| ℂapítulo 16

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La partida de su querida, había dejado afligido y muy consternado al joven James, el cual, ese mismo día, había decidido escapar de palacio y se fue a recorrer los alrededores, quedando en un pequeño lago toda la tarde mientras se sumía en sus pensamientos.

Pero, por otro lado, a Sibila, la idea de que Charles II se quedase más tiempo en palacio solo hacía que tanto su humor como el de su marido, Robert, estuviera mucho más tenso que de costumbre. Y todo a causa de la conversación que tenían pendiente sobre el pasado de la mujer. 

También estaba el encuentro que Sibila había tenido con Charles en el jardín el mismo día del baile de máscaras. Eso, tanto en Sibila como en Robert, había marcado un antes y un después en la extraña relación de los tres.

«— «¿Qué es lo que quieres, Charles?» —espetó Sibila, levantándose del banco en donde se había quedado esperando por el monarca, a la vez que dejaba a un lado la costosa y a la luz de la luna reluciente y brillante máscara que había portado momentos atrás, mirándole con el ceño fruncido.—

Su pelo era mecido por la cálida brisa que acontecía aquella noche, siendo acompañada por varias hojas que habían caído de los árboles, creando una atmósfera como si estuviese sacada de una ensoñación del monarca, el cual miraba con los ojos enamorados, como hacía ya 20 años, a la preciosa mujer que se encontraba delante de él.

— «De nuevo, ¿no piensas hablar? Entonces no sé que hago aquí» —dijo esta con el ceño aún fruncido, cogiendo su máscara de encima del banco de piedra y comenzando a irse, dándole la espalda a Charles.—

Este, al darse cuenta de las intenciones descaradas de su amada, corrió tras ella, y cuando estuvo lo bastante cerca, su brazo se movió con agilidad y su mano atrapó con nada de rudeza la muñeca de la mujer, haciendo que esta frenase sus andares. Se giró y, con el ceño fruncido y una mirada penetrante, exigió una explicación silenciosa.

— «Hoy estás preciosa, Sibila» —murmuró Charles, colocando una de sus manos sobre la cintura de la mujer mientras que su boca se dirigía a su mejilla, haciendo una pequeña fricción entre ambas pieles y mandando a ambos unos escalofríos que catalogaron como dulces.— «Hoy me prometí a mi mismo, no acercarme a ti, pero, cuando te tuve tan cerca y tu no me reconocías, se me hizo imposible no hablarte. Solo tu perfume ya me embriaga, Sibila.

— «¿Y qué necesidad había de chantajearme?, no lo entiendo» —susurró Sibila como pudo, llevando la cabeza hacia el lado contrario mientras que cerraba sus ojos y luchaba por no soltar un jadeo y que el contrario lo malinterpretara.—

— «Temí que no vinieras, y necesitaba hablar contigo, sea como sea, aunque me rechazases al momento. Pero lo necesitaba» —dijo este, ahora llevando sus labios hacia su cuello y rozando estos sobre la tersa piel de la mujer, la cual, se estremeció nada más sentir el dulce toque que esos labios suaves dejaban sobre ella.— «Me disculpo por eso».

Sibila no dijo nada más, solo dejó que Charles siguiese jugando con su piel y con su corazón. En ese momento, también cayó en la cuenta de que esa había sido su posición con él desde que se habían conocido; la de un pequeño muñeco a su total disposición y, por más que negara sus sentimientos o encontrase a otra mujer, él siempre volvería a su muñeco para saciar su ansias de jugar.

En cambio, mientras se encontraban en esa comprometida posición, unos ojos viles y malvados los miraban desde detrás de uno de los enormes ventanales del salón de baile que daban al jardín interno. 

De pronto, el individuo decidió que aquella situación podría ser el inicio de su plan, así que se dio media vuelta, y con la mirada comenzó a buscar a un hombre en concreto, el cual, cuando lo divisó entre la multitud, una tétrica sonrisa bajo su máscara se asomó.

♔ Entre el amor y la guerraDonde viven las historias. Descúbrelo ahora