| ℂapítulo 4

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De nuevo, volvió su mirada hacia atrás, alzando su mano como forma de despedida a aquella linda pareja que habían cogido a la joven Sibila y a su hijo de tan solo 2 meses y medio.

Ya llevaba más de una semana a caballo, y a medida que ellos se iban alejando, el nuevo rey coronado hacía apenas ese mismo periodo de tiempo intentaba no volver a cometer los mismos errores que su padre hizo. 

El mismo día de la coronación, solamente esperó a recibir a todos los invitados a la sala del trono con él como anfitrión, y desde ahí ya comenzaron los cambios, empezando con el castillo y los puestos que tenían los empleados.

—Cariño, duerme un poco, necesito que lo hagas para que mamá pueda seguir, ¿si? —susurró Sibila, acariciando el cabello castaño y brillante de su hijo, acunándolo ligeramente sobre su pecho y sintiendo como el cuerpo del pequeño se acostumbraba al constante galope que el animal llevaba.—

En menos de lo que pensó la madre primeriza, ya se encontraban delante de los grandes portones que daban al pueblo y, más profundo, estaría el castillo de Edimburgo con sus respectivos reyes.

Sibila vio como unos guardias se acercaban a ella y le indicaban que bajase del animal, a lo que ella, con ayuda del más alto de ambos, obedeció aún con su hijo entre sus brazos.

—¿Qué le trae por estas tierras gélidas, señorita? —el otro que había cogido las riendas del caballo, habló, mirándola fijamente.—

—Huyo de mi pasado, y estaba pensando en quedarme aquí.. Verán, hay personas malvadas que quieren matar a mi hijo y yo- —comenzó a decir, pero el guardia que la había ayudado a bajar con las bolsas que llevaba el caballo, la interrumpió.—

—La llevaré con el rey, él es el indicado para juzgaros, señora —dijo, y agarró su brazo suavemente y obligándola a caminar hacia el interior.—

Al mismo tiempo que él hacía un ruido extraño con sus labios, las grandes puertas de hierro que protegían la ciudad, se abrieron lentamente gracias a los mecanismos que estas llevaban interiorizados. El guardia hizo que siguiese caminando.

La gran viva y colorida, y por no decir hermosa también, ciudad, sorprendió de forma muy gratificante a la mujer con el pequeño niño entre sus brazos.

Cruzaron calles con mal olor, uno muy asqueroso que le recordó mucho a la taberna en donde trabajaba medio día, ya fuese por la mañana o por la noche hasta el cierre de este, pero su cara de asco desaparecía cuando pasaban por al lado de las floristerías o pequeñas tiendas con remedios caseros.

—Veo que no le desagrada, ¿en dónde vivía antes? —preguntó cuando dejaron aquella parte de la ciudad en donde tanto el olor como las vistas tan florales y coloridas, hacían sonreír a la mujer.—

—Vivía en Newcastle, a una semana o algo así de aquí, y en los barrios bajos, justo al lado del castillo —explicó, mirando a su hijo dormir plácidamente mientras que besaba su frente ligeramente, maldiciendo en su interior por hacerle pasar a la pequeña criatura por tanto.—

—¿Newcastle es el reinado de Charles I, no? 

—Si, pero justo el día en el que me fui, su hijo, Charles II.. —pausó su habla, tomando varios segundos para contener las lágrimas que amenazaban por salir con solo decir su nombre.—.. Como decía, él fue coronado rey por la ya avanzada edad de su padre. 

—Ya veo, aunque mi señor tenga buena relación con todos los reinos de los alrededores, ellos eran con los que menos se relacionaba —comenzó a explicar el guarda, acomodando de nuevo la pesada bolsa con las cosas que cargaba el animal.— Ya sabe, en las reuniones o banquetes de aniversario, los pueblerinos y demás de Newcastle si venían, pero de los reyes no se sabía nada.

♔ Entre el amor y la guerraDonde viven las historias. Descúbrelo ahora