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—Snape es un idiota —comenta mi hermano a mi costado, llevándose palomitas a la boca.

Es viernes en la noche y mi hermano y yo estamos viendo Harry Potter y las reliquias de la muerte (Parte 2). Estamos justo en la parte en que Harry descubre la verdad acerca de Severus Snape, que había en realidad estado fingiendo ser mortífago a lo largo de las últimas películas.

—Sin importar cuán terrible haya sido su infancia, en la adultez, ya no puedes excusarte de aprovecharte de tu título de profesor para torturar a un niño todos los días escolares de su maldita vida —prosigue Oliver, tal vez con más emoción de la cuenta—. Y tampoco importa cuán tierno haya sido el amor de Snape por la madre de Harry si terminó convirtiéndose en una obsesión enfermiza que, por cierto, JK Rowling optó por utilizar para justificar el hecho de que a Snape le importara un pepino que Voldemort matara a Harry y a su esposo al enterarse de la profecía.

Me llevo un puñado de palomitas a la boca antes de hablar, —¿Terminaste tu monólogo? —bromeo.

Oliver me revuelve el cabello y ríe, —Ya sabes que no me gusta guardarme mis opiniones.

—Sí, pero tal vez las expresas con más entusiasmo de la cuenta, ¿no crees?

—Si tanto te molesta mi entusiasmo, ¿por qué me llamas a mí para ver una película y no a uno de tus amigos?

—¿Qué? ¿Acaso no me es permitido pasar tiempo de calidad con mi querido hermano? —inquiero dándole un abrazo.

—De vez en cuando, pero ¿no te parece un tanto patético que, por quinta vez consecutiva, sea viernes en la noche y no tengas planes con nadie más que tu hermano?

—¡Hey! Tampoco es como si tú fueras la mariposa social del milenio con lo mucho que estudias —respondo con un toque de menosprecio.

—No, no lo es. Pero, a diferencia tuya, eso lo compensan mis notas.

—¿Primero insultas mi vida social y después insultas mis notas?

—Dame un motivo para no hacerlo —me reta. Ante mi silencio, se dibuja una amplia sonrisa en el rostro de Oliver—. Tu silencio es la respuesta.

—¡No te pases! ¡No me diste ni cinco segundos para pensar!

—A ver, Ellen DeGeneres. ¿Quién fue la última persona con la que tuviste una conversación? —Antes de que me apresure en dar mi respuesta, él retoma la palabra—: No valen ni Julie, ni Logan, ni nuestros padres.

El esfuerzo me hace fruncir el ceño mientras pienso. Trato de ordenar cronológicamente los sucesos de la semana, cuando, para mi suerte, recuerdo el episodio del lunes.

—Esta semana hablé con Benjamin Dirksen.

Los ojos de mi hermano se abren como platos.

—¿Hablaste con el pequeño Ben? —me pregunta, sorprendido. Yo asiento con la cabeza—. ¿Cómo está? ¿Qué ha sido de su vida? ¿Cómo está su papá?

—Pues...

Me faltan las palabras dado que nuestra conversación no consistió exactamente en ponernos al día con nuestras vidas, sino en algo totalmente opuesto.

—¿Pues qué? —insiste mi hermano—. ¿No te contó nada? ¿De qué hablaron?

Sin ánimos de mentir, decido decir la verdad.

—La verdad es que solo me pidió la tarea.

—¿Te pidió la tarea? —repite mi hermano, al que parece causarle gracia lo que acabo de decir.

Al otro lado de la calleDonde viven las historias. Descúbrelo ahora