| ℂapítulo 26

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—La echo de menos, maldita sea —susurró para sí mismo para después darle un buen sorbo a su bebida, volviéndola a posar sobre la mesa con bastante fuerza.— ¡La echo mucho de menos!

Sus dos acompañantes —que también tenían una copa entre sus manos con la misma bebida llenándolas— se miraron entre ellos, volvieron a mirar al dolido muchacho y dieron también un buen sorbo al líquido rojizo.

—James, no puedes seguir atormentándote así por una chica más bien inalcanzable —Connor habló, acariciando el hombro de su amigo para así darle un pequeño apretón en un intento de calmarle.

—Eso eso, hay muchas chicas, ¡millones de chicas!; no puedes estar así por una, y más siendo una princesa —ahora intentó animarlo Allan, el cual tampoco tuvo mucho éxito, puesto que la mueca de dolor que tenía James había cambiado a una de tristeza máxima.

Ahora dieron un gran sorbo los tres a su bebida, que al acabarla, todos al mismo tiempo llamaron la atención del señor barbudo que atendía al otro lado de la barra de madera oscura, pegajosa y con vete tu a saber que cosas habrían caído para que se viera tan brillante. Al momento, las tres copas de barro ya estaban rellenas del mismo líquido.

—Aunque ahora te estés preguntando qué está haciendo o si ya le han encontrado un marido, tienes que pasar páginas. Como dice Allan, hay muchos peces en el mar —volvió a intentarlo de nuevo Connor, sonriendo hacia sus dos amigos.

—¡Espera! ¿No estábamos hablando de las chicas? ¿Qué tiene que ver ahora unos peces? —Allan exclamó confuso justo antes de darse media vuelta y beber su bebida a la vez que les daba la espalda a sus otros amigos.

Estos solo pudieron echarse a reír por la inocencia y escasa inteligencia que se podía apreciar en la mente del más joven de los tres.

Cuando Connor iba a seguir hablando, un fuerte golpe de cascos de caballos y una puerta chocando contra la pared hizo que no le diese ni tiempo para proseguir con su charla moral y motivadora hacia su amigo. A la vez, tanto los tres protagonistas como los demás comensales, dieron media vuelta a sus cabezas y fijaron sus miradas en el sitio en donde se provocó tal estruendo que incluso las botellas de licores tintinearon entre ellas.

Una caballería de unos seis hombres entraron en la maloliente taberna, colocándose tres de ellos a ambos lados de la entrada y, por lo que James pudo ver, eran hombres del Casco de Exploración, por lo que no era ninguna coincidencia que se los hubiese encontrado. Al momento de estar colocados, una figura más entró por el centro.

Se trataba, ni más ni menos, que de la mismísima Lady MacLeod, la mejor exploradora que haya pisado jamás Edimburgo y por tanto todo el continente. Es famosa por la forma en la que sale del estereotipo de mujer trabajadora y cuidadora de niños, de la casa y del marido. Ella es fuerte, con un carácter propio y siempre seguidora de su instinto. Nunca se ha dejado manipular por ningún hombre, ni de su padre incluso. 

Su cabello era corto y negro como el azabache, y este solo le llegaba por encima del hombro, por lo que lo tenía que amarrar como podía con el yelmo, cuando lo llevaba puesto, y cuando no, simplemente ondeaba a favor del viento. Los ojos que portaba eran de un marrón característico, los cuales parecían cobrar vida cuando entraba en cualquier batalla.

—Los caballeros Scott, Prins y Laurens, vengan conmigo. La Guardia Real ha organizado una reunión de emergencia —habló la exploradora a la vez que portaba bajo su brazo izquierdo su reluciente yelmo.

Los tres muchachos, al oír sus nombres, como si les hubiesen dado al botón de encender, se pusieron de pie y levantaron la cabeza, saludando de forma militar a su superiora en esos momentos.

♔ Entre el amor y la guerraDonde viven las historias. Descúbrelo ahora