, ¿qué tal el bebé? O la bebé —preguntó otra, algo menos mayor que la que le había arrancado el trapo de las manos. Sibila sonrió ligeramente.—

—Va bien, aunque tiene unas inmensas ganas de salir que no vean ustedes —dijo en medio de una sonrisa algo más ancha. Desde que se había separado de Charles, sus sonrisas solo habían sido para salvar sus apariencias, su vida no tenía luz, como su cabello.—

También, como símbolo de uno de sus arrebatos como soltera embarazada, decidió cortar su cabello hasta por encima de los hombros y echarle alguna especie de tinte hecho naturalmente sobre este, borrando cada uno de sus destellos rojizos, borrando cada una de las caricias que el padre de su bebé le había hecho, y borrando cada una de las palabras de amor que esté le había dicho.  

—¡Por cierto! No saben el rumor que anda revoloteando de boca en boca sobre el próximo rey destronado —dijo ahora una anciana de mayor edad, metiéndose en la conversación al momento.—

Todas se quedamos algo quietas y expectantes, exigiéndole con la mirada a la señora desconocida sus conocimientos sobre aquel viejo gruñón pero que a todas les encantaba.

—Escuché de una de las hermanas de mi marido, que tiene una sobrina trabajando en la limpieza del castillo y que oyó de unos mayordomos principales que andaban de cháchara en medio del pasillo que... —hizo una pausa para coger aire y seguir con ambos ojos abiertos y acercar algo más su cabeza hacia el centro del foso, como para que nadie las escuchara.— Que el príncipe tuvo un hijo bastardo con una campesina y que el monarca andaba buscándolo para ejecutar tanto a la madre como al bebé.

Rápidamente, todo el sistema de la antes pelirroja se paralizó por completo, comenzando a sentirse mal pero no por el bebé, si no por las náuseas que esa idea terrorífica de morir por mando del rey, del abuelo de su hijo.

Así que, como pudo, recogió su cesto con las ropas que le correspondía y se despidió cordialmente de las señoras mayores, haciendo una pequeña reverencia.

♔ Entre el amor y la guerraDonde viven las historias. Descúbrelo ahora