| ℂapítulo 25

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—Su Majestad, su caballo ya se encuentra preparado para la salida —una fina voz masculina sacó de sus profundos pensamientos al monarca sureño, el cual al oír esas palabras, asintió lentamente.

—Muy bien, avísame cuando Henry se encuentre dispuesto a salir de su recámara.

—Su Majestad, verá... —escuchó decir al criado, por lo que captó aún más la atención del más poderoso, exigiéndole con la mirada que continuase.— Lord Henry no sale de su cuarto desde hace un par de días, y solo se comunica con los criados para que le traigan acompañantes, y si son hombres, mejor.

—Este chico... —refunfuñó un par de maldiciones por lo bajo y se levantó de su escritorio, dispuesto a encontrarse con quien era su mano derecha, su consejero y su más preciado amigo desde el primer día que le pusieron la corona sobre su cabeza.

Recorrió toda la distancia entre el despacho principal de palacio hasta la zona de los cuartos privados con una velocidad considerable mientras que, cada uno de los criados con los que se cruzaba, hacían una clara reverencia.

No tardó mucho al ir con dicha rapidez y, solo bastó con un toque fuerte sobre la puerta bien decorada que guardaba los aposentos de su amigo, para oír un «un momento». Era Henry, sin lugar a duda.

Charles estuvo unos 4 minutos esperando al otro lado de la puerta mientras oía más que un par de voces en el interior de la habitación, lo que no dificultó al monarca el imaginarse lo que estaba pasando ahí dentro. 

Y al fin, apareció un Henry despeinado, con un albornoz de seda rojo y cerrado a un lado de la cintura, el pecho con alguna que otra marca roja y con una marca rojiza de unos labios sobre su mejilla y en un lateral de su cuello.

—¡Mi querido Charles! ¿Cómo es que va la cosa?—habló de forma burlona y, en cierto modo, coqueta, el más joven mientras que se apoyaba de brazos cruzados en el marco de la puerta, sonriendo como si nada estuviese pasando dentro de la habitación.

—Henry, ¿estás ocupado? Porque habíamos quedado para ir a nuestra cacería mensual; necesito despejar mi mente de mi hija... —explicó el rey, alzando una ceja en modo de mostrar su enfado que crecía a cada momento más.

No esperó a que se apartase su amigo cuando ya irguió su cabeza ligeramente y pudo ver el interior de la habitación, en donde dos muchachos de apariencia joven, como de 20, 22 años, se encontraban tendidos sobre la cama; uno con su albornoz de transparencias bastante provocador y el otro solo cubierto en parte por una de las sábanas de la cama. Ambos se habían sumido en una sesión completa de besos y acicalamientos mutuos mientras que esperaban a que el noble se les volviese a unir.

—Aah, si, cierto, se me había olvidado por completo. Déjame un momento que me despida de mis acompañantes y me uno a ti —dijo como excusa para auto acicalarse de nuevo, y se dio media vuelta para volver a ingresar en la habitación.

—En 10 minutos, donde los establos, mandaré que aguarden por ti —Charles habló, aunque el ceño fruncido denotaba que estaba de un ligero mal humor.

Bueno, era comprensible, ¿cómo se supone que tiene que estar cuando su hija está desaparecida y él no puede salir ni de la ciudad por culpa de que... Es obvio, ¿no? Él es el rey de Newcastle, no puede andar de excursiones de allí para allá. Pero, incluso teniendo a los mejores exploradores traídos de Europa y de Centroamérica, era imposible andar tranquilo.

Mientras seguía divagando sobre las posibles soluciones al tema de su hija desaparecida —llegando siempre a las mismas, las cuales eran imposible—, llegó a los establos y allí no tuvo más opciones que esperar a la llegada de su acompañante, el cual, no sabía la razón pero había comenzado a divagar y a experimentar con su sexualidad, aunque más con hombres que con mujeres. Esto último fue lo que más le extrañó de la situación a Charles.

♔ Entre el amor y la guerraDonde viven las historias. Descúbrelo ahora